Los romanos eran una civilización en la que la adivinación, los prodigios y las supersticiones eran muy importantes. Eran capaces de leer lo que podía pasar en el vuelo de las aves, en las entrañas o en el comportamiento de los animales y a través de cálculos matemáticos o en las propias estrellas. Incluso se fijaban en detalles cotidianos para saber si ibas a tener mala o buena suerte inmediata. Julio César también tuvo varios de estos presagios cerca del día de su muerte y, claro está, ninguno le fue muy favorable, que digamos.
El primero de ellos fue una profecía y nos cuenta Suetonio que se encontró en Campania. Allí, algunos ciudadanos derribaron algunos sepulcros para construir casas de campo y, al encontrar restos arqueológicos antiguos, excavaron con más ganas. En una de estas tumbas, precisamente la que guardaba los restos de Capys, fundador de Capua, encontraron la siguiente inscripción: *traducir bien
Plutarco, por su parte, refiere que pocos días antes de su muerte, César hizo un sacrificio en el que a la víctima, una vez sacrificada, no se le encontró el corazón, y esto “se tuvo por muy mal augurio porque, por naturaleza, ningún animal puede existir sin corazón.” Continuando con los prodigios animales, se cuenta que antes de pasar el Rubicón, él mismo había consagrado unos caballos a los dioses para ganarse su bondad. Ahora, al cabo de los cuatro años, se negaban a comer y lloraban, embargados por una tristeza infinita. Y finalmente, un pájaro de la raza de los “reyeuelos” entró en el Senado con una rama de laurel en el pico y fue a posarse sobre la cámara llamada “de Pompeyo”. Fue despedazado al instante por distintas aves que se abalanzaron sobre él desde un bosque vecino.
La noche de la víspera de su muerte también estuvo cargada de premoniciones. En aquella ocasión se celebraba un banquete en casa de M. Lépido y todos comenzaron a hablar sobre la “muerte más apetecible”, conversación ideal para un banquete donde las haya. El dictador manifestó que la suya era “La repentina e inesperada.”
Incluso en sueños se avisó a César de su final trágico, soñando él mismo que salía volando por encima de las nubes y estrechaba sus manos con el mismo Júpiter. Su esposa Calpurnia también tuvo una revelación, ya que tuvo un sueño en el que el techo de la casa se desplomaba y César moría bajo los cascotes.
La historia ha comentado que esta conjuración era un secreto a voces y que, probablemente, incuso el mismo César la conociese y la ignorara. Esto parece confirmarse con el testimonio de Suetonio, que nos cuenta que hasta un desconocido paró a César cuando iba camino del Senado y le entregó un documento en el que le revelaba toda la conspiración, advirtiéndole que lo leyera cuanto antes. Sin embargo, César no hizo caso y lo guardó entre otros que tenía en sus manos.
Finalmente, tuvo la insolencia de espetarle al reputado arúspice Spurinna, quien le había advertido durante un sacrificio “Guárdate de los Idus de marzo”, que la fecha había llegado y no había pasado nada. El adivino respondió: “Han pasado, pero no han llegado”. César, claro está, siguió su camino hacia el Senado y allí encontró la muerte, precisamente en la sala donde había caído el reyezuelo, y que llevaba el nombre de su enemigo mortal: Pompeyo.
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