Hoy vamos a hablar de una famosísima frase que ha pasado a la historia totalmente cambiada y, quizá, sin ningún tipo de sentido. Esta famosa frase la tenemos en el título, “Amplector te, Africa”, y fue pronunciada por Julio César al desembarcar a la costa Africana. La traducción en español es “Te abrazo, África”. El contexto en el que se pronuncia es muy peculiar y casa perfectamente con la personalidad de del dictador, como veremos.
El contexto es el siguiente: para los romanos, los vaticinios y los hados eran muy importantes, y por eso era bastante común consultar a los arúspices –adivinos- para saber cuál sería el posible resultado de la batalla y, si eran desfavorables, quizá esperar a que los hados fueran favorables para entonces trabar el combate. Para ello existían diversas maneras, que van desde consultar las estrellas, observar el vuelo de las aves o incluso inspeccionar las vísceras de diversos animales.
También era importante no dar ningún tropiezo o incluso no levantarse de la cama con el pie izquierdo -¿os suena esta superstición heredada?-. Lo primero le pasó a César nada más llegó a las costas del continente africano: estaba en su galera dispuesto a tomar tierra cuando sus piernas le jugaron una mala pasada y le hicieron caer al suelo, lo que para los romanos significaba una pérdida del combate más que segura. Esto se sumaba a algo tremendo, que la batalla se libraba contra Escipión el Africano, a quien, parece ser, los dioses le habían otorgado ser invencible en estas tierras.
¿Qué hizo César para cerrar las bocas de sus sorprendidos legionarios, que ya comenzaban a desconfiar de su suerte y a murmurar que aquella campaña sería un completo desastre por este traspié? Muy fácil: engañar.
César no era un tipo que se dejaba arredrar por los hados y que, cuando decidía una empresa, no había nada que se lo quitara de la cabeza o le impidiera llevarla a cabo, y menos algo relacionado con la adivinación, que siempre es tan subjetivo.
Por eso, convencido como estaba de su suerte, ya en el suelo, cuenta el historiador Suetonio que tuvo la ocurrencia de pronunciar la siguiente afirmación, “Teneo te, Africa”, y poner los brazos de manera que pareciera que estaba saludando y abrazando a la nueva tierra a la que había llegado. Así hizo creer a todos los presentes que no había caído, sino que se había tirado por propia voluntad.
La historia, quizá por hacer más énfasis en el hecho del abrazo, ha cambiado la afirmación “Teneo te, Africa” por la más literaria “Amplector te, Africa”, y es uno de los muchos ejemplos en los que las fuentes “originales” resultan alteradas o edulcoradas por el efecto del paso del tiempo.
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