Galba gozó de consideración entre todos los emperadores a los que sobrevivió, Calígula, Claudio y Nerón. Para ellos, era un hombre experimentado y eficaz, en quien podían confiar para resolver asuntos que necesitaran un aporte extra de energía.
Calígula le envió a Germania para sustituir a Getúlico, un hombre del que sospechaba el emperador, considerándolo esquivo, con dos caras, viéndolo capaz de atentar contra su figura. Durante su estancia allí, Galba hinchó el espíritu de sus comandados y consiguió devolver el ímpetu de lucha y la disciplina a las tropas. Tanto es así, que consiguió rechazar las invasiones bárbaras, que incluso habían llegado a tocar las fronteras de la Galia.
Claudió también lo consideró entre sus más íntimos, sobre todo por rechazar tomar el poder después de la muerte de Calígula, y le concedió grandes honores. Entre ellos, ser nombrado procónsul de África, provincia que gobernó con justicia y que consiguió pacificar. Esto le hizo ganarse varias recompensas más, entre las que se cuentan los ornamenta triumphalia y gozar de un triple sacerdocio.
No os quepa la menor duda de que, esta triunfal carrera política, lo hizo sumamente rico e incluso lo invitó a retirarse hasta la mitad del reinado de Nerón. Algunos historiadores dicen que se debió a que no quería llamar la atención del envidioso emperador, mientras que otros apuestan por su edad o por la enfermedad que lo acusaba.
De cualquier manera, Suetonio ilustra una costumbre muy particular que Galba adquirió en este retiro voluntario. Nunca, jamás, se le vio salir de su casa, aunque fuera a darse un paseo alrededor de la manzana para estirar las piernas, sin que le acompañara a su vera un carro enorme. ¿Sabéis qué contenía dentro? Un millón de sertercios en oro puro.
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