Anexo poético sobre whatsapp #5.5

Recuerdo las horas previas a aquel concierto

que ninguno nos atrevíamos a calificar de histórico,
la plaza se llenó,
primero de personas
después de oscuridad.
Esa canción. Ésa fue.

Detrás de la puerta te escucho caminar,

oigo los tecnológicos sonidos de tu móvil
y pienso en las pequeñas cosas
que merodean (hipotéticamente) tu cabeza:
las aplicaciones de Facebook que fabrican
antiguos compañeros de colegio,
canciones que suenan una y otra vez dentro de nuestras vidas,
la memorable resaca que ilumina las sábanas,
banderas nacionalistas de una patria efímera
y radical
alcanzando un solo cuerpo bello y joven.
Acaso no soy yo o puede que no lo haya sido nunca
y sonrío:
me declaro fan de la revolución,
la alegría como última frontera,
el gel sexy y descriptivo con el enjabonamos nuestros cuerpos,
el agua que resabala sobre la barba ausente
por fin
el regreso a los quince años o a los cincuenta,
quizá no he sentido que deba regresar a ninguna parte
si aquí estoy bien, sí.
No pretendo certezas en este invierno,
busco el calor y unas zapatillas deportivas
con las que seguir tu estela
blanca y luminosa
febril y sensual
cuando, a través de esta puerta,
te escucho caminar ahí al lado,
pero no me atrevo a decirte,
no me atrevo a nombrarte,
no.
Revolución o muerte,
como si la dicotomía se tornase posibile.