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Ella huía de espejismos y horas de mar
Vetusta Morla
Este sol no quema lo suficiente, quizá porque ya hemos llegado al punto de ebullición, las 50mil hectáreas valencianas calcinadas, los festivales de moda que ardieron sin ni siquiera disfrutarlos, los viejos grupos en gira revival a punto sofocarse, de extinguirse bajo la cálida lengua de julio. Puede que el verano esté sobrevalorado y puede que seamos animales de interior, de jaula entreabierta, corretear un rato y regresar. Julio es la tierra prometida, Jesucristo caminando sobre las aguas del pantano, aquella foto del concierto de Quique González. La muerte y la resurrección constantes. No voy a parafrasear a Bertolt Brecht ni el glorioso 68, el año de las gracias sexuales más inoperantes. Quizá deberías prestarme el mando a distancia y elegir yo la programación. Tal vez apagar la tele, escuchar nuevos discos olvidados, acabar con el fulgor del termómetro, con la dictadura del mercurio y esperar a las 10, al fresquito saludable de la ausencia, del recogimiento. Tal vez no encontremos las vírgenes porque buscamos fuera. Quizá lejos.