Volver a casa.
Hace algunos meses, escribí una entrada contando sobre el regreso a nuestra casa -luego de un año viviendo en la casa de mi infancia- y los cambios que eran necesarios para habitarla nuevamente. En aquel entonces, el planteo eléctrico y la impermebilización fueron pasos previos a ninguna tarea decorativa. De las que realmente son esenciales, ¿verdad? Porque exceptuando el hecho de que podía quedar viuda si no-marido abría la heladera descalzo en un antojo nocturno (así de grave era la fuga de tierra) yo podía vivir perfectamente con una caja de tapones de la década del 60 si eso me permitía ocuparme de "cambios esenciales", como el tono adecuado -y perfectamente neutro- para las paredes. Así de grave era mi toc estético y reconozco que las circunstancias me domaron toda ansiedad decorativa.
¿Ansiosa, dijiste?
En alguna otra mudanza, habría actuado rápida e impulsivamente para tener el espacio preparado en la menor cantidad de tiempo posible. Sin embargo, en esta ocasión, ni urgencia ni premura alguna. De hecho, si bien nos mudamos en febrero del 2014, solo en diciembre me ocupé de la pintura del living y la cocina. No tanto por pereza como por la fuerza de los hechos: con la mudanza y la venta de su casa, a mis escasos 70 metros cuadrados de espacio propio llegaron una madre viuda y todas sus cosas. De modo que los objetos más insólitos ocuparan cada rincón de la casa.
En consecuencia: tengo la casa tomada. Que de haber conocido mi historia, otro sería el cuento de Cortázar. Si algo me enseñaron los años (y desde ayer tengo uno más) es que la más fantástica de las ficciones empalidece frente a la realidad. No hay nada más absurdo que la vida. Y los seres humanos de carne y hueso. Después de dos años de convivencia "adulta" con mi madre y de acomodar en un espacio pensado para tres personas cuarenta años de vida familiar, me río de García Márquez.
Si me vas a pedir perfección...
En fin...considerando la casa tomada, la proliferación de objetos duplicados y haciendo frente estoicamente a tanto "esto lo guardo por las dudas", espero consideren que el living es un trabajo en proceso. Por ahora, simplemente es habitable. Cero identidad. Ningún esfuerzo de personalización y mucho menos dedicación a transformar en "especiales" los objetos cotidianos.
Tampoco esperen fotografías estilosas. Buscar con paciencia la luz ideal, el ángulo correcto y todo esto mientras acierto con las estrategias que certeramente resultan atractivas para lectores sensibles a la belleza es una utopía cuando para cada toma hay que mover cientos de objetos, corroborar que el piso esté decente y que no se cuela Camilo frente al lente. Porque el niño decidió que le gusta ser fotografiado (no tengo idea por qué será...) Desde hace un par de semanas se ofende si observa a su madre con la cámara en la mano y no obtiene una captura de su recién adquirida actitud zen.
Para las ilusas: es una foto, madre. El resto del día "medita" tirando juguetes por toda la casa, trepado de las rejas o armando castillos con los almohadones del sillón. El poder mágico de la imagen hace que parezca un monje en estado de trance pero este niño tiene de paz lo mismo que yo tengo de mesurada.
Sin embargo, continuando con los "antes" que tienen ganas de transformarse en "despueses" y confirmando que tengo mucho descaro, me sumo al desafío "Antes y Después" de #diariodeco12.
Porque todo "después" , por más modesto que sea merece una oportunidad.
Porque toda historia tiene sus infinitas versiones y la que reflejan las fotografías es solo una de ellas.
Una de las múltiples variantes de disposición para los objetos, los colores y las formas. Una de las muchas posibilidades de vivir el espacio y hacerlo propio.
Una de las muchas caras del amor.