Revista Cine
Vaya por delante que mi costumbre inquebrantable de contestar los comentarios y, siempre que puedo, hacerlo individualmente, no va a quedar abandonada porque este post sea, de una manera encubierta, una respuesta a todos los comentarios que surgieron de mi propuesta.Pero he estado dándole vueltas a las cosas.Las librerías nos atraen, aunque sepamos que un alto porcentaje de los libros no vamos a considerarlos dignos de nuestra atención. O sea, sabemos que los libros técnicos de disciplinas profesionales diferentes a las nuestras, los estantes de autoayuda, algunas secciones, las que sean, las pilas de best-sellers, las enciclopedias y los diccionarios rara vez llamarán nuestra atención. Lo mismo podría decirse de las tiendas de discos. Pero nos hemos empeñado en sacar adelante algo como escribir de lo que nos desagrada. Qué fácil. Qué trampa tan sencilla para caer en ella. Las pocas cosas que nos gustan nos agotan los calificativos (que nadie cuente cuántas veces he dicho aquí la palabra magnífico o la palabra formidable) y ahora tenemos que buscar entre las que detestamos (ídem sobre nauseabundo o repugnante). Ja. Veo a las manadas de críticos regalándonos elevadas dosis de indiferencia, y veo, entre los pocos que decidan que merecemos algún tipo de atención, mencionar varias veces cuestiones como llamar la atención, negativismo, ansias de protagonismo, y en el colmo de las reciprocidades, incluirnos en una lista de sitios a evitar.Veo los títulos propuestos, muchos de ellos con palabras intercaladas y parecidas fonéticamente (me dan ganas de crear la palabra ofodio: odio reptílico hacia algo), y me niego a considerar propuestas pues yo solo he dejado una idea sobre una mesa como una baraja para jugar. Ni reparto ni soy la banca. O sea, esta reflexión no es un prólogo para una cosa ni un epílogo para otra. Vamos a cargarnos libros y peliculas y más cosas que nos encontremos y vamos a hacerlo, sin ser conscientes de ello (...), justamente porque otros muchos las han alabado y no entendemos el motivo. Vamos a emprenderla a palos con esas obras que, por una extraña tendencia, nos hemos autoimpuesto acabar aunque ese esfuerzo final se haya alternado con puños apretados y sinceros deseos de que sus autores paguen alguna vez el mal trago que nos han hecho pasar. Vamos a sacar algo de provecho de las malas experiencias, aunque sea ir por la noche a la vera del riachuelo del buen rollo y verter el vitriolo que se carga a los pececitos que no nos gustan. Vaya: cómo suena de atractivo. Así que este es un breve aparte en el rincón del universo egocéntrico para desplazarlo hacia la periferia. Vamos: no me hagáis encontrar más motivos para despotricar de Chesil Beach: que alguien tire la primera piedra, levante la mano diciendo, he sido yo, qué pasa, y los demás le cubramos parapetados en una esquina.