Cierto es, ¿quién no ha soñado durante su infancia con ser Superman, tener superpoderes, poder volar y salvar al mundo?. Cierto es también, ¿quién no ha dejado de soñar con convertirse en superhéroe en la edad adulta?. Por más que una de las grandes armas del séptimo arte sea la ilusión y la evasión a un fantástico mundo imaginario, muchos de nosotros también exigimos que muchas veces emerga su capacidad para identificarnos con un mundo real. Es la clave del abrumador poder (sin super) que el antihéroe ha desarrollado a lo largo de la historia del cine y que actualmente ha llegado a su cima. La pregunta interesante es: ¿por qué los mejores personajes de la historia del cine son antihéroes? La respuesta, más interesante aún, nos la ofrece Stuart Bedford en un excelente artículo publicado en la web What Culture! del que nos hacemos eco y utilizamos como vehículo para dar paso a los antihéroes de filmin en un próximo post que dará continuidad al camino iniciado por este escrito. Un camino cuya puerta cruzó John Wayne en el mítico desenlace de "Centauros del Desierto" tras ser abierta de par en par por el emblemático Tony Montana de Howard Hughes o las "Manos Peligrosas" del gran maestro Samuel Fuller. Al fin y al cabo, nadie de nosotros es Superman.
Todos amamos un buen héroe. A medida que experimentamos el mundo a través de sus ojos no podemos caer ni fallar. No podemos hacer el mal y tampoco podemos dejar que el mal salga impune. Nos mantenemos firmes en pos de la verdad y la justicia, y a pesar de las dificultades, siempre vencemos. Pero en cuanto la pantalla se funde en negro, los títulos de crédito nos devuelven a la dura realidad recordándonos que nosotros si podemos caer, que el mal prevalece y que la verdad y la justicia se evaporan al momento.
La historia demuestra la importancia que la empatía del receptor tiene en esta suerte de edipo cinematográfico. Cuanto más reflejada se ve la audiencia en la pantalla a nivel humano, más éxito tienen los personajes. Este caso es dificilmente relacionable al concepto de héroe; no pueden tomar decisiones moralmente erróneas ni sucumbir ante la inseguridad como nosotros podemos, ya que ellos son realmente honrados en toda su alma, precisamente lo que nosotros nunca seremos. Toda decisión tomada en situación de crisis (¿quién no la ha tenido?) tiene que ser conducida por su inquebrantable honradez o el personaje no será un verdadero héroe. Actualmente, muy pocas personas podrían alcanzar este nivel de virtud.
El concepto de antiheroísmo ha existido a lo largo de toda la historia, siempre mutando y cambiando su definición según las expectativas sociales proyectadas hacia un héroe. La RAE lo define escuetamente: "en una obra de ficción, personaje que, aunque desempeña las funciones narrativas propias del héroe tradicional, difiere en su apariencia y valores." En cambio, The Cambridge Online Dictionary va más allá: “un personaje central que no posee las tradicionales cualidades heróicas y que es admirado por algo que la sociedad considera una debilidad."
A diferencia del héroe, este personaje puede tomar erróneas decisiones morales con la esperanza de que sus actos le lleven algún día por el buen camino. También puede ser agresivo y obstinado, puede opinar o incluso transgredir. En definitiva, puede actuar como le venga en gana. La moralidad es discutible porque el antihéroe tiene su propio sello: el bien caótico. Lo que es blanco y negro para un héroe, el antihéroe lo ve gris porque en la vida real raramente se trata de un duelo entre el bien y el mal.
Como perfecto ejemplo de este arquetipo no tenemos que mirar más allá del Hombre Sin Nombre (Clint Eastwood), protagonista de la mítica trilogía spaghetti western del gran Sergio Leone. Armado únicamente de sus ingeniosas ocurrencias, su honor y su rígida mano derecha, cruza el oeste en la búsqueda de algo desconocido. Se relaciona y envuelve entre aquellos que simplemente van cruzándose en su camino, siempre en la búsqueda de la gloria pero siempre, también, guiado por un inquebrantable sentido de la compasión que marca sus actos. ¿Quién no ha sufrido alguna vez en su vida algún tipo de injusticia ante la que nos hemos vistos superados? Por ello es fácil admirar este legendario pistolero; no ha sufrido injusticia alguna ni tampoco la practicado nunca.
En una sociedad en la que la injusticia es, tanto a nivel de calle como a nivel conglomerado, un factor que urge ser tejido e interiorizado por todos nosotros, el antihéroe se salta habitualmente la norma y opera fuera de la ley, predestinado a cumplir con esta urgencia siguiendo siempre su propio camino.
William ‘D-Fens’ Foster (Michael Douglas), protagonista absoluto de la soberbia venganza urbana brindada por un sorprendente Joel Schumacher en "Un día de furia," es el ejemplo perfecto de un meticuloso carácter humano que estalla al ser sobrepasado por la criminalidad, las clases sociales y la hipérbole comercial entre otros males que asolan nuestra sociedad de hoy día. Aún y su obvia psicopatía, no podemos vilipendiar ni infamar a D-Fens, de hecho, todo lo contrario; por más que venga infgringido por la abundante debilidad que define al ser humano contemporáneo, sus extremas acciones están regidas y condicionadas por la profunda compasión que nos provoca la familia que ha perdido. En definitiva, Foster trasciende en que sus cuestionables decisiones morales sobrepasen los créditos y ocupen su lugar en el mundo real en el que vive el respetable.
Tras el sin sentido que envuelve el asesinato de sus padres, Bruce Wayne, dedica su vida a una eterna misión convirtiéndose en Batman. Sabes quién es, y si no, seguro se sentirá cómodo bajo ese caparazón. Ha sido constantemente reescrito a lo largo de un siglo y adaptado en numerosas versiones cinematográficas, unas brillantes (Tim Burton, Christopher Nolan), otras no tanto (Joel Schumacher, ahora sí, en su salsa). Batman es esencialmente un vigilante que se balancea peligrosamente en la línea del bien y del mal aunque se detiene justamente en su inviolable código de honor; no importa lo atroz que pueda llegar a ser la ofensa, nunca podrá detener un látido de corazón humano. Éste significa un perfecto balance de estimulación entre nuestro deseo de seguir luchando y el valor que damos a la vida humana siendo capaces de relacionarlos incuestionablemente como resultado del mismo.
Los héroes despiertan nuestras expectativas de perfección, los antihéroes, en cambio, despiertan las expectativas de nosotros mismos, es decir, las verdaderas y reales expectativas. Aunque lo deseemos, no esperamos llegar nunca a la perfección. El héroe simboliza este deseo, con su definida moralidad y su invulnerabilidad hacia la debilidad humana. Amamos al héroe, porque amamos la evasión. Los antihéroes, por su lado, no ofrecen demasiada oportunidad de escape, sino todo lo contrario, ya que este personaje trata de dar significado a lo mundano. Todos estos irritantes y molestos factores que tratamos de sortear entrando en una sala de cine, de repente, se retuercen bajo una resonancia emocional provocando que nos enfrentamos nuevamente a ellos con novedosa luminosidad y renovado vigor.
Allá por el siglo XVIII, el mítico filósofo Edward Burke afirmaba envuelto en una gran repercusión que "el mal prevalece cuando el buen humano no hace nada." Han Solo debería ser una herramienta. ¿No te irritaría en la vida real?. Es evidente, aunque hay algo en él que nos atrae cada vez que vacila a Luke o da la murga a Leia con su narcisismo. A pesar de su egoísmo, bravuconería y aparente discapacidad para percatarse de sus verdaderas necesidades, Han Solo reacciona cada vez que el mal emerge, evitando así nuestro rechazo y generando además nuestra empatía.
Todos nosotros podemos identificarnos con un personaje únicamente motivadp por intereses personales, como de hecho, muchas veces lo hacemos nosotros mismos. No hay duda, Luke es el héroe en "Star Wars," un gran héroe, pero asciende a nivel de Dios entre los hombres; es inmune y no podemos identificarnos con su humanidad. Han Solo, en cambio, experimenta nuestras propias reacciones hacia este ser divino convirtiéndose así en el transmisor que pueda relacionar el guión de la película con nuestras propias experiencias. Sin Han Solo, la trilogía originaria de Star Wars jamás llegaría a ser tan icónica como lo es, es más, estaríamos ante otra simple sci-fi movie.
El listado de míticos antihéroes es prácticamente interminable: De hecho, gran parte de las grandes figuras icónicas del cine son avatares de este arquetipo: Indiana Jones, Terminator, Harry el Sucio, Travis Bickle, William Munny....¿Hace falta que prosiga? Para que un personaje afecte verdaderamente al espectador, debe englobar todos los aspectos de la experiencia humana: tanto la resistencia y el coraje, como la inseguridad y la cobardía.
En un medio en el que generalmente prevalece el estilo sobre el contenido, el cine necesita de estas oscuras representaciones de humanidad para lograr identificarse con su público.
Y volvemos a lo mismo. Después de todo, nadie de nosotros es Superman.