El premio Nobel de física Richard Feynman fue uno de los mayores sabios del siglo XX y probablemente una de las personas más brillantes de nuestra época. Sin embargo, sus ideas sobre las cosas de la vida eran consideradas bastante excéntricas. Entre otras, llegó a una conclusión desconcertante sobre la educación, y es que ésta carecía completamente de sentido. Feynman se dio cuenta en una serie de visitas a universidades de que la educación lo que hacía era preparar a la gente joven para aprobar exámenes. Es más: encontraba en la educación una serie de mecanismos tremendamente eficaces para evitar que se desarrollasen en el alumno los atributos de la inteligencia, como la creatividad, la lógica, el pensamiento abstracto. En sus propias palabras: “Todos [los alumnos] fingen y hacen como que saben, y si uno de los estudiantes, al hacer una pregunta, admite por un instante que algo le resulta confuso, los demás adoptan una actitud activa, como si para ellos aquello fuera evidente y reprochándole al preguntón que les haga perder el tiempo.”
La ficción que la conciencia colectiva, la cultura, y los propios sistemas educativos han creado sobre la educación, es que esta posee la capacidad de seleccionar a los más inteligentes para cubrir los mejores puestos de la sociedad. Eso no es así en absoluto; si realmente fuera así, desde luego la educación tal y como la entendemos habría fracasado por completo y demostraría no ser útil a la sociedad. ¿Cuántos genios hay en los gobiernos? ¿Cuántos ministros hablan seis o siete idiomas? ¿Cuantos se podían ganar la vida pintando cuadros como hacía Churchill? ¿Y en la empresa? ¿Cuántos sabios hay dirigiendo empresas? ¿Cuántos empresarios de éxito son a su vez campeones de ajedrez o poetas capaces de metrificar sus frases como Quevedo? Es difícil imaginar que haya más de uno entre cien.
Curiosamente, ni siquiera el mundo de la Ciencia se salva de esa mediocridad intelectual. Feynman o Einstein fueron talentos excepcionales, pero sus laboratorios también estuvieron llenos de miles de esos exitosos ‘aprobadores de exámenes’ máxima expresión de un sistema al que Feynman, no le encontraba sentido. En realidad la cosa es sencilla. Se prepara a los jóvenes para una función, pero en un modelo de educación pública generalizada, normalmente, se hace sin llegar a realizar esa función; entonces: ¿cómo puede saberse que quien termine ejerciéndola es el más válido? Obviamente, no se sabe pero al menos el sistema se habrá encargado de dejar fuera a los menos motivados. De eso se trata cuando la educación es universal y lo que sobran son los candidatos.
En la Historia ha habido muchos tipos de educación diferentes, cada uno de ellos relacionado con la forma del poder político. En Egipto se educaba para someter al pueblo bajo el temor de la mística. En Grecia se educaba precisamente para no ser sometidos por la mística. En Roma el “cursus honorum” era la carrera de una aristocracia de funcionarios militares destinada a sostener un Imperio; en la Edad Media la educación monacal se dedicaba a preservar lo poco que había quedado del mundo Clásico; en las Monarquías absolutistas recibía educación una pequeña aristocracia que se dedicaba a patrocinar con su buen gusto los beneficios de las artes y las ciencias. Por otro lado, los socialismos educaban para los que beneficios de las artes y de las ciencias fueran disfrutados por todos los miembros de la sociedad, bajo la falaz idea de que libres de la ignorancia se librarían, también, de sus servidumbres.
De lo que no hay ninguna duda, es que las sociedades liberales se educa para descartar a los menos motivados y a los menos tenaces, y eso se disfraza de inteligencia. ¿El motivo? La inteligencia es un atributo venerado de una forma sacramental por las sociedades materialistas, ya que a ella se le atribuyen todas las ventajas y comodidades proporcionadas por la Ciencia y la Tecnología; cosa que dista mucho de ser así. Volvemos a lo mencionado anteriormente: las empresas privadas son las que han desarrollado la inmensa mayoría de los avances tecnológicos de lo que hoy disfrutamos ¿Pero son sabios los empresarios? Thomas Edison lo era, desde luego ¿pero cuántos ha habido como él respecto al número de empresas hay en el mundo? No nos engañemos: si algo ha desarrollado la tecnología eso ha sido la codicia, y el atributo aparejado a la pasión de la codicia no es la inteligencia sino la perseverancia.
En esta ficción educativa, las sociedades materialistas nos parecemos a las sociedades místicas, por ejemplo: la egipcia, o la aztecas, o los druidas... Ellos se educaban para conocer los misterios de la vida después muerte, cosa que por mucho que se esforzasen estaban lejos de aprehender ¿Pero quién iba a discutirlo? ¿Los propios sacerdotes iniciados? Su prestigio era precisamente gracias a eso. ¿Los faraones? ¿Por qué iban a hacerlo? La mística era fundamento de su poder. Obviamente, quienes superan con éxito las muchas dificultades de la educación tal como la conocemos, no se van a considerar a sí mismos poco inteligentes y mucho menos considerarse a sí mismos como peones de un sistema que básicamente se dedica a repartir y controlar los beneficios de una codicia aceptable por sociedades materialistas.
El problema que tienen las sociedades democráticas y que no han tenido, por ejemplo, las aristocráticas, es el exceso de demanda de educación. Hoy la educación es universal para chicos y chicas, extendiéndose ésta a todos los grados y carreras. Esta legión de jóvenes candidatos deberá de ir pasando por los distintos filtros de la educación durante diez, quince o veinte años lo que decantará sólo a los más tenaces y disciplinados, premiándolos con los mejores trabajos y los mejores sueldos. Tenacidad y disciplina no son cualidades menores en una persona, ni son cualidades irrelevantes para la sociedad. Aquí hay que llevarle la contraria a Feynman: la educación sí tiene sentido: permite elegir a los más aceptables.
Pero sigue existiendo el problema de dar el salto de la teoría a la práctica. ¿Es el más apto para la función el que más exámenes ha aprobado? Feynman lo tenía claro con sus alumnos: “Les expliqué lo útil que es trabajar con otros, lo fecundo que es la discusión de las cuestiones, el repasarlas y volverlas a discutir. Pero tampoco estaban dispuestos a hacer eso, porque sería un desdoro tener que preguntar a nadie”. Aquí se alude a la distancia entre los objetivos de la función para la que preparan los alumnos y los objetivos que mueven a los alumnos que son la competencia conseguir un aprobado.
Esto en el mundo aristocrático no tiene el mismo sentido. Un joven que ha estudiado en Suiza e Inglaterra, que ha aprendido a pilotar y a navegar, y que puede pagarse la mejor educación eminentemente práctica relacionada con cualquier profesión, tendrá un ventaja objetiva enorme sobre cualquier candidato salido de un colegio público que apenas de cinco horas de idiomas a la semana y nociones teóricas muy generalistas de todas las materias; cinco horas será lo que el joven rico dedicará a hablar una lengua extranjera en una sola tarde. ¿Cuál de los dos jóvenes está mejor educado? Eso es una pregunta mal formulada.
En realidad, la educación cumple una función de legitimación del sistema. El sistema busca crear un tipo de individuo que se adapte a su idea inmediata del poder. Hoy en día el poder político en Europa consiste en una bicefalia burocrático-empresarial; por un lado la burocracia que demanda una serie de funcionarios y gente de partido, mientras que el poder empresarial requiere unos cuadros de mando cortados por un determinado patrón en los que el compromiso del trabajador con los objetivos de la empresa ha de ser incuestionable.
Una de las cuestiones más amenazantes de nuestros días es que cada vez menos se sabe donde empieza la burocracia y donde termina la empresa. Iniciativa y regulación se han maridado en una combinación espuria que ha destilado en lo que Milton Fiedman denominó los trabajadores Z: empleados de empresas privadas que en mayor o menor grado trabajan para satisfacer una demanda creada por el Estado, no para una demanda creada por los propios ciudadanos. La supuesta ventaja para estos millones de trabajadores Z es que a su vez se ven protegidos por leyes laborales pseudo-funcionariales cada vez más intrusivas por parte del Estado. Los empresarios a su vez renuncian a parte de su inventiva y la sustituyen por contactos en la administraciones, generadoras de contratos y creadoras de demanda. Los millones de trabajadores Z son la expresión de este poder bicéfalo instalado actualmente en Europa, y especialmente en España. La educación actual no es una educación para el ciudadano sino una educación para bendecir esta forma dual de poder político.
¿Es ético? ¿Es inmoral? En sí no tiene connotaciones morales. Una sociedad de cazadores impuesta por el entorno tendrá que enseñar a los niños a cazar y no a cosechar, de ello depende su supervivencia. El problema es que el poder político en Europa, y más en España, es voluble y diseminado. Hoy no existe una idea nacional clara, ni siquiera una idea clara de qué sistema político es al que aspiramos y eso repercute en la educación. Tenemos las regiones nacionalistas antiespañolas a las que se les permite arrogarse la función educativa de elegir a los más aceptables según su idea presente y futura del poder político, cosa que es de temer que termine poniendo en peligro la perpetuación del mismo sistema. Tenemos a los socialistas abriendo otra brecha educativa con sus contravalores éticos. Una astilla perfectamente solapable con el modelo antinacional de los separatistas.
El mayor problema de todos es que los propios defensores de la idea nacional han dado por pérdida la batalla y aplican los mismos modelos antiespañoles, pero adorndos con una pátina de brillantina mundana. El mejor ejemplo de esto, es el propagandístico e inviable modelo de la Comunidad Madrid de colegios bilingües. Seguramente dentro de diez años no necesitemos saber idiomas para trabajar ya que los ordenadores escribirán y harán las traducciones simultáneas, pero en cualquier caso, la diferencia entre un trabajador capacitado para realizar una tarea civilizadora y uno que no, no es que hable inglés o francés, porque África está llena de contraejemplos de esa simpleza. El que un trabajador español de mañana pueda vivir en un país prospero, donde independientemente de en lo que trabaje, tenga una vida digna y cubierta en lo material, está en que el poder político sea garante de su futuro. No que permita a través de la educación toda la sociedad se dirija hacia los abismos de la ideología y hacia los del centrifuguismo. Lamentablemente hoy nadie apuesta por eso ni siquiera en la teoría.