Revista Ciencia

Apuntes del Inframundo

Publicado el 29 mayo 2014 por Rafael García Del Valle @erraticario

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Hay en internet la transcripción de una conferencia dada por Enrique Eskenazi en 2004 sobre el tema del Inframundo y sus aspectos mitológicos y psicológicos, y que se basa en la lectura del libro de James Hillman titulado El sueño y el inframundo. En tiempos como estos, en que parece ser que el pueblo apuesta por los ideales supremos, “apolíneos”, para solucionar los problemas de este nuestro mundo imperfecto por naturaleza y, por tanto, imposible de ser “apolíneo” jamás de los jamases, se antoja que el tema viene bien para quienes aún dispongan de la capacidad de reflexión. O algo.

El cristianismo otorgó al Inframundo cualidades morales, identificándolo con el Mal y tergiversándolo como Infierno, donde las almas desobedientes con los valores impuestos sufren castigos eternos; pero, para el resto de cosmologías, el Inframundo es un lugar de paso obligatorio, tanto para los buenos como para los malos.

Comenta Eskenazi que la negación de la muerte en nuestra sociedad es pareja al olvido de Plutón, y tiene que ver con su banalización, es decir, con su reducción a un simple hecho físico. Esto significa que la muerte se limita a un suceso que acontece al final de otro suceso que es la vida; sin embargo, para los griegos, como para tantos otros, la muerte es una realidad complementaria a la vida, el anverso de la misma moneda y, por tanto, siempre presente. Se trata de una dimensión que acompaña, invisible, al mundo físico y visible.

Frente al resto de dioses, que eran personificaciones que poseían lugares propios y templos que presidir, Hades es lugar y dios al mismo tiempo. Esto se explicaría según una posible etimología: Hades es “a-ides”, que significa “sin imagen”, lo invisible. Y, de ahí, lo “ausente”, lo que no tiene un lugar visible.

Hades es el dios-lugar de las profundidades y por tanto, el viaje requiere alejarse de la superficie del mundo y acceder a un reino invisible y profundo. Para acceder al Hades, por tanto, hay que recurrir a capacidades ajenas a los sentidos físicos, pues estos sólo sirven para aquello que se manifiesta en el mundo visible.

El acceso al Hades implica un descenso; resulta significativo para el caso que el término psicológico para la “depresión” proceda de un accidente geográfico relacionado con las hondonadas: “al reino de Plutón no se desciende alegremente, dicho de otra manera: se cae”; va acompañado de dolor y sentimiento de pérdida.

Y, sin embargo, es el viaje que conduce a la sabiduría. En este sentido, el romano Plutón tenía algo del griego Pluto, dios de las riquezas; pero sus riquezas no pueden ser materiales, pues es invisible y ausente. De hecho, para poder atravesar las diferentes puertas del Inframundo, es necesario ir despojándose progresivamente de cuanto contenido físico llevan encima.

Es decir, que para poder acceder a lo más profundo del Hades, al tiempo que es inevitable alejarse de la luz por la naturaleza del camino en sí, hay que deshacerse de todo lo físico según se avanza.

Homero nos cuenta que lo que habita el reino del Hades es psique, pero no thymos; el deseo ahí ya no existe. Este es el gran cambio en la entrada al reino del Hades: se deja el deseo, se deja el cuerpo y sólo puede entrar el alma, porque el alma desde su origen pertenece a la profundidad.
Por lo tanto se entra al Hades, no sólo cuando morimos físicamente, entramos mucho antes cuando experimentamos una pérdida de lo que llamamos pasión por la vida, acción, urgencia vital (thymos), desaparición del deseo y sed de vida. Desaparece también la espacialidad, la corporeidad, y pasamos de un mundo tridimensional (corpóreo) a un mundo sin cuerpo, sin espacio, e infinito: el del alma, el de las imágenes.

Homero habla del Hades como un mundo indeterminado y sombrío, ocupado por las sombras. No llega la luz y, por tanto, todo resulta indeterminado, sin contornos, “ilimitado”. Según esto, al final del camino resulta que hemos accedido a un mundo completamente “onírico”; de ahí que los sueños sean herramientas para el conocimiento de la oscuridad. Pues, en realidad, los sueños forman parte del Hades.

La tergiversación del Hades por parte del cristianismo implica la represión de las sombras, el no querer acercarse a las mismas puesto que se las ha identificado no ya con el paso obligatorio para encontrar la sabiduría, sino con lo moralmente indeseable; tal es como entiende Jung el problema de ignorar lo inconsciente.

En la defensa imposible contra la muerte que mueve a la cultura occidental, reflexiona Eskenazi, se incluyen nombres como “salud, pensamiento positivo, curación, crecimiento”. Tales son los aspectos que no tienen cabida en el Hades:

allí, en el mundo profundo del alma no existe el crecimiento ni la expansión, ni las resoluciones psicomágicas, sino que entramos en contacto con la disolución, con el desmembramiento, con la confusión o, para ser más exactos, entramos en contacto con el viejo adagio alquímico: la putrefactio. Transitar por este desmembramiento, abandonando nuestras viejas convicciones, es la verdadera iniciación hacia el mundo del alma.

Según Heráclito, cada vez que se cede al deseo se pierde el alma, es decir: cuanta más actividad, menos contemplación.

Pero, ¿qué pasó al llegar la propuesta cristiana para lograr que los conceptos alma y espíritu se convirtieran en antitéticos? Se produjo en la sociedad una propuesta política que fue crucial, fruto, tal vez, de un exceso de idealización extrema, de anhelo casi suprahumano; probablemente muy condicionado por el gran sufrimiento que provenía de la enorme corrupción del Imperio romano.
De tal modo que los primeros cristianos van a cambiar el concepto del alma por “pneuma” y en el afán de hacer espíritu van a perder el alma. […] la conversión que pide San Pablo es adquirir pneuma y dar psique a cambio. Psique por pneuma, y por lo tanto nos convertiríamos en “pneumáticos” y así ya no habría que morir, ya no habría descenso”.

Esto llevó a la identificación del Inframundo con el Infierno y a la dualidad intransigente: el espíritu frente al infierno. “Ya nunca más tendríamos que mirar hacia abajo y hacia dentro, sólo hacia arriba y vigilando para siempre”.

Freud concibió lo inconsciente con los mismos rasgos del infierno cristiano; un lugar cargado con todo lo horrible y destructivo de la vida, de lo que es mejor huir; para ello, el psicólogo ayuda a su paciente a encontrar la luz lejos de tales ámbitos.  Desde entonces, la psicología está mayoritariamente orientada al exterior, habiendo alcanzado con el tiempo unas proporciones “enfermizas”:

…todos vemos el auge del mundo ilusorio y oportunista del coaching, o de la psicología new age, que tiene como objetivo sólo lo exterior: la participación mayor en la sociedad, la mejor adaptación a la realidad, y como resultado una mayor sumisión del individuo y, a la par, una gran banalidad.
Se define a una persona psicológicamente sana como alguien que está siempre en relación con otros, que participa en el mundo diurno de la efectividad, que “funciona” en términos de realidad entendida como “el exterior”, que se integra en los quehaceres sociales y sobre todo que está en actividad constante.
Una psicología con esta ideología, y esta praxis, rechazará y perseguirá todo lo que se concibe como “el otro lado” y, ¿qué hay en ese otro lado del espejo? Lo otro es el vacío de la vida, la improductividad, la contemplación, la resistencia a cambiar o a vivir en función de realidades exteriores, el deseo de morir, los sueños, la imagen de la muerte, los pensamientos dispersos, lo que no une sino que separa, la melancolía, el odio, todo lo que no se muestra sino que se esconde… y a gran parte de todo eso lo va a llamar depresión, insano, psicopático; un pathos que no es sólo padecimiento sino que es interpretado, tratado y medicado como enfermedad.
Desde una psicología tan superficial se traiciona y se “psiquiatriza” el sentido profundo y oscuro de la vida psíquica.
Vivimos en un tiempo obsesionado por la idea (formulada como un “ideal”) de avance, de crecimiento, de enriquecimiento, que tanto en la psicología new age, como en las mal llamadas disciplinas esotéricas, o pseudo-espirituales, se manifiesta por programas y aspiraciones de crecimiento, de superación. Se trataría de crecer y superar los aspectos oscuros a fin de hacer la propia vida más rica, más entera, más plena. Y eso es una falacia y una constante banalización de lo anímico.

Sería Jung quien “oscureció” algunos aspectos crísticos con la intención de recuperar la experiencia cristiana original, recurriendo al gnosticismo y a la literatura hermética sobre la que se sustentaba la Alquimia. Pero tales historias, me temo, habrán de ser contadas otro día.


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