Desde tiempos olvidados por la datación cifrada y en la cual se forjaba en la lectura un uso de razón, existen esos extraños seres. Entes cuya labor era -y es- indicar el linde entre dos o quizás varios universos. Seres feroces en apariencia y cuyos hábitats eran puestos fronterizos, lugares comunes en los márgenes cartográficos de los navegantes, señales incisivas en los caminos de los viajeros, columnas en los portales de megalómanos portales o palacios resquebrajados por el sopor de los huérfanos vientos. Allá, en lejanas como cercanas coordenadas, aparece el confín de la realidad impresa o el cruce de miradas que pugnan por un knock out sin compasión alguna para quien se espolea un ánimo a la hora de atravesar dichas aduanas. Tras esos umbrales que regentan dragones, ogros y otros seres enigmáticos se esconden mundos policromáticos. Mundos laberínticos donde la palabra es deshonesta ante el mercader y libre de su enrosco temporal. Espacios donde los seres atienden a unas pautas de conducta inquietas como iverosímiles; donde la retina se pausa y se cronometra con pasos parsimoniosos. Regiones que, a fin de cuentas, no están sujetas al léxico de los mortales. Son pocos los testigos que han sabido retornar al puerto de partida y menos aún aquellos cuyas comisuras han vuelto a deshilarse para pincelar sus impresiones. Y quizás por ello se les había advertido que allá como aquí yacen dragones.
Fernando León de Aranoa y su caleidoscópica mirada
Ya fijaba José Saramago una atención en la necesidad de descifrar el orden que alberga el caos. En esta orilla donde nos toca respirar con la premisa de (sobre)vivir, existen cuestiones muy cuestionables, una cacofonía afónica, unos comportamientos como sentimientos inconclusos en su entendimiento. Con esta pretensión de ordenar dentro de un caos, de escribir para atender a la vital importancia del entender, el cineasta y escritor Fernando León de Aranoa nos obsequia un portal hacia esos otros mundos, hace cofrades a los lectores en este viaje del entendimiento. Con un uso exquisito de la ficción para entender la realidad y una mirada caleidoscópica como introspectiva, Fernando León de Aranoa exhibe en "Aquí yacen dragones" unos cien microrrelatos o cuentos de breve extensión -género que lamentablemente se ha marginado o encasillado en estantes inapropiados- surgidos de sus libretas de viaje, de espera, de creación. Si bien es cierto que no es su primera obra literaria, el cineasta madrileño demuestra una gran capacidad en el arte de lidiar y domar las palabras. Con una voz en off rotunda como poderosa y un lirismo pleno, haciendo a la par uso de unos giros como ritmos voraces y sin menospreciar la presión atmosférica que causan el humor como la desesperanza brotada del pecho del lector, el autor de este compendio de relatos escribe un maredamen que sabe a dulce de guayaba. Son relatos que deben absoverse con salas de esperas, con un tiempo exinto en estos tiempos, a saber: con paciencia. La madurez literaria de este genio del séptimo arte, radica a la par en el apoyo de diferentes soportes, de documentos cuya naturaleza ha quedado extraviada y convertida en residuo en nuestros mundos pero que, al cruzar el umbral de la ficción, son la basa perfecta para construir relatos de extraordinaria belleza. Pocos, además, son capaces de cautivar al lector con una famélica cartuchera de palabras. Como pistolero solitario en el desierto de nuestras letras, como un apátrida cuyo único hogar se sitúa en el lirismo mágico, sabe escoger palabras apropiadas para clavar al lector una apertura en su lata. Avisados quedan: aquí yacen dragones.