Revista Cocina
Lo que ocurre en el pasado vuelve a ser vivido en la memoria. John Dewey.
Hay productos, ingredientes, olores y sabores que me hacen revivir mi niñez, escribir sobre ello algunas veces es duro y difícil para mí; me hace sentir físicamente una opresión en el pecho, un nudo en la garganta y se me empañan los ojos, dejando escapar lágrimas y dolor en el alma recordando a mis padres.
Miro ahora en el supermercado la barrica mágica de arenques, arencas como las llamaba mi madre, un barril que me ha hecho soñar, que me obliga a revivir una vez más, que aunque me cueste me traslada a mis tres o cuatro añitos a las tiendas de comestibles del Palo, sobre todo a aquel ultramarinos que estaba cerca del Paso a Nivel donde vivían mis abuelos paternos.
Aquella tienda donde mi madre me mandaba a comprar el pan, una telera, donde sostenido en una esquina, para que se vieran bien, siempre había un barril de arencas justo al lado del peso de platillos doble con sus pesas delante; en otra esquina la máquina para rellenar las botellas de aceite a granel y la cizalla para cortar el bacalao que colgaba junto a las morcillas y chorizos, no faltaba el queso de bola, el aroma de la malta recién molida, una enorme lata de mantequilla amarilla y las negras tabletas de chocolate partidas en onza.
Todo ello en el mostrador, donde justo delante y a los lados casi en fila, estaban los sacos de arpillera con garbanzos, habichuelas blancas, lentejas y patatas. En el aire flotaban los olores que invadían la tienda, pero era especial la del pescado en salazón que se desprendía de las sardinas arenques alineadas y apretadas en el barril de madera.
Envueltas en papel de estraza llevaba las arencas desde la tienda a mi casa.
Aún suena el chasquido de las arencas apretadas por mi madre dentro del papel de estraza en el quicio de la puerta.
Aún huele la arenca desmigada sobre la rebanada de pan, aún me llega el olor de ése desayuno para mi padre, que tanto nos gustaba: arencas fritas y en el mismo aceite un huevo frito.
Aquellas arencas que me contaba mi madre, alineadas en los salazones donde trabajaba en su más tierna juventud y que preparaba al igual que las anchoas; aquellas salazones que alejaba al terrible jinete del hambre en la época de la post-guerra y que sufrieron tantísimos malagueños, entre ellos mi madre y sus hermanos.
Las arencas, un producto que las personas de mi edad recordamos, pero que con el paso del tiempo se ha ido perdiendo la costumbre de prepararlas y consumirlas.
En ésta entrada, intentaré explicar como limpiarlas y prepararlas para consumirlas ya limpias y en aceite.
Siempre tendrán la oportunidad de liarla en papel de estraza y aplastarlas en el quicio de una puerta. En unos días publicaré una entrada con la arenca frita, con su huevo correspondiente y mañana, sin más dilación una deliciosa forma de comerlas: una pipirrana con arencas.
¿Cómo limpiarlas?
Cortar la cabeza por detrás de las aletas pectorales con unas tijeras.
Cortar los bordes del cuerpo de la sardina por el dorso y el vientre.
Con un cuchillo raspar las arencas desde la cola hacia la cabeza a fin de quitar las escamas.
Quitar las vísceras del interior del lomo de la arenca.
Sacar los lomos pegando el cuchillo a la espina central, primero un lago, posteriormente el otro.
Enjuagar los lomos, poniéndolos debajo del grifo a fin de quitar la sal y las posibles escamas que hayan quedado en la piel.
Con un cuchillo afilado quitar las espinas adheridas a la zona de la ventresca, procurando que en los lomos no queden ninguna espina
Perfilar los lomos para que queden rectos y repasarlos con los dedos para asegurarse de que no tengan espinas.
Colocar los lomos boca abajo en un cuenco y cubrir con aceite de oliva virgen extra (a ser posible malagueño).
Aconsejo esperen para consumirlas, unas 24 horas.
En ésta ocasión:
Vueltas con el lomo hacia arriba, bien regadas de aceite de oliva, ajo y perejil picadito, para colocarlas sobre un trozo de pan tostado.
¡¡ Buen provecho !!