En 1972 se jugó un histórico partido de fútbol entre Alemania y Grecia en el Olympiastadion, en los Olímpicos de Múnich. Un video en Youtube reproduce esta guerra a muerte entre las dos potencias y es narrado con el entusiasmo insufrible de un comentarista deportivo. Los jugadores teutones salen del camerino liderados por Hegel, su capitán. La alineación es un 4-2-4: "Leibniz en la portería; defensa de cuatro con Kant, Hegel, Schopenhauer y Schelling; adelante Schlegel, Wittgenstein, Nietzsche y Heidegger, y en la mitad Beckenbauer y Jaspers. Beckenbauer, obvio, es una sorpresa menor".
Salen los togados del onceno helénico: "Y aquí vienen los griegos, liderados por su veterano mediocampista, Heráclito (...) Como era de esperar, es una alineación más defensiva: Platón en la portería, Sócrates a la delantera, y Aristóteles como líbero (...), la inclusión de Arquímedes es inusual."
El árbitro camina por la línea central flanqueado por dos hombres de negro con halos celestiales, se trata de Confucio y sus dos jueces de línea, San Agustín y Santo Tomás de Aquino.
Hegel y Heráclito se dan la mano, el juez central pita. ¡Comienza el partido! El balón, estático en el punto central de la grama, es ignorado por todos los jugadores que en profunda contemplación deambulan dispersos por el campo de juego. Nietzsche, a mitad del partido, interpela al árbitro, lo acusa de no tener libre albedrío y recibe una tarjeta amarilla (la tercera amonestación en cuatro partidos). Un jugador rollizo, barbado y en sudadera calienta en la pista, es el reemplazo de Wittgenstein. Se trata de Karl Marx, señal clara de que Lutero, el director técnico, quiere revolucionar el medio campo. Marx entra a la cancha y... nada pasa. La "esférica" no se ha movido.
A un minuto de finalizar la contienda, Arquímedes exclama "¡Eureka!" y patea la pelota: "Arquímedes a Sócrates, Sócrates de nuevo a Arquímedes, Arquímedes a Heráclito, dejan atrás a Hegel, Heráclito se proyecta, viene al segundo palo, Sócrates está ahí, se adelanta, cabecea, ¡Sócrates marca el gol! Los griegos enloquecen [...] los alemanes lo disputan: Hegel sostiene que la realidad es simple y nada más que un adjunto a priori de éticas non-naturalísticas, Kant mantiene -vía el imperativo categórico- que desde un postulado ontológico la celebración solo existe en la imaginación y Marx afirma que el gol se produjo en fuera de juego". Se repite el gol desde otro ángulo: Marx tiene razón, es ilegítimo, pero final, final, no va más, Confucio da por terminado el partido. Grecia 1, Alemania 0.
El "Partido de fútbol para filósofos" es una pieza de los Monty Python, una selección de cómicos británicos que tuvo una popular serie televisiva. La secuencia pone a la par balompié y filosofía: el acto intelectual, solitario y campanudo, se trenza con el acto físico de un picadito gregario donde "el que piensa pierde" o donde la única forma de marcar un gol es filosofar haciendo.
Enfrentar arte y fútbol es invocar la caricatura, la religiosidad del juego minimiza las interpretaciones solemnes de tanto artista que fatiga el cliché -la excepción es el trabajo de unos artistas ninguneados: los fotógrafos de prensa-. Pareciera que solo el que se toma el humor en serio puede producir buenos resultados con el fútbol -recordar al caricaturista Fontanarrosa-, una pauta de sentido y sensatez para artistas ambiciosos tan inflados de toque-toque teórico y mercantil como vacíos de experiencia en el terreno de juego.
Hay, sin embargo, una obra cinematográfica que muestra un enfrentamiento virtuoso, simétrico al partido de los filósofos aunque opuesto a su ánimo. Se enfrentan el Real Madrid y el Villarreal por la liga española el 17 de junio de 2004 en el estadio Santiago Bernabéu. La clave de la filmación no está en el conjunto sino en un único jugador que, tenga o no el balón, es seguido de forma continua por 17 cámaras a lo largo de todo el juego.
Zidane, un retrato del siglo XXI, la película de Douglas Gordon y Phillippe Parreno, se centra en un solo futbolista introspectivo que, acompasado por la devoción de la multitud se abre a diagonales, horizontales, parábolas, triángulos y centros de metafísica y absurdo. Zidane recibe y hace pases infraleves, juega centros proféticos y hace paredes tan ilusorias que se hermana con cualquier espectador que haya intuido que los instantes poéticos del fútbol van más allá del gol.
(Publicado en Revista Arcadia #105)