Ilustración: Lucero G. Michel
La moral está intrínsecamente atada a lo que es aceptado en una sociedad, la tan llamada “norma”. Aunque en muchas culturas simplemente la define y de igual modo no se puede desligar de los sistemas religiosos. Es un conjunto de reglas que delimitan el comportamiento del ser humano que permite la sana convivencia. Y al margen de tan subjetiva percepción, se forjan las bases para la indiferencia.
Cada uno de nosotros se ha visto o se verá en algún punto de su vida ante una situación o problema, que amerite intervención de nuestro buen juicio o ejecución de nuestro obrar. En el confrontamiento de dos partes o en su mayoría de los casos, el vil abuso de uno sobre otro. Algunos se inclinarán por ser valientes y encarar dicha problemática, pero muchos otros preferirán optar por ser indiferentes. Podremos darnos el lujo de avistar todo tipo de dilemmas que pudiesen ser catalogados como injusto, que dado a lo común y repetitivo de su esencia, toma una capacidad subversiva. Entonces nos vemos en una sociedad cambiante, degradante, en la que lo injustificable, encuentra la manera de como justificarse por medio de la retórica.
Puede que el miedo sea lo suficientemente estupefaciente para que nos haga pasar por alto las lagrimas de nuestro prójimo, el sufrimiento concurrente o la desesperación desasosegada, un llanto desvalido. Nos empuja a ser cómplice de lo malvado. Pues de manera automática nos convertimos en partícipe perversos al tener conocimiento o permitir la injuria del mal sobre alguien y no hacer nada al respecto. Estamos de parte del malhechor, al consentir indirectamente con su atrocidad pese a nuestro entendimiento de lo ruin que le caracteriza.
¿Como te sentirías si fueses tu quién necesitado de ayuda y a nadie le importara? ¿Será que ya estamos acondicionados a este nuevo modus operandi que permite el recorrido libre a la impunidad sin ningún tipo de intersección? Pareciera que la moral ha sido desplazada a ser una mera lanza que se usa de manera hipócrita, para infringir dolor; que puede ser doblada a extremos casi quebrantables, cada vez que fuese necesario, por quien tiene el poder o la capacidad de hacerlo.
Hay un sentimiento de individualismo en cada uno de nosotros que se ha acrecentado. Cada vez más la gente quiere lo propio, lo suyo, y de ese modo desentenderse del colectivo para alejarse a compartir solo consigo mismo. De hecho ese es uno de los síntomas del desarrollo: El poder estar viviendo al lado de desconocidos por años de compartir un mismo espacio. Pues no me importa lo que te pase a tí, ni tampoco a tí lo que a mí me pase. Quien haya dictado esta nueva forma de vivir, claramente no tenía en cuenta lo mejor para nosotros, pues esta dinámica va en contra de la naturaleza y de la salud del ser humano como criatura social. Solo tengan al pendiente antes de tomar la indiferencia como opción de vida que puede que solo llegues más rápido, pero acompañado, llegarás más lejos.