Revista Opinión

Comentario: Notas Discordantes

Publicado el 04 abril 2015 por Tomás Michel

IMG_5029En la viña del señor hay de todo. Están aquellos individuos que cuando le hablas de música, lo primero que les llega a la mente es Bach y Mozart aludiendo a su alta cultura; están los fulanos como yo, que piensan en Álex Ubago y Miguel Bosé son bastantes decentes; por último, están los que muy briosamente gritan “A ella le gusta la gasolina” mientras irremediablemente se acuclillan ya sea para pronunciar su pelvis hacia el frente y ofrecerla al ayuntamiento o para atrás, y regalar su parachoques de presente de fin de año.

No me manden a fusilar por esto, pero considero de muy mal gusto que en el internet circulen artículos científicos que afirmen —luego de haber hecho los estudios pertinentes— que las personas que escuchan reggaetón tienen una capacidad intelectual inferior a sus conciudadanos ¿Por qué? Por la sencilla razón de que es un insulto a la capacidad de observación que cada uno de nosotros tiene. Pues en la educación básica, todo el que fue a la escuela a estudiar y no a buscar novio, sabe como se está batiendo el cobre con respecto al aprovechamiento académico de nuestra generación. Hubiese sido más benévolo por parte de aquellas personas embatadas tan blancamente como perlas, que no insistieran en incrementar la estigma que ya de por sí se tiene en nuestra sociedad para con este particular grupo de poco gusto y/o baja escolaridad que le encuentra la gracia a Daddy Yankee.

Seamos objetivos, esta problemática del discrimen dentro de la música aparenta ser cíclica, y siempre de entre los géneros emergentes en su respectiva época, los ya establecidos y sus representantes, se sienten en la necesidad de hacer de este un chivo expiatorio con el cual erradicar sus culpas y adjudicarle la infracción de la decadencia de la sociedad, cuando eso recae en todos; que lucifer haya sido el ángel de la música en el paraíso tiene poco o nada que ver con esto. Al menos eso creería uno, hasta que ves como en semana santa se inunda las playas de manera blasfema, de gente que llevan sus carros modificados con bocinas supersónicas, quienes a última instancia se congregan y no precisamente a recitar los versos de la biblia. Se enfrascan de hecho en un lucha campal de quien puede retumbar más fuerte la confraternización primaveral, mientras muchos otros bailan al ritmo de estas musicalidades sexualizadoras de poca profundidad y vanal composición, claro, haciéndole honor a sus antepasados los Australopithecus afarensis; sin duda alguna un ritual de pseudo-apareamiento —o más bien foreplay— al que estos jóvenes le llaman baile y al que muchos antropólogos les llamaría la atención para hacer sus investigaciones de campo. Quién dijo que hay que irse a Borneo en busca de una tribu que no haya visto la civilización jamás para hacer un artículo despectivo sobre la “evolución” sociocultural de una población. Y el termino evolución en este contexto esta en definitiva comprometido. Es por razones como estas que no importa cuantos libros lea y cuantos pensadores estudie, jamás dejaré de creer en el Cristo; este mundo se tiene que acabar, por que más que corrupto, está vuelto una sátira de las más rastreras.

Si Beethoven resucitara y viniera a la isla para estas cofradías playeras a escuchar tales melodías (que deberían ser prohibidas y categorizadas como contaminación auditiva, por el mismísimo gobierno federal) sin duda alguna se volvería a quedar sordo sin más remedio; de igual manera Borges se quedaría ciego con tal resquebraje de la etiqueta y Charles Chaplin, mudo como en sus revolucionarios y críticos filmes a blanco y negro, pues ahora el último de sus problemas sería el hacerle la crítica a la cultura explotadora del trabajo y a la exacerbada depresión económica y pasaría a ser coreógrafo. Dios no entregó a su único hijo a los romanos para que lo crucificasen y como premio tuviéramos la libertad de tener orgías con trajes de baño en la arena, mientras los tímpanos se llevan a su máximo castigo; para aquellos que saben degustar del realismo mágico en su máximo sarcasmo, visite su costa más cercana en semana santa.

 —Tomás G. Michel


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