Soluciónalo todo. Es lo que Reed Richards se dice a sí mismo en el primer número de la colección regular de los 4 Fantásticos guionizado por Jonathan Hickman.
Como premisa inicial es, cuando menos, arriesgada. Resuélvelo todo. No dejes nada sin atar. La gran idea de un guionista ambicioso. Osado como poco. Alguien que nada más empezar, se traza una meta difícil de conseguir. Un desafío casi imposible. Y sin embargo, para sorpresa de todos, Jonathan Hickman está muy cerca de conseguirlo. Increíblemente cerca.
Pero empecemos por lo malo. Que lo hay. Nada es perfecto en esta vida, salvo Watchmen. El primer reproche que tengo que hacerle a esta etapa es quizás también su mayor virtud. No se disfruta plenamente de ella hasta que no tienes unos 40 números (aproximadamente) en tus manos y la historia se completa y te desvela todo los secretos que habían estado allí planteados desde el principio. Esa magia que surge ante ti al releer lo publicado conjuntamente y ver cómo van encajando cada una de las piezas, se pierde si coges algún número al azar de la colección y lo aíslas. Que todo funcione como un inmenso mecano va en detrimento del lector casual que se acerca de vez en cuando a la colección y se aleja abrumado al no entender nada de lo que allí se está planteando. O sea: o te la compras toda o no te la compres. Así de sencillo. La maldita descompresión. Además, Hickman comete la temeridad, la audacia de manejar un buen número de elementos clásicos y simbólicos de la colección. Utiliza villanos, escenarios, personajes y tramas clásicos siempre presentes en cada una de las etapas de los astronautas de lo imposible, pero en lugar de desarrollarlos uno a uno y de manera aislada y paulatina, los entrecruza a lo largo de la historia, haciendo un mural extenso en el que cada uno tiene su parte, lo que nos lleva en ocasiones a verlos desdibujados, a sentir que quizás tendría que haberles dedicado un poquito más de tiempo. A Annihilus. Al Doctor Muerte. A los Kree y a la Inteligencia Suprema. Al Hombre Topo. A los Inhumanos. El segundo reproche es, al estar hablando de una colección de Marvel, prácticamente inevitable. 40 números, dos colecciones diferentes, periodicidad mensual. Razones más que suficientes para derivar en un baile epiléptico de dibujantes. Buenos, malos, regulares, mediocres, confusos. Y eso no mola, gente. No mola nada de nada. En historias como estas en el que se aprecia una continuidad argumental clara, en el que todas las cosas están relacionadas y van hacia el mismo sitio, se agradece que haya cierta uniformidad estética, algo que amalgame y le dé una coherencia formal más allá del argumento. Y no me digáis que no es posible. Mark Bagley estuvo más de 100 números dibujando Ultimate Spiderman con puntualidad británica. Hay gente competente y muy capaz, quizá no estelar, pero sí profesional y constante. Y era eso precisamente lo que la historia requería. Un Mark Bagley de turno. No intercalar números de un Steve Epting al que detesto profundamente con una serie de autores al azar. Y a pesar de todo, a pesar del mareo gráfico, de abarcar más de lo que se puede apretar, de necesitar 40 números mensuales de 22 páginas para contarnos algo, puedo decir convencido que lo que he leído me ha encantado. Puro momento bipolar. Al enfrentarme a los 9 tomos en preciosa tapa dura y con solapa brillante enviados de forma diligente por Amazon (incluyo aquí el Dark Reign: Fantastic Four que sirvió como prólogo no oficial a la andadura de Hickman en la colección regular) como un ente completo, he comprobado que nada más abrirlos y comenzar a releer, una sonrisa cruzaba mi cara. La sonrisa de la comprensión. De la idea feliz que te asalta ante un problema complejo. La sonrisa del ahora lo entiendo todo. Y es que todo estaba allí. Desde el principio. Desde la primera viñeta. Todo planteado. Todo listo. Todo esperando a ser desentrañado como un complejo nudo. Pocas cosas pueden igualar la felicidad que siente el lector cuando ve encajar las piezas, cuando descubre el engaño, cuando se le desvela la sorpresa, cuando puede ver el plan maestro en toda su extensión. Hay algo de prodigioso en la etapa de Hickman que no puedo describir, un sentimiento de grandeza que subyace a pesar de que en ocasiones el desarrollo no alcanza el nivel que uno podía suponer en un principio, un germen que plantea grandísimas ideas, y hace que puedas disculpar algunos momentos demasiado extraños, demasiado complejos, demasiado confusos. Porque al final los grandes aciertos planteados son más y mejores que los problemas que se crean. No importa que el diseño de los trajes de la Fundación Futuro sea directamente horripilante y pueble a menudo mis pesadillas. No importa que usemos una vez más a Spiderman como reclamo eterno. No importa que matemos a un personaje con la promesa de que está vez sí que sí, cuando todos sabemos que en el Universo Marvel la única ley inexorable que siempre se cumple, es la de que nadie permanece muerto demasiado tiempo. El cónclave de Reeds o el viaje con el Víctor Von Doom del pasado para acabar con un futuro Nathaniel Richards son simplemente geniales y compensan con creces todo lo demás. Una etapa que estará a la altura de las mejores de la serie. De aquellos números de un John Byrne tocado por la varita del dios Kirby que me acompañaron en la infancia.Ah. Y Galactus. También sale Galactus. El Galactus muerto, nada menos. Y un ejército de cucarachas que te devoran por dentro.
Nuff said. Sigue a Javier Marquina en Twitter: @IronMonIsBack. Lee también La Isla de las Cabezas Cortadas.