Revista Cultura y Ocio

Arturo Pérez Reverte - El Asedio

Publicado el 13 octubre 2010 por Polonius

Arturo Pérez Reverte - El Asedio
Cuando una persona visita una ciudad de su país donde no ha estado antes, experimenta una serie de sensaciones en las que se mezclan la novedad con la familiaridad. Sus monumentos, calles, plazas, bares, gente, puertos y playas si los tiene, acentos al hablar, etc, serán nuevos y hasta sorprendentes, pero al mismo tiempo habrá un fondo familiar común al resto del país, que ayudará al visitante a navegar mejor por esas aguas desconocidas y sacarle más jugo a la visita que si fuera extranjero. Cuando se visita ciudades de otros países, este fondo básico va desapareciendo cuanta menos familiaridad se tenga con el idioma, cultura y costumbres de ese lugar, pero la experiencia podrá ser gratificante también, aunque haya detalles que no se aprecien y cosas que a uno le pasarán desapercibidas mientras no adquiera esa cierta familiaridad.
Algo así son los escritos de Arturo Pérez-Reverte (y digo 'los escritos', porque lo de 'la obra' suena un tanto pomposo, cosa que él odia, y 'los libros' no acaba de cubrir su vertiente de reportero y articulista, que es fundamental en él): desde hace años ya, se viene hablando de un lugar llamado "el territorio Reverte", donde se desarrollan los relatos del escritor cartagenero. Es un país de héroes cansados, de reglas personales más o menos retorcidas, de lucidez alcanzada tras experiencia en carne propia, de sufrimiento de desencantos sin abandonar, de malos que ganan pero al menos les sangra la nariz, de mujeres sabias de siglos que son misterios que descifrar para los hombres -y a veces hasta para ellas mismas-, y de gentes que hubieran sido grandes vasallos si hubieran tenido buenos señores. Es un sitio donde quien haya pasado por él antes, sabe que cada nueva visita le traerá esa mezcla de novedad y lugar conocido: nuevos personajes que parecen familia o hasta antepasados de los anteriores (y hasta de uno mismo), nuevos trabajos que pasar y que pondrán a prueba las reglas que uno tiene o cree tener, nuevas mujeres-sirenas que a pesar de que sabes que te llevarán con sus cantos donde quizá no quieras, habrás de ir, porque ellas saben y tú no...
A Reverte le ha salido un relato que no cabe del todo en la descripción de novela histórica o romántica o folletinesca o bélica o policiaca.
Este territorio no es mera coincidencia. Pérez-Reverte ha llegado a decir que él escribe siempre la misma novela, y que eso es lo que hacen los buenos autores. Que hay que desconfiar de quienes escriben cosas demasiado diferentes entre sí, porque entonces lo están robando de otra parte. Porque no es auténtico. Porque va más allá del derecho a imaginar, a novelar, la realidad que uno ha vivido o leído. Por eso su obra escrita, aunque no es la misma todo el tiempo ni mucho menos, sí tiene una relación mutua entre sí que ha llevado a la creación de ese llamado "territorio Reverte". Y por eso ahora, 21 años de reportero, 24 de novelista, 16 de columnista, y, en fin, 58 de vida vivida, leída, escuchada e imaginada, han puesto sobre el mapa uno de los lugares más fascinantes que pueda uno visitar en ese territorio: el Cádiz de 1811-12 que aparece en su nueva novela, la más larga que ha escrito nunca, de más de 700 páginas, llamada "El asedio" (Alfaguara, disponible en FantasyTienda).
En este libro Pérez-Reverte ha hilado varias tramas juntas que hubieran podido de por sí ser novelas independientes. De esta forma le ha salido un relato que no cabe del todo en la descripción de novela histórica o romántica o folletinesca o bélica o policiaca. Por continuar con la analogía geográfica, es como si el territorio Reverte original fuera una metrópolis que se hubiera extendido a base de conquistadores, haciendo colonias en otros territorios, y "El asedio" fuera resultado del mestizaje, y de la sangre mezclada, de varias maneras de hacer novela. De igual manera que ser español en 1811 podía significar ser de La Habana, de Buenos Aires, de Cádiz o de Galicia, o de varios de esos sitios a la vez, "El asedio" habla el mismo idioma, el de la novela, con varios acentos. Y lo mejor es quien haya pasado por ese territorio revertiano antes, reconocerá esos acentos como viejos amigos -o enemigos- y caminará con ellos por el lugar propuesto en medio de peligros, acechos... y tabernas con cafés, tortilla y vino. Quien no haya tocado nunca ningún puerto de este territorio, tendrá aquí un puerto de entrada donde encontrarse de repente con varias de las cosas más impresionantes que lo componen.
Para quien necesite saber algo de la trama, la principal de entre las que tiene es la investigación de una serie de brutales asesinatos de adolescentes en las calles de Cádiz, que se producen durante el asedio a que la ciudad fue sometida durante la invasión napoleónica de España. En medio de espías, guerrilleros, soldados, refugiados, parlamentarios que intentan forjar una nueva constitución y en fin, gente llana que simplemente intenta sobrevivir, Pérez-Reverte teje hasta seis tramas cuyos hilos se van entrecruzando por la ciudad y sus alrededores hasta la resolución final de cada historia.
Según explica el propio Pérez-Reverte, el Cádiz que aparece en esta novela está muy alejado de la pandereta, el pescaíto frito, la tacita de plata y el sol y la alegría sin fin. Es un lugar decimonónico, con poca luz de noche, donde la luz del día ciega en vez de ayudar a ver, donde llueve en invierno (el famoso día de la proclamación de la Pepa, según se nos cuenta, llovió a cántaros), y donde a las playas de la Caleta o el Puerto de Santa María no va uno a darse el bronceadito y el bañito, sino que se va a currar duramente en el mar, a encontrar cadáveres, o a preparar emboscadas contra ese francés que te trae ideas de libertad pero a quien odias con navaja de siete muelles porque te manosea a la novia o la hermana. Al igual que Cádiz siempre resulta en la vida real uno de los lugares más sugestivos y contradictorios que uno pueda ver, en la novela lo es aún más: estando cercada cual último reducto que resiste ahora y siempre al invasor, los asediados viven mejor y más cómodamente que los sitiadores, que están lo más lejos que se puede estar de casa y aún estar en España, y cuyos temibles cañones no llegan a dañar la ciudad por culpa de esos vientos del demonio que son parte del paisaje. Incluso quienes conozcan o hasta vivan en Cádiz hoy en día la verán con otros ojos a través de esta novela.
La galería de personajes es puramente revertiana. Está el comisario de policía Rogelio Tizón Peñasco, cuyo nombre ya anuncia la clase de ley que impone, viendo más útil ser temido que amado -y no siempre por los delincuentes-. Está el capitán de artillería francés Simón Desfosseux, empeñado en que sus bombas, obuses y morteros lleguen a estallar de una vez haciendo los daños que se supone que deben hacer para rendir a la ciudad. Está Lolita Palma, con quien se rescata del olvido a la mujer que de verdad hizo históricamente el trabajo del hombre, dirigiendo la rica empresa familiar, y sabiendo hacerlo porque estudió, porque sabe idiomas y porque es inteligente. Y porque es mujer, no a pesar de que lo sea. Lo mejor de ella es que no va a ser una heroína superfeminista y supermoderna, sino una mujer de su tiempo, en una ciudad pequeña (de unos 50.000 habitantes, hinchada al doble por la guerra) con lo que eso significaba. Está el salinero Felipe Mojarra Galeote, intentando sacar a la familia adelante añadiendo a su duro trabajo habitual el de guerrillero, que siempre les toca a los mismos, como el 2 de mayo les tocó a los mismos en aquel día de cólera madrileño. Está el taxidermista Gregorio Fumagal, afrancesado, solitario y amargado. Y está el marino Pepe Lobo, otro cuyo nombre anuncia lo que es: hombre que no se dedica a los cruceros de turistas precisamente.
Estos seis son los principales, los que tienen una misión que cumplir durante la novela: encontrar a alguien, destruir algo, robar algo, mantener a los suyos o meramente sobrevivir... pero a su alrededor aparecen otra serie de personajes igualmente atrayentes, cada uno apoyando o estorbando a los demás. Cada uno es una pieza sobre un gran tablero de ajedrez, cada una con sus habilidades, capacidad de moverse y eliminar o proteger a otra piezas. Hay personajes que incluso se ven de esta forma a sí mismos, y por encima de todos, así los ve el propio autor, apasionado de este juego.
Pérez-Reverte ha dicho que en esta novela están todas las demás que ha escrito. Si esto suena a autohomenaje o a disco recopilatorio de grandes éxitos, recurriendo a lo ya conocido cuando se acaban las ideas en la madurez, nada más lejos de la realidad. Lo anterior no está aquí como refrito, sino como cimiento sobre el que se construye algo nuevo y asombroso. Quien haya leído antes 'El pintor de batallas', 'El maestro de esgrima', 'Él húsar', 'La carta esférica', 'Territorio comanche', 'Un día de cólera', la saga de Alatriste o cualquier otra novela suya, notará su eco en ésta. Hasta rastros de un relato tan breve como 'Ojos azules' se pueden encontrar.
Continuando con la analogía sobre el juego, Pérez-Reverte siempre ha incluido en sus libros un elemento de jugar con el lector, invitándolo a entrar más al fondo y explorar el pequeño mundo que se le muestra. Si hay quien acepte jugar la partida que se propone, buscando las referencias a las novelas anteriores, puede aportar sus observaciones y encontrar otras que le ayuden aquí, en la página de fans Capitán Alatriste.
Disfruten este novelón, porque además, según Pérez-Reverte, éste seguramente será su último libro ambientado en el pasado, Alatristes aparte.
Texto tomado prestado de la Web FANTASYMUNDO
Aquí

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