El éxito de Ready Player One, de Ernest Cline, ha abierto el melón de la literatura que no le tiene miedo a Internet ni a su cultura. Las novelas tradicionales no se han atrevido hasta hace poco a abrazar al "enemigo" -antes la televisión, ahora Internet-, pero cada día está más claro que Internet está aquí para quedarse.
Autores y lectores de nueva generación digital entienden que puede construirse una literatura de consumo propio alejada de la ciencia-ficción. Una que tenga en cuenta que Internet ya no es ese "ahora" que puede convertir tu novela en ilegible si la anclas a una moda fugaz, o un elemento desconocido para el gran público, sino una parte integral de la experiencia humana.
Un mundo más veloz que la ciencia-ficción
El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto. -William Gibson, Neuromante (1984)
El problema de Internet es que la ciencia-ficción llegó antes: William Gibson y Bruce Sterling, entre otros, iniciaron a finales de los 70/principios de los 80 su propio movimiento dentro de la denostada ciencia-ficción: el cyberpunk. Una literatura en la que el concepto de ciberespacio se daba la mano con la paranoia y el temor contracultural hacia los Estados y las multinacionales. Es decir, un Philip K. Dick online. Con lo que no resulta extraño que una de sus referencias visuales fuera el Blade Runner de Ridley Scott, película legendaria que se pasaba el relato original de Dick por el forro.
El cyberpunk añadió lustre visual y futurista a tramas que, en realidad, giraban sobre gente conectándose a Internet para hackear algo que gente más poderosa no quería que se hackease. No es precisamente lo más divertido del mundo, así que el ciberespacio se tiñó progresivamente de atractivos extra, desde formas y colores cercanos a los de Tron en las redes de Gibson hasta el Metaverso de Neal Stephenson ( Snowcrash, 1992), un universo de videojuego no tan lejano al de los World of Warcraft...
O los de ese Ready Player One, cuyo éxito ha sido dirigirse a la generación de niños de los 80 con las herramientas actuales. Cline ha trazado una novela que es más una carga de memes y referentes pop para los que mamamos la teta del cine de Spielberg que una obra magna. Pero, precisamente, ese ha sido su logro: coger la fantasía llena de cibersamurais, hackers cools e inteligencias artificiales de los chicos del cyberpunk y traducirla en un producto vendible, de digestión sencilla.
Una flor de un día (su segunda novela, Armada, coge El Juego de Ender y la película Starfighter y los pasa por la batidora de Ready Player One sin el más mínimo acierto), en un momento en el que el cyberpunk está muerto y enterrado como género de ciencia-ficción, precisamente porque ya no anticipa el mundo. Gibson, su máximo exponente, es hoy un lúcido escritor de novelas de ficción especulativa, como País de Espías (2009) o Historia Cero (2012), con los pies apoyados en nuestro presente de drones y terminales inteligentes. Su Neuromante se ha quedado atrás.
La literatura surgida de Internet
El relevo lo tiene en escritores como Warren Ellis. El británico es más conocido por sus cómics que por sus novelas. Global Frequency, la mejor serie de televisión que (aún) no existe, planteaba un esquema de Misión Imposible más Internet, con una red social de especialistas en todos los aspectos imaginables contra amenazas terroristas. ¿Puede ganar un especialista en parkour a las predicciones de un Citymapper a la hora de recorrer Londres en hora punta para encontrar una bomba?
Ellis es un ciberactivista literario. Sus newsletters son la principal forma de comunicación con los lectores de sus novelas Camino Tortuoso (un recorrido dantesco por un Los Angeles construido a partir de las pesadillas de la Deep Web) o Ritual de Muerte (donde en cuatro páginas cuenta cómo hay una guerra entre brokers para conseguir la mejor conexión a Internet posible en los alrededores de Wall Street). Y la prueba de que integrar nuestro mundo no implica cepillarse géneros: escribe novela negra, pero sin necesidad de anclarse en una realidad pasada y muerta.
Dave Eggers con El Círculo (2013); Acceso no Autorizado (2011) de Belén Gopegui; Alberto Olmos incorporando Internet como un elemento más de Ejército Enemigo (2011)... La lista de los que se sitúan al otro lado de la vieja guardia e incorporan el siglo XXI a su narrativa va en aumento. Mientras, en los diarios, Javier Marías le cuenta a Juan Cruz que Internet es matonismo e imbecilidad, aunque "tiene cosas maravillosas".
Internet también es la fiebre DIY: los autores o editores que se lanzan a la piscina ante la facilidad de poner tu libro en cualquier tienda digital e ignorar los filtros marcados hasta hace una década y algo por editoras y, sobre todo, distribuidoras.
Los lastres del siglo pasado
"Cuando se agravó la guerra del copyright fue cuando empecé a entender de verdad que el coste de imponer el estilo del siglo XX de derechos exclusivos a los usuarios individuales del siglo XXI llevaría a un dramático recorte en las libertades que realmente importan, como la libertad de expresión y opinión, incluso la libertad de reunión y la libertad de prensa. Todos esos derechos se verían amenazados como resultado de la guerra del copyright" - Cory Doctorow.
Y luego está Cory Doctorow. El autor canadiense es la encarnación perfecta de ese nuevo modelo de escritor surgido de Internet. Él es parte de Internet: ha trabajado durante años para la EFF -la ONG que intenta defender la libertad de Internet-, es el coeditor de la otrora influyente Boing Boing ... Y su actitud literaria deja ver ese trasfondo: Doctorow fue el primer autor en publicar una novela con licencia Creative Commons, posición que ha mantenido hasta la fecha, con el argumento de que aumenta sus ventas.
Permite la traducción libre de sus obras siempre que no haya ánimo de lucro -algo que este periodista pudo comprobar en una antología de relatos- a cambio de algo tan simple como que se mencione su última obra publicada. Presentó un libro en Second Life cuando la comunidad virtual todavía estaba de moda como sinónimo del Metaverso. Etcétera.
No es causalidad que se haya lanzado al mundo Young Adult -la etiqueta de moda en la literatura juvenil, con Los Juegos del Hambre como estandarte-, con obras como Pequeño Hermano, For The Win o la novela gráfica En la Vida Real (jugadora de videojuegos conoce a esclavo online chino en su juego favorito). Escribe para una nueva generación de lectores, una que cada vez ve más ajeno el concepto de novela vicésima. Y sus obras se acercan más a la ficción especulativa de un mundo conectado que a la ciencia-ficción pura. Dentro y fuera de sus páginas, Doctorow encarna un nuevo modelo de autor de la era Internet.
Comprender el mundo
La transformación que ha supuesto Internet ha traído consigo un renacer del ensayo. Incluso a la contra. Aparte de autores que no pasan de moda y son necesarios para entender la evolución mediática y social durante el último medio siglo (La Sociedad del Espectáculo, de Guy Debord; Cultura y Simulacro, de Baudrillard), o pioneros en el terreno de las redes (toda la obra de Manuel Castells) y el paradigma cultural al que nos han llevado (Homo Sampler, de Eloy Fernández Porta), Internet también ha sido el origen de obras propias y recientes que se alimentan de la red y diseccionan su presencia en la esfera humana.
Posiblemente Superficiales (2011), de Nicholas Carr, sea uno de los libros más influyentes de nuestro tiempo. Partiendo de una pregunta muy simple formulada en The Atlantic, "¿nos está volviendo estúpidos Google?", Carr teje un ensayo un tanto apocalíptico sobre la fragmentación de la información y lo que le hace a nuestro cerebro, la desaparición del viejo método de conocimiento memorístico y una estructura en la que nos volvemos dependientes de nuestras redes.
O el lúcido Memecracia (2013), donde la periodista Delia Rodríguez cuenta cómo descifrar una cultura, la de las redes sociales, que se ha vuelto fugaz, eléctrica, contagiosa. Que ha saltado de esas redes a presidir todo el caudal informativo y donde triunfa la idea viral por encima de cualquier otra forma argumentativa: Internet ha generado ya sus propias lingüística y retórica para acompañar a su dominio memético.
Dataclysm (2014) todavía no está traducido a nuestro idioma, pero es esencial para entender lo que estamos entregando a Internet a cambio de que se convierta en nuestro mundo: los datos que nos hacen ser quiénes somos y que permiten a las grandes compañías del sector como Facebook o Google conocernos mejor que nosotros mismos con la fuerza del Big Data. Christian Rudder, su autor, conoce el tema a la perfección: fue uno de los fundadores del sitio de citas OKCupid, uno de los primeros donde los algoritmos y el procesado de datos y respuestas se encargaba de sustituir la intuición humana a la hora de buscar nuestra media naranja.
O Convergence Culture (2008), de Henry Jenkins, que analiza las nuevas relaciones entre creadores y fans: el fenómeno fan-fiction, las comunidades de seguidores de las franquicias, las tensiones del FOMO (Miedo a Perderse Algo) en un mundo transmedia, donde cada obra se prolonga en todos los formatos imaginables. La obra de Jenkins, en general, son esenciales para entender exactamente en qué nos hemos convertido las audiencias y los emisores culturales.
A Deadly Wandering, del ganador del Premio Pulitzer Matt Richtel, se hace una pregunta: ¿somos esclavos de la tecnología o es a la inversa? Su libro es una extensa investigación periodística a la vez que un ensayo sobre los mismos temas que rumiaba Nicholas Carr con un punto de partida: Reggie Shaw, un conductor de camión que causó la muerte de dos científicos aeronáuticos mientras conducía prestando atención al móvil, y que lleva años peleando para enmendar su trágico error.
Nuevas/viejas narrativas
No son los únicos, ni mucho menos. Ni Internet se limita a los géneros tradicionales y al papel. Todos los géneros experimentan con las posibilidades del hipermedia, desde novelas gráficas realizadas completamente con gif animados a compañías de teatro como New Paradise Laboratories, que llevan años investigando una dramaturgia que se extienda a las redes sociales y el resto de herramientas de Internet.
Ejemplos comunes a un mundo transformado donde Internet ya es literatura. Y donde el debate actual es cuándo cambiarán las formas clásicas literarias para ganarse a un público acostumbrado a la fragmentación, ensordecido por la distracción constante y acostumbrado a los recaps de las series vistas en streaming. Tampoco sería una novedad que la novela-río perdiese vigencia un tiempo para dar paso a formatos más cortos.
Lo bueno de la literatura es que para ella todo está inventado: lo que Internet demanda en Medium y blogs y todo lo que venga después ya tuvo un pariente lejano en el folletín de Alejandro Dumas. Y la "muerte de la novela" es el Pedro y el Lobo de la literatura desde hace más de un siglo.