Si tenéis la misma memoria cinematográfica que yo, tal vez recordaréis una frase que el doctor Alan Grant decía al comienzo de la película cuando veía lo que John Hammond había hecho en su parque. Grant, al ver que había dinosaurios vivos en el mundo, llegó a la conclusión de que él, como paleontólogo, “estaba en el paro”. A lo que Ian Malcolm añadió: “¿No querrá decir extinto?”
La frase no fue una ocurrencia del guión ni de la novela original de Michael Crichton, sino que se debe al genio de los efectos especiales, Stan Winston, que se consideró a sí mismo como “extinto” cuando vio las animaciones por ordenador en el rodaje de ‘Parque Jurásico’ hace ya la friolera de veinte años. A Steven Spielberg le sorprendió tanto la frase que decidió incluirla, incluso cuando, vista hace unos pocos días, las marionetas de Winston resisten el paso del tiempo mucho mejor que efectos especiales una década (o dos) posteriores.
Pero si Parque Jurásico tuvo una virtud, aparte de la de traer a la vida a seres de un pasado primigenio y hacer que niños de todo el mundo alucinasen con formas de vida aterradoras e hipnóticas a partes iguales, fue la de darle tamaño, nombres y formas a la mayoría. Gran parte del público aprendió a diferenciarlos, a saber que los Dilofosaurios eran los que escupían veneno (aunque en realidad no lo hacían, si es que eso puede asegurarse) o que los Tiranosaurios no veían las presas que se quedaban inmóviles. Pero nos enseñaron algo más, y fueron las auténticas estrellas de la función: los velocirraptores.
Hasta entonces, casi todas las películas de dinosaurios se habían preocupado por mostrarnos monstruos de tamaño imposible, pesados como montañas y que parecían sacados de películas de catástrofes japonesas. Pero Spielberg y Crichton nos enseñaron que los dinosaurios eran en realidad pequeños, pero que con sólo dos metros de alto un velocirraptor podía dar mucho miedo. Se trataba de un depredador inteligente, no de un animal estúpido, que aprendía con rapidez y que, como decían en la novela “mataba por el placer de matar”. Algo más parecido a la figura de un hombre fornido aterroriza más que un monstruo de quince metros de altura.
Pero dar vida a estas máquinas asesinas no fue tarea fácil, y prueba de ello son las fotos que os traigo procedentes del archivo de la página Stan Winston School of Character Arts y donde podemos ver cómo las animaciones por ordenador necesitaban también a actores embutidos en trajes para fingir los movimientos de los velocirraptores, y cómo trabajaron durante semanas no sólo para conseguir texturas y cuerpos realistas, sino también movimientos fluidos que realmente pareciesen animales. Stan Winston falleció en 2008, y nos dejó huérfanos de la cabeza pensante que nos dio a los Terminators, a la Reina Alien del film de Cameron y a todo tipo de personajes inolvidables de la gran pantalla, así que no está mal recordar el talento tanto de Winston como del resto de su equipo.
Así se hicieron los velocirraptores