Revista Expatriados

Así se termina un matrimonio

Por Tiburciosamsa

Ocurrió en las últimas semanas de su matrimonio.
Habían salido con unos amigos. Para cuando llegaron al local de jazz, Tomás ya había tomado bastantes copas y había entrado en esa fase en la que se creía muy ocurrente.
Durante un descanso en la actuación, Tomás les contó que el otro día en clase había utilizado una pizarra digital retráctil, de ésas que vuelven a incorporarse al techo con un toquecito del dedo. Él, más original, le dio un toquecito con la cabeza. “Mirad, yo la meto con los cuernos”, lo que fue saludado por sus alumnos con una explosión de carcajadas.
Tomás debía de estar muy orgulloso de su ocurrencia, porque durante los siguientes quince minutos aún se refirió a ella tres veces más. Marisa no pudo contenerse. “Mira. Déjalo. No tiene ninguna gracia y menos en tu caso, que sí que los tienes.”
*   *   *
Dejó las maletas en la puerta y volvió al salón. Antes de irse para siempre quería que Pilar supiera porqué se había terminado su matrimonio. Pilar estaba viendo un programa del corazón y giró lentamente la cabeza.
Enrique le explicó que estaba harto de ser un cero a la izquierda en aquella casa, de encontrarse siempre con las decisiones hechas, de que ella nunca escuchase nada de lo que decía. Ella y los niños habían formado una piña de la que se sentía excluido. Había que reconocer que su opinión no había contado para nada a la hora de educarlos. Su único papel había consistido en estar disponible los fines de semana para ocuparse de ellos y que así ella pudiera ir a sus clases de pintura.
Enrique había estado practicando ese discurso de despedida durante una semana en su cabeza. Aun así, le costó pronunciarlo. Sentía que un resentimiento que venía de muy dentro le embargaba y que en lugar de hablar pausadamente lo que su cuerpo le pedía era ponerse a gritar.
Pilar le escuchó en silencio. Como tantas veces con ella, no pudo imaginar lo que pasaba por su cabeza. Pensó que acaso la estuviese hiriendo y se sintió mal. El temor a herirla había sido una de las cosas que le había mantenido en ese absurdo matrimonio durante tantos años. Ese pensamiento le ayudó a reponerse, a terminar su discurso con dignidad. Se giró y oyó a su espalda la voz de Pilar que le decía: “A la vuelta pasa por el supermercado y compra nata líquida, que tengo que hacer una tarta para mañana.”
*   *   *
La llamada de Ricardo desconcertó a Paloma. Le dijo que estaba en Santo Domingo de la Calzada y que había decidido adelantar su regreso al día siguiente. No iba a llegar a Santiago.
Siempre le habían molestado los cambios repentinos de planes de Ricardo, pero esta vez era peor. Al día siguiente había quedado para cenar con Joaquín. Iba a ser una cena romántica con velas en un restaurante que acababan de abrir. “Espero al menos que no llegue demasiado tarde y pueda irme a mi cena,” se dijo. Ponerle los cuernos no le parecía mal, pero le daba reparo que regresase a casa y no la encontrase en ella. Contradicciones.
Ricardo llegó al día siguiente a las cuatro. Estaba moreno y había adelgazado. Pero las arrugas y la calva seguían allí, como seguía allí ese suave ceceo que por alguna razón la irritaba tanto.
“Quiero que hablemos”, dijo Ricardo y ella disimuló un bostezo y se sentó a esperar el rollo que tendría que contarle.
“Antesdeayer me pasó algo. Llevaba andando veinte kilómetros. Llegué a un repecho del camino. Vi Nájera a lo lejos. Me rodeaban viñedos y soplaba el viento. Entonces me di cuenta de que me quiero separar. Fue como una revelación. No somos felices juntos. Hace tiempo que nuestro matrimonio murió. Seguimos juntos por inercia.”
Paloma le miró fijamente. Dos lágrimas habían comenzado a bajar por sus mejillas. Con voz quebrada dijo: “Yo no quiero separarme.”
*   *   *
No hubiera debido leer ese artículo sobre lo que hacen los expatriados occidentales en Asia cuando están solos, mientras esperaba que llamasen su vuelo. La verdad es que ella había sido la primera que no quiso acompañar a Manuel a Seúl. Acababa de abrir una tienda de moda y no quería dejarlo. Mejor que él llegase y se instalase y luego ya verían. Después de quince años de casados hasta le apetecía perderle un poco de vista. Y ahora, a punto de embarcar, ya no estaba tan segura de si había sido una buena idea.
Al llegar a Seúl, Manuel la estaba esperando en el aeropuerto y su sonrisa y su abrazo de bienvenida, le dijeron que todo seguía bien. Y con esa constatación,  su siguiente pensamiento fue hacia las cosas que podría comprar en Seúl para su tienda.
La noche fue romántica. Llevaban dos meses sin verse y a pesar del jet-lag hicieron todo lo que habían fantaseado por skype: la cena con velas, el baño de espuma, la lencería, las cuerdas… Ana sintió que pocas veces había tenido una noche de amor y sexo como aquélla.
Apenas se enteró cuando Manuel se levantó para ir a trabajar. Debió de ser a media mañana cuando las ganas de hacer pis la sacaron de la cama. Fue entonces, mientras estaba sentada en el retrete, que lo vio: un pelo largo y negro en el suelo del cuarto de baño. Ese pelo no hubiera debido estar allí. Manuel vivía solo y la única persona que entraba en la casa era una asistenta de cincuenta años y pelo corto, cuya foto le había enviado. Quiso decirse que todo era una tontería, que debía de haber una explicación, pero no, no la había.
Fue a la cocina a prepararse un café y cuanto más quería olvidarse del asunto, más le venía a la cabeza la imagen de ese pelo largo y negro. Y entonces recordó todos los horrores que contaba el artículo de la revista sobre la vida de los expatriados en Asia.
Para las doce el pelo se había convertido en una soga que le apretaba el cuello y no la dejaba respirar. Todo el romanticismo de la noche se había esfumado y la embargaba la idea de que los hombres son unos cerdos que sólo piensan en follar y Manuel era un hombre. Necesitaba confrontarle, pedirle explicaciones, tal vez las hubiera, tal vez… Llamó a un radiotaxi y pidió que la llevaran a la oficina de Manuel.
Entró en la oficina de su marido casi en tromba. Sentía que si se paraba se echaría a llorar. El recepcionista la recibió sorprendido y la condujo al despacho de su marido. Allí, en la antesala, la secretaria de Manuel la recibió y la invitó amablemente a que se sentase y aguardase un momento mientras llamaba a su marido. La secretaria era joven y diligente y tenía un bonito pelo largo y negro.

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