Continuamos con nuestro recorrido por la programación del Asian Film Festival de Barcelona, una selección de 138 películas que provienen de 26 países, de las cuales unas 40 se pueden visionar a través de la plataforma Filmin. Esta aproximación online a las interesantes secciones del festival tienen algunas contrariedades, como el hecho de que algunas películas como Wind (Dadren Wanggyal, 2020) solo tengan subtítulos en catalán o que otras como Drowning in holy water (Navid Mahmoudi, 2020), no dispongan de la opción de mantener o quitar los subtítulos, o incluso con la desaparición de películas como Son of the macho dancer (Joel Lamangan, 2021), que en la web del festival se anuncian como disponibles en Filmin. Como hemos dicho en otras ocasiones, para plantearse un festival parcialmente híbrido es necesario ofrecer una oferta igual de cuidada a través de las plataformas digitales que en las proyecciones presenciales, porque festivales como éste pueden beneficiarse de la opción híbrida para llegar a un mayor número de espectadores. Aunque el formato presencial del AFFBCN termina el 7 de septiembre, los visionados en Filmin se extienden hasta el 10 de noviembre. A través de nuestras crónicas, principalmente enfocadas en la programación online, os ofrecemos una guía de los títulos que nos parecen más interesantes. Sección Oficial
Con una textura poética muy característica, Malu (Edmund Yeo, 2020) tiene como protagonistas a dos hermanas que fueron separadas cuando eran niñas. Mientras a Hong (Mayjune Tan) se la lleva su abuela (Seck Fookyee), su hermana Lan (Sherlyn Leo) permanece con su madre (Lynn Lym), una mujer desquiciada con problemas mentales y depresiones que la han llevado incluso a tratar de suicidarse junto a sus hijas. Las dos jóvenes pierden el contacto durante veinte años, hasta que la muerte de la madre las vuelve a unir. La película comienza precisamente con el momento de ese reencuentro, y se va desarrollando con una narración no lineal en la que se alterna el pasado con el presente, que nos recuerda al aclamado cortometraje del director, Kingyo (Edmund Yeo, 2009), seleccionado en la Mostra de Venecia, y con una mirada poética que tiene resonancias de Last fragments of winter (Edmund Yeo, Edmund Yeo, 2011). Pero Hong y Lan se dan cuenta pronto de que no solo les ha separado la distancia y el tiempo, sino que prácticamente son dos desconocidas que no tienen casi nada en común, excepto algunos recuerdos de una niñez que vivieron (o sufrieron) junto a una madre que no era capaz de cuidarlas.
El presente se convierte en un conducto hacia el pasado, la única forma de encontrar un nexo de unión entre dos personalidades diferentes que además se han criado en estratos sociales distintos. Una de las reflexiones que realiza el director gira en torno a esta diferencia de vida entre la pobreza y la enfermedad que ha experimentado a su alrededor Lan, y una posición más cómoda pero también más férrea, casi opresora, que ha ejercido la abuela en Hong. Malu se construye a través de una visualización poética, en la que la economía de los diálogos establece un lenguaje eminentemente visual que refleja también la propia mezcla de culturas que ha experimentado Edmund Yeo, nacido en Singapur, criado en Malasia y afincado en Japón. En este país se desarrolla la última parte de la película, que también utiliza un hecho trágico para retroceder y contarnos la vida de Lan, que decidió establecerse en Japón tras la muerte de su madre y trabaja como escort. El cambio entre la costa malasia y la ciudad moderna japonesa también refleja una contraposición constante que establece el espacio vital y emocional de los personajes. La búsqueda del pasado de su hermana que inicia Hong refleja la necesidad de entenderla como persona, y establece la impronta que los recuerdos acaban dejando en el presente. El estilo formal del director utiliza planos elaborados que se mueven lentamente entre habitaciones o paisajes, haciendo un uso espléndido de la luz natural, y creando una especie de atmósfera onírica y sosegada, a pesar de tratar temas profundamente dramáticos. La producción india Sehar (Munzir Naqvi, 2021) tiene como eje principal la controversia en torno a una progresiva desaparición del idioma urdu, la lengua oficial de Pakistán que se habla en algunas zonas de la India, y de hecho está considerado como uno de los ocho idiomas oficiales del país. Pero la utilización de esta lengua tiene implicaciones políticas (la negativa de los indios por la prevalencia de la cultura paquistaní) y religiosas (el urdu es hablado principalmente por los musulmanes). La historia está protagonizada por el veterano profesor Azar, interpretado por el legendario actor indio Pankaj Kapur, que está considerado como toda una institución en Bollywood, con una carrera que alcanzó el estrellato en los años ochenta. Como ejemplo de su popularidad, él fue el encargado de doblar al actor Ben Kingsley al hindi cuando se estrenó en su país la película Gandhi (Richard Attenborough, 1982), en la que también interpretó un personaje secundario.
Al margen de su condición de poeta, Azar ha ejercido como profesor de urdu durante treinta años en el Awadh Degree College de la capital Lucknow, pero los cambios políticos han provocado el progresivo desuso de la lengua urdu, hasta el punto que el director del colegio ha tomado la decisión de cerrar su Departamento. Este conflicto, que se ha extendido en los últimos años, es narrado por el joven director Munzir Naqvi a través de las protestas que ejercen sectores extremistas de la comunidad india, que consideran el urdu como una forma de imposición de la religión musulmana y la cultura paquistaní. Pero la película tiene un tono dramático que se acerca en cierta manera a las formas del melodrama televisivo, con un desarrollo convencional y un desenlace que resulta previsible, teniendo en cuenta la incomodidad que el protagonista provoca tanto para los sectores hindúes como para los musulmanes. Es más interesante el mensaje respecto a la libertad educativa, y el acercamiento a una realidad poco conocida, que la forma en que ésta se nos presenta.
Oficial PanoramaEl director afgano Navid Mahmoudi ya abordó el tema de la emigración de los afganos a Irán en su aclamada película Parting (Navid Mahmoudi, 2016), que fue seleccionada como la representante de Afganistán para los Oscar, aunque finalmente no consiguió la nominación. Ahora regresa al mismo tema con su película Drowning in Holy water (Navid Mahmoudi, 2020), que también protagonizan inmigrantes afganos que traspasan la frontera como un vehículo para dar el salto a Europa, huyendo de la mala situación de su país. Los protagonistas de la historia son una pareja que cruza de forma ilegal hacia Irán, donde Hamed (Matin Heydarinia) consigue que su amigo Sohrab (Ali Shadman) le ayude a escapar de un grupo de contrabandistas que encierran a los inmigrantes a cambio de recibir dinero, acogiéndole en su casa. Hamed pierde la pista de Rona (Sadaf Asgari), que le acompañó en el viaje, y de la que parece estar enamorado. Pero en realidad la película se centra más en la amistad entre Hamed y Sohrab, que ha recibido un dinero de un primo del primero para que le ayude a cruzar el mar hasta llegar a Turquía. La película retrata la vida de los inmigrantes afganos en Irán, un país en el que no solo deben llevar un perfil bajo porque no tienen papeles, sino en el que también deben enfrentarse a diversas problemáticas en medio de la presión de los contrabandistas que utilizan su deseo de escapar para conseguir grandes sumas de dinero. Es especialmente interesante el retrato del personaje de Sohrab, un joven descreído que utiliza todo tipo de artimañas para sobrevivir, una especie de pícaro moderno para el que ni siquiera la religión es un impedimento para conseguir sus objetivos. Él le dice a Hamed que lo mejor para que le den papeles en Europa es que se convierta al catolicismo, porque así conseguirá las simpatías de las autoridades europeas. A su hermana le sugirió que se hiciera pasar por lesbiana para lograr ser admitida en Alemania, y también sugiere a Hamed que se presente ante las autoridades europeas como homosexual, lo que le facilitará su acogida como refugiado. Aunque Drowning in holy water tiene una primera parte en la que el protagonismo de Sohrab favorece el ritmo y el tono de la historia, cuando Hamed descubre que Rona ha sido secuestrada por sus supuestos hermanos, que pretenden obligarla a regresar a Afganistán, adquiere una tonalidad de drama que sin embargo es mucho más convencional, en torno a la tragedia de las mujeres que huyen de sus familias en Afganistán. Pero, curiosamente, hay mucha más crítica e ironía respecto a la emigración y el sistema de acogida de los países europeos a los refugiados en el metraje en el que Sohrab tiene mayor protagonismo, que en el melodrama algo panfletario y discursivo en el que se va desembocando la historia. Desde que debutó en la dirección en 1991, el realizador filipino Joel C. Lamangan ha desarrollado una carrera prolífica que le ha llevado a dirigir hasta nueve películas en un mismo año. Incluso durante la pandemia del coronavirus en 2020 estrenó dos películas y una serie de televisión y este mismo año tiene otros cuatro títulos. De ellos, el Asian Film Festival de Barcelona incluye dos en su programación: Son of the macho dancer (Joel Lamangan, 2021) dentro de la Sección Oficial, que es una secuela de la reconocida Macho dancer (Lino Brocka, 1988), que fue una de las primeras muestras del cine filipino de temática gay, y Lockdown (Joel Lamangan, 2021), que precisamente se desarrolla durante la pandemia. El cine del director, premiado en numerosas ocasiones, es menos interesante en su última etapa, aunque está especialmente interesado en la representación de la homosexualidad en su país. El guión de Lockdown, escrito por Troy Espiritu, guionista de Brillante Mendoza en películas como Ma 'Rosa (Brillante Mendoza, 2016) y ALPHA: The right to kill (Brillante Mendoza, 2018), ofrece una visión sobre la pandemia del coronavirus en Filipinas, que ha tenido al presidente Rodrigo Duterte como protagonista con discursos absurdos y polémicos y amenazas de cárcel para quien rechace la vacuna.
Curiosamente el confinamiento ha permitido a Joel Lamangan abordar películas con mayor libertad a la hora de mostrar escenas de sexo, porque la transmisión de estos films a través de internet no está regulada por los códigos de censura. Lockdown tuvo un estreno online el pasado mes de julio y se trata de un encargo que le entregó el productor Len Carillo con el reparto ya seleccionado, y como un vehículo para la carrera del joven actor Paolo Gumabao, hijo del famoso actor filipino Dennis Roldan, que interpreta a Danny, un joven que regresa de Dubai donde trabajaba en un hotel que ha cerrado debido a la pandemia. Confinado en un centro médico, decide escapar porque necesita hacerse cargo de su abuelo, y la única forma de conseguir el dinero para los tratamientos médicos es trabajar como modelo para un negocio de cibersexo, especialmente rentable en época de confinamiento. Entre escenas de desnudos y erotismo gay, el director utiliza esta historia para trazar la difícil situación que la pandemia ha provocado en la juventud filipina, con trabajos perdidos y un férreo control de las medidas de confinamiento. Esta representación de la militarización de las medidas sanitarias en Filipinas toma un cariz más dramático en la última parte, cuando hace acto de presencia un coronel represor que al mismo tiempo tiene deseos homosexuales, con una escena de abuso que no resulta efectiva debido al histrionismo de las interpretaciones, pero que hace un retrato duro de la jerarquía militar en Filipinas, siguiendo los pasos de la visión que mostraba su coetáneo Lav Díaz en una de sus últimas películas, The halt (Lav Díaz, 2019), en la que precisamente Joe C. Lamangan interpretaba al dictador ficticio Nirvano Navarra, parodiando al presidente Ferdinand Marco. Lockdown es una película fallida, pero que contiene algunos elementos interesantes que utilizan el homoerotismo para construir un discurso profundamente político.
Sección Discoveries
Dentro de la sección competitiva del Festival de Rotterdam 2021 se presentó la producción japonesa Bipolar (Queena Li, 2021), que utiliza como punto de partida el mito de Orfeo, quien rescató a Eurídice del inframundo. Este viaje que el personaje de la mitología griega realizó marca un paralelismo con el viaje que comienza Lhasa, una mujer que está empeñada en salvar a una langosta llevándola hasta el mar. Una especie de peregrinaje en el que la protagonista recorre la mitad de China y también de alguna forma inicia un proceso de encuentro consigo misma.
La película está rodada en blanco y negro, pero introduce elementos en color (los que tienen que ver con esta langosta que de alguna forma representa un objetivo vital de la protagonista). En cierto modo, la historia mezcla el mito de Orfeo, este rescate necesario, con una referencia a Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865, Lewis Carroll), porque Lhasa se va encontrando a lo largo de su recorrido con diferentes personajes, que tienen un cierto aire mágico pero también proponen una representación de la cultura china. Este trayecto, en el que se mezclan alucinaciones con la realidad, no resulta especialmente satisfactorio, y acaba siendo disperso y a veces caótico, proyectando la sensación de que no conduce a ninguna parte. Aunque en la web del Asian Film Festival se anuncia que la película está disponible en la plataforma Filmin, Bipolar no se encuentra entre la selección de visionados online.
Parte de la programación del Asian Film Festival de Barcelona se puede ver en Filmin hasta el 10 de noviembre.
Kingyo y Last fragments of winter se pueden ver hasta el 17 de noviembre en Mubi.The halt se puede ver en Mubi.