Como no somos todos iguales por naturaleza en cuanto a capacidades intelectuales (ni tampoco compartimos otras características, ciertamente), cada uno de nosotros necesita un tiempo distinto para, digamos, aprender algo determinado, por ejemplo. Cada uno de nosotros necesitará dedicar al aprendizaje de algo una cantidad de tiempo que no tiene por qué coincidir con el tiempo que le han de dedicar los demás para aprenderlo: habrá quien necesite hacer más prácticas, más ejercicios, más pruebas, más comprobaciones, y otra vez más ejercicios, etc. Esto es evidente, pero es necesario comentarlo porque lo que resulta evidente para la mayoría de los mortales puede no parecerlo a la pedagogía oficial.
En nuestro actual sistema educativo impera la idea de que todos los alumnos, independientemente de su capacidad intelectual, esfuerzo y trabajo, han de dedicar el mismo tiempo a los aprendizajes escolares de forma que, cuando se considera terminado el tiempo establecido de antemano para el aprendizaje de algo, todos sin excepción pasan al siguiente “trabajo”, tanto si dominan como si no dominan lo anterior. Esto es una barbaridad descomunal sin paliativos. Pero esto se hace y se defiende desde posturas que ofrecen apoyo y justificación a la ley (la LogsE y sus implicaciones, por supuesto). Y es así porque en vez de considerar el aprendizaje y los conocimientos como objetivos que hay que alcanzar, lo que debe marcar y definir, en definitiva, quién pasa y quién no al siguiente peldaño (bien sea otra unidad del temario, bien sea el curso siguiente), se considera suficiente haber permanecido en clase el tiempo común establecido para todos, y no importa que se hayan o no cubierto los objetivos. Además, en vez de considerar los objetivos que se pretenden conseguir como un listón que hay que saltar, una meta que conseguir, independientemente del punto de partida, lo que se hace es “adaptar” ese listón (de contenidos, de objetivos, de aprendizajes, de conocimientos) a cada alumno, a su punto de partida, a su entorno, a sus intereses, a sus circunstancias, etc., privándolos así de toda posibilidad de superarse así mismos, de progresar, tirando por tierra, en definitiva, la esperanza de promoción social a largo plazo que supone toda formación y educación.
El resultado de esta política y de estas prácticas está a la vista.
De donde hay que partir en enseñanza, y lo primero que habrá que aceptar, es que aprender algo, sea lo que sea, es un trabajo difícil; es algo que implica un esfuerzo, que supone una concentración, que necesita una atención especial, cierto interés por parte de la persona que quiere aprender. Cualquier declaración, venga de donde venga, que contradiga en parte o en su totalidad este aserto debería quedar relegada y descalificada por falsa y peligrosa, por atentar contra el principio fundamental de la enseñanza. Debería además proscribirse por incitar al engaño más cruel de criaturas inocentes.
La “atención a la diversidad”, uno de pilares en los que se basaba la LOGSE y ahora la LOE, se entiende como la intención de atender de forma especial a aquellos alumnos que presentan ciertas dificultades de aprendizaje. Dejando aparte a quienes padecen deficiencias severas, se entiende que la idea debería ser poder alcanzar los objetivos propuestos para el curso en el que se encuentren esos alumnos, a pesar del atraso que presenten. Nunca se deberían perder de vista los objetivos; nunca pensar que esos alumnos son incapaces de alcanzarlos. De otra manera, se los estaría condenando, desde el principio, a no llegar a alcanzar los objetivos propuestos, a permanecer siempre atrasados respecto a sus compañeros de curso con la excusa de respetar sus puntos de partida, sus ritmos o sus supuestas menores capacidades.
Sucede que ciertamente hay alumnos que presentan dificultades especiales para los estudios. Pero también sucede, con más asiduidad de la que muchos estarían dispuestos a aceptar en primera instancia, que muchos de los alumnos catalogados como “de diversidad” lo único que necesitan es dedicar el tiempo y la atención necesarios a las distintas materias, especialmente las instrumentales básicas como lectura y escritura, para poder alcanzar a sus compañeros de clase. Tiempo y atención que nunca antes dedicaron y que resulta ser precisamente el origen de su necesidad de “atención a la diversidad”. Se entiende, o se debería entender entonces, en buena lógica, que estos alumnos tendrían que trabajar más y a veces mucho más para poder alcanzar a sus compañeros, dedicando el tiempo que no dedicaron antes. Luego la “atención a la diversidad” debería entenderse, en definitiva, como “trabajo intensivo”, justo lo contrario de lo que se promueve y se hace en los centros educativos ahora.
http://crisiseducativa.wordpress.com/2009/10/22/%C2%BFatencion-a-la-diversidad-o-trabajo-intensivo/