A pesar de lo ligero del relato, el director hace uso de un tipo de realismo europeo de muy bajo presupuesto, hasta que al final de la película decide dar un giro hacia el absurdo. La interpretación del padre realizada por el debutante Bosco Sodi es impresionante y su personaje está presente en casi todos los planos.
“Hay destinos
donde lo que carece de temblor no es sólido”
V. Holan
La historia siempre se contó por sucesos. La historia de un país, de guerra en guerra, la de un científico entre descubrimientos y coqueteos políticos, o la de un músico, entre giras y hoteles destrozados. Las biografías de Pablo Picasso, por ejemplo, están repletas de momentos, países y personajes, leerlas es leer la vida de un hombre que no paró un segundo, cuando para ser Picasso, precisamente, es necesario pasar largas temporadas de contemplación y silencio. El poeta checo Vladimír Holan, otro caso, se refugió de los comunistas en su casa y allí pasó casi treinta años sin apenas salir. Si la única biografía posible de Holan son sus poemas, ¿Qué clase de película sería aquella dedicada a él? ¿Y qué clase de película sería una sobre al escritor J.D. Salinger, si para él nunca existió nada lo suficientemente importante que lo apartase de sus papeles? O la de Jim Morrison ¿Qué quedaría de ella si quitásemos los escenarios, las drogas y las mujeres? Quedarían sus pensamientos, sus caminatas, su no hacer nada cuando hacerlo no tiene ninguna connotación histórica para el rock and roll.
Ahora bajemos un poco más a la vida terrestre, a nuestra vida de peatones, a nuestra vida como inquilinos, padres, deudores, a nuestra vida anónima. Es evidente que todos aquellos sucesos en los que nos apoyamos cuando le contamos nuestra vida a cualquiera que quiera escucharnos nos identifica, porque es verdad que aquel viaje de ida fue importante, aquella noche en vela, el golpe que te dejó esa cicatriz tan rara, es importante el día que encontraste esa persona y cuando dejaste aquel trabajo, pero si hay algo que lo abarca casi todo en nuestra biografía son los momentos transitorios. Esos momentos cuando viajamos en metro, las horas sentado en el colchón, la experiencia personal del silencio y del ruido, la procesión absolutamente íntima cuando estas rodeado de gente o los cuadernitos con cosas tuyas que se van apilando en una esquina y que nadie conoce. La gente también se define por esos momentos de la vida, y es ahí donde Gus Van Sant, por ejemplo, ubica su Kurt Cobain en “Last days” y donde Pablo Stoll vio a su hermano en “Hiroshima”, o donde Jaime Rosales ubica a sus etarras en “Tiro en la cabeza” y donde vemos a una madre según Pedro Aguilera en “La influencia”.
Carlos Serrano Azcona también ubica la narración de su historia en esos pasos transitorios del día, en los rincones aparentemente vacios y silenciosos de una época y de una vida, pero que pueden definir una existencia tanto como las raíces invisibles de un árbol definen el tronco que tenemos delante. Pero a diferencia de cualquier vida vegetal, los seres humanos tenemos la capacidad de volver a esas raíces, de caer en ellas cuando más claro teníamos la textura del tronco, cuando ya teníamos una familia y un trabajo, una vida aparentemente estable que es la más propensa de las vidas a desestabilizarse. Volver al punto cero, en este caso, a base de hostias, volver a la soledad, a la calle, al alcohol mal digerido y los mediocres signos de amistad, para luego resurgir.
Si en las biografías escritas encontráramos también páginas en blanco entre suceso y suceso, un número de páginas en blanco proporcional a la época silenciosa del biografiado, lo que se lee se leería con una predisposición muy distinta, se leería con el peso del vacío anterior, y con el terror de no volver a caer en algo parecido más tarde. Si a Carlos Serrano Azcona se le ocurriese filmar ahora la vida de este personaje unos meses antes o, por el contrario, su vida justo después del final de “El árbol”, el silencioso proceso del personaje en esta nos condicionaría totalmente la visión de una posible pre-cuela o secuela.
En definitiva, esta película es una incursión breve en la historia de un padre sin hijos y de un trabajador sin trabajo que no pretende contarnos un tipo de vida, sino que parece más bien, recordarnos un tipo de estado vital que cualquiera podría evocar; el nuestro.