
Inbar Luisa Algazi
«Aunque nadie diga nada, en el otoño de 1941 no hubo caléndulas". Me encanta esta frase, "aunque nadie diga nada». Me gustan los libros que empiezan con una frase sencilla que, sin embargo, sé que no olvidaré. Una frase que apunto en mi cuaderno y que quizá me sirva para empezar un post que no va sobre nada. Me gusta la vista de Siete Picos que se alcanza justo al llegar al cambio de rasante en la carretera de Los Molinos, cuando llego allí, ver los Picos al fondo hace que todo sea casa y barre cualquier desasosiego que tenga. Unas veces los picos están increíblemente cerca, casi parece que van a desplomarse sobre el pueblo. Otras veces se difuminan en la bruma del verano y parecen lejanísimos pero allí están, justo en el cambio de rasante. El viento del norte suena distinto y huele diferente, anuncia el invierno o un parón en esa prisa que la primavera siempre tiene por llegar, como si luego no fuera eterna, absurda y previsible y, para mí, prescindible. La luz de septiembre y el reflejo de la luz de marzo en las cortinas de mi cuarto cuando me despierto de la siesta. Por supuesto, la siesta calmada sin nadie que me hable al despertar. El desayuno en silencio. La vela de Zarahome que huele a bergamota. Las nubes y las fresas y los cuadernos. Los buzones que se abren con llave pero en los que me cabe la mano para sacar el correo sin abrirlos. Conocer a mi cartero, me hace sentirme en Cicely. Tener calcetines que llevan conmigo veinte años. Los pies pequeños y las manos de mi hija Clara. El chocolate blanco del Lidl que tiene algo de bourbon, algo de vainilla y seguro que droga. Mis mancuernas de dos kilos. Los libros desordenados. Los mensajes de María Jesús. Salir de Madrid dejando la ciudad a mi espalda y sintiendo que escapo. Refugiarme en mi casa de Madrid con un suspiro nada más cruzar la entrada del portal. Saber que no tengo que salir de casa en dos días o más. Los dibujos de Ximena Maier y la lista de música que Marta Fernández ha hecho para acompañar el lanzamiento de su nuevo libro: No te enamores de cobardes. (A buenas horas, Marta). Mi hija María con su capucha con orejas. Mi libreta amarilla de páginas rayadas que al abrirla me lleva automáticamente a creerme Tom Cruise haciendo de abogado en Todos los hombres buenos. (O eran ¿algunos?) Las rayas de colores y las mantas suaves. Creerme un poco Cayo porque sé por el sonido del viento y la dirección de las nubes el tiempo que va a hacer en Los Molinos. La distribución de los cuadros y las fotos en la pared de mi cuarto. Que última hora ya no signifique nada, quita mucha presión a la necesidad de seguir las noticias. Abrir las cortinas del salón por la mañana y las cafeteras italianas. Isa Calderón y Lucia Litjmaier. Las patatas La Montaña y el yogur griego del mercadona. Los stickers de Pocoyo, las preguntas de Juan y que mi sobrino pelirrojo me llame a contarme los chistes que ha encontrado en Asterix El Galo. Los cuadros de Amalia Avia y la revista Slightly Fox. El acento escocés y el mes de octubre. Las frases bomba de mi hija Clara y que Juan me tenga por su Alexa. El teletrabajo, el silencio, los pistachos. Cenar huevo duro con guisantes. Esta frase de Bolaño «Era bastante sincero pero de esa sinceridad que tú no sabes si sentirte ofendida o halagada.» Tener Cosas que (me) pasan para, de vez en cuando, hacer listas de cosas que me gustan y me hacen feliz y no tener que dar explicaciones.