Ausencia
Me sentí atraída por el coro y el olor a incienso. El portalón crujió y pude sentir cómo le dolían los siglos. Lentamente caminé por el largo pasillo de mosaicos con escenas de la liturgia; el eco de las voces envolvía el templo abrigando sus frías paredes.
Los rostros se mostraban borrosos, algunos lloraban incansables. Por mucho que quise no pude reconocer a nadie. El olor de los cirios cada vez era más intenso, una niebla de humo bordeaba el féretro. Me acerqué temerosa. El anillo de plata con incrustaciones de zafiros que recibí por mi aniversario, se encontraba en uno de sus dedos. Mis rosas preferidas adornaban su pecho y en la primera fila, se encontraba él, con la mirada perdida.
Texto: María Estévez