Juanito tenía el pelo blanco, las manos redondas, con dedos gordos y se movía por su tienda con un caminar extraño, bamboleante. Tenía una perra, pastor alemán, que creo recordar que se llamaba Laika o Lassie porque hubo un tiempo que todas las perras se llamaban Laika o Lassie y los hombres mayores se llamaban Juanito. Yo tenía siete, ocho años y me abuela me mandaba a comprar huevos, un par de pollos o jamón de york. A mí me parecía que Juanito tenía mil años pero debía tener cuarenta porque su mujer, Juanita, sigue viva. Jessica era una niña de mi curso, del A. En séptimo curso le diagnosticaron leucemia, recuerdo verla un día, el último, llevando una peluca como de las Virtudes, al pie de las escaleras de bajar al patio. Teresa y Eleuterio eran mis bisabuelos, recuerdo el día en que mi madre me dijo que él había muerto. No recuerdo nada del día que murió ella, solo que me daba mucho miedo, un miedo que me sigue dando cada vez que veo su foto de bodas en la galería de mi casa. Un amigo de mi abuelo, cuyo nombre no recuerdo, capaz de meterse en la piscina y tumbarse en el fondo y caminar por el suelo de la piscina durante, lo que a mí que debía tener siete años, me parecía un periodo de tiempo sin incompatible con la vida. El padre de Juan se llamaba Juan y no se bañaba nunca en verano. Le encantaba que todos los niños estuviéramos en su casa, que correteáramos, que discutiéramos con él, nos echaba broncas, nos contaba historias. Recuerdo el día que entre varios conseguimos tirarle a la piscina vestido y lo enfadadísimo que salió con todo el pelo y la barba chorreando porque le habíamos mojado la cartera. Agapito era un conductor en mi empresa, tenía un tupé de pelo blanco del que estaba orgullosísimo, unos ojos azules casi transparentes y no se callaba ni debajo del agua. Estaba desayunando el día que escuché en la radio que había muerto James Gandolfini y todavía me sorprende tener ese recuerdo tan fijo, tan cristalino. He olvidado el nombre del dueño de La favorita pero recuerdo su aspecto y como se movía a la velocidad del rayo abriendo y cerrando cajones y manejando un pincho con "manitas" con el que cogía las maravillas que guardaba en lo alto de su tienda que era como una cueva de los tesoros. Mariano, el portero de casa de mi madre que era clavado a Vicente del Bosque. Carmen y Pepe Perla, ella sonriendo siempre y oliendo a cosas ricas de comer, él con su chaqueta de punto completamente abotonada y siempre muy enfadado detrás de la barra del bar al que íbamos a pedirle un vaso de agua y un Kojack, «el agua en tu casa que allí también sale del grifo».
Todos están muertos. No los he olvidado.
En la película Coco (que si no habéis visto estáis tardando) los muertos mueren de verdad cuando nadie los recuerda, pero también hay investigaciones que dicen que la memoria nos engaña, nos hace creer que recordamos cosas cuando, en realidad, las hemos inventado. Yo no me he inventado a Juanito, a Mariano, a Jessica, a Carmen y Pepe, a Galdonfini, todos existieron pero quizás mis recuerdos no sean fiables, sean ficticios. ¿Importa eso? Ellos probablemente no pensaron jamás que yo los recordaría... pero hoy, con mis recuerdos verdaderos o falsos, les ha tocado salir a la realidad cuando menos se lo esperaban. Quizás, cuando yo muera, un desconocido me recuerde por alguna tontería y sea yo, la que salga a bailar con el recuerdo de un extraño.