Me reencontré con ella hoy a la tarde en un exhibidor de la Bombonería Royal. Había cientos, con su forma característica instalada desde siempre en la memoria colectiva argentina. Las Bananitas Dolca relucen doradas y debajo del papel metálico son como medialunitas de chocolate con relleno amarillo que en nada se asemeja en color a la banana. Con respecto al sabor, la bananita tiene gusto artificial a la popular fruta, tan artificial que ni sabe a banana. El baño de chocolate con leche salva la situación y al sabor resulta deliciosa, una mezcla de fantasía y mentira con la que alimentamos los recuerdos.
Sé que las fabricaba Misky hace muchos años, la empresa pasó a Arcor y ahora la fabrica Nestlé, y es una de las golosinas tradicionales argentinas que han perdurado en el Top Ten de las favoritas. Se han vendido (¿o se venden aún?) en muchos países de sudamérica e incluso en España en donde en algunos foros expresan su cariño.
La modernidad no les cambió las formas, aunque algunos fans dicen que su sabor era más rico antaño, pero desde hace un tiempo algunas heladerías audaces empezaron a elaborar un sabor que la emula y que contiene trocitos de bananita.
Es un milagro que ese producto entrañable e inexplicable haya sobrevivido en nuestro país venciendo a las golosinas más sofisticadas y hasta más ricas, lo que dirían los expertos: un clásico.
Me voy tarareando su jingle de los ’80 que la mencionaba como “la golosina de color”, en un aviso en donde la bananita estaba vestida de negra caribeña – bailando como Carmen Miranda en “Tico Tico no fuba”- pero cantando ”Bana Bana Bana Ba, Bananita Dolca, la golosina de color… Bana Bana Bana Ba, Bananita Dolca su encanto es el sabor, y se bañó de chocolate, y de gala se vistió…”