Revista Cultura y Ocio
Entre la bruma, el sol se viste de luna. El cielo y el mar se funden en una maraña gris. Se han diluido las sombras y los sonidos se alejan. El eco desaparece, borrado por el silencio. Se ha detenido el reloj.
Entre jirones de niebla surgen formas fantasmales. Las rocas oscuras se alzan, se agrupan unas con otras hasta sellar la barrera. La cala queda encerrada tras el muro de un fortín.
Aparece un haz de luz de un viejo faro olvidado. Se abre una grieta, una puerta. Está baja la marea y hay tablas sobre la arena. Flotan restos de una vela y de un trozo de la quilla, sale un trozo de sirena.
Lentamente, un barco emerge. Su silueta borrosa se confunde entre las sombras. La madera de su casco, destrozado en mil batallas, se ha recubierto de algas, y del mástil cuelgan lacias las telas hechas jirones de sus velas desgarradas.
El capitán, en el puente, sin marinos ni grumetes, dejo atrás en el océano hasta a la implacable Muerte. Vaga en su navío errante sin ver nunca el horizonte, sin sentir la luz del día ni el abrazo de la noche. Sin memoria del pasado, ni recuerdos del presente, sin patria, hogar ni bandera, sin límites, ni fronteras, afronta el solitario destierro de un futuro eterno. No va en busca del destino, de fortuna, ni romance. No alberga deseos de gloria. No añora el ardor del miedo ni el arrojo del coraje.
El barco abandona el puerto y estalla la tempestad. Entre las nubes retumban los truenos de los cañones. Prende el fuego como un rayo. Cae la lluvia y la fuerza de las olas arrastra hacia las profundidades el espíritu de un sueño.