
También se fue sin el Nobel. Provocar felicidad debería ser un aval, pero claro, con ese razonamiento también podría obtar Paulo Coelho y eso sí que no. Bastante mal está el mundo. Así acabará también mi Murakami y así se olvidaron de Javier Marías. Peor para ellos. Tal vez como castigo a su prestigio sí deban darle el de la Paz a Trump.
He intentado infrucutosamente encontrar inspiración en la reseña de Javier Aparicio en El País pero me he perdido entre tanta referencia metaliteraria y virtuosismo del lenguaje, pues ya no sabía que "minúsculas epifanías cotidianas generan mayúsculos alivios anímicos e impera la incertidumbre". Sé que en el fondo es pura envidia y simplicidad existencial, la misma que me hace preferir con frecuencia el guiso de un bar de aldea al menú de quince platos de Culler de Pau.
También es cierto que cada lectura es cada momento, y no es lo mismo leer en otoño a un Auster que escribe enfermo sobre los brillos creativos de la vejez y pasa revista al amor perdido y al vacío de la vida. Probablemente si la lee mi hija con los diecisiete diría que "me la pela". O no, porque mi hija -como todas nuestras hijas- es maravillosa y distinta y va a cambiar el mundo.
Sy Baumgartner es un profesor universitario de filosofía que a los 71 años ha pasado los últimos diez bajo la pesadumbre de vivir sin Anna, el amor de su vida. Con ese sempiterno recuerdo que condiciona su presente, intenta avanzar sin olvidar y no siempre lo consigue. Un relato que no se hace triste, sino cálido, que habla de la pérdida pero que habla más del poder del amor . Nadie desaparece del todo si alguien lo recuerda.
Diferente pero siempre el mismo, Auster 100 %
Y ese final....Igual tocaba, porque esta vez sí era el final.
O no.
Te echamos de menos, Paul.
