Revista Cultura y Ocio
Dicen que los viejos rockeros nunca mueren, pues bien, yo añado que los viejos bluesmen tampoco mueren. Y es que nos ha dejado el último grande del blues, El rey, B. B. King, a la edad de 89 años; estuvo hasta octubre pasado al pie del cañón haciendo lo que mejor sabía, acariciar a Lucille (su guitarra) para deleite de todos los amantes de la buena música en general y del blues en particular.
Tuve la suerte de verlo en directo compartiendo escenario con su amigo, su íntimo amigo Raimundo Amador en el velódromo de Horta, de la Barcelona post olímpica.
Y al margen de un gran concierto me quedó la imagen de un buen hombre, todo humanidad. Al final del concierto se desprendió de una cadena de oro que lucía y se la regalo a un chaval que desde primera fila seguía el concierto en una silla de ruedas.
Lo propio se deduce de las palabras de su amigo, hermano, hijo... lo que queráis llamarle, Raimundo Amador. Ni uno hablaba español ni el otro inglés pero su relación fue más allá de la simple amistad derivada de compartir escenario en multitud de ocasiones, los hijos, los nietos de Raimundo lo querían como si de su abuelo se tratara y cada vez que los visitaba les soltaba un buen puñado de dólares.
Un hombre que es posible que sea el músico que más veces se ha subido al escenario (llegó a hacer ´más de 300 al año), sus conciertos se pueden contar por millares y es que vivió en una continua gira.
Grandes del rock, del soul, del blues han tenido ocasión de compartir tablas, un lujo para ellos, sin duda.
Os dejo con uno de los bises típicos del bueno de B. B. King, un tema que al llegar esa noche a casa desde el velódromo comenté a mis padres que lo habían tocado en directo y ellos entre incrédulos y orgullosos (de que a su hijo le gustara música "normal") me dijeron que eso era viejo hasta para ellos (más tarde con Springsteen me ocurrió lo propio con el mismo tema).
Descanse en paz