De todos los lugares que mencionan los Evangelios, hay uno que tiene siempre evocaciones alegres y familiares: Betania, la casa de Marta, María y Lázaro, donde Jesús se sentía particularmente querido. Yo he tenido la suerte de estar allí, en Betania, en la iglesia que hoy se levanta sobre la casa que habitaron los tres grandes amigos de Jesús. Estuve precisamente el 29 de julio, fiesta de Santa Marta, patrona de la hospitalidad y de las tareas domésticas. Este es el lugar en el que Jesús descansó ¡tantas veces!
A la izquierda se me ve con dos amigos (Pedro y Josep) en la verja que da acceso al empinado camino que conduce a la iglesia. Y debajo, junto a la tumba de Lázaro, donde Cristo le resucitó. A la derecha de esa imagen, tres fotografías apaisadas: el altar, con un retablo que recuerda la resurrección de Lázaro con las palabras de Jesús: “Ego sum Resurrectio et Vita”. Justo debajo, la entrada al recinto, que recuerda -¡en la lengua de Cervantes!- a la hermana hacendosa, Santa Marta, que hizo de aquella casa un hogar. Y, abajo del todo, un retablo con la leyenda: “Le dijo el Señor: ¡Marta, Marta! Te preocupas y te inquietas por muchas cosas” (Lc 10, 41).
Como ese día, 29 de julio, era el día de Santa Marta, los franciscanos que cuidan el lugar nos obsequiaron –a nosotros y a todos los visitantes– con un pequeño refrigerio. Antes, nos animaron a rezar por todas las personas dedicadas a las labores domésticas. Yo me acordé de mi madre, y también de las personas que llevan la administración de mi casa. Creo que nunca podré pagarles todo lo que ellas hacen con tanto cariño cada día. Recé por mi madre, por ellas, y por todas las madres del mundo. ¡Ojalá se valorase más su trabajo amoroso y escondido en esta sociedad tan utilitarista!
Me quedé con una oración que nos repartieron a la salida, y que me ha iluminado mucho cada vez que la he rezado: “Oh, Santa Marta dichosa, que tantas veces tuviste el honor y la alegría de hospedar a Jesús en el seno de tu familia, de prestarle personalmente tus servicios domésticos; tú, que juntamente con tus hermanos Lázaro y María, gozaste de su divina conversación, ruega por mí y por mi familia, para que en ella se conserve siempre la paz y el mutuo amor”.
De todas las películas que han reflejado los momentos familiares de Jesús en Betania, la más conseguida es, sin duda, “El hombre que hacía milagros”. En esa casa somos testigos del trato afectuoso del Maestro con cada uno. Antes, ha tenido lugar el encuentro con Lázaro, sellado con un gran abrazo y con una dulce exclamación de Jesús: “¡Marta y María! Estoy deseando verlas”.
A continuación asistimos a la escena más distendida de todo el filme. Han preparado una pequeña fiesta para recibirle, y ya de noche, ríen alegremente durante la cena. En un momento, la conversación se vuelve íntima, y Lázaro aprovecha la ocasión para sondear a su amigo: “No lo entiendo. Cuando murió José, te legó un buen juego de herramientas, un taller y buenos contactos en las grandes ciudades…”. Jesús le ve venir e intenta zanjar la cuestión: “Lázaro, debo ocuparme de una nueva obra”. Y María, sentada a sus pies, parece intuir lo que ha dicho sólo con medias palabras: “¿A eso te refieres cuando hablas del Reino?”. El Maestro la mira con ternura y le sonríe, porque su amor ha sabido descubrir su misión redentora.
Con ese gesto de tono trascendente podría haber concluido la escena; pero el filme, que nunca deja a un lado la humanidad de Cristo, enlaza ese momento místico con una broma simpática. Lázaro, que no se resigna a perder de vista al amigo, añade en tono lastimoso: “¡Sí, el Reino de Dios! Pero la última vez que viniste nos arreglaste la puerta…”. Y Jesús, con una alegre sonrisa, aprovecha esa frase para cerrar definitivamente el diálogo: “Espero, al menos, que la puerta siga abriendo bien”. Eran sus amigos, y por eso les gastaba bromas y compartía confidencias.
Viene entonces la queja de Marta y la dulce recriminación de Jesús, pero prefiero que la veáis en esta breve escena (1’37”). Por favor, dejadme algún comentario para saber si también a vosotros esta escena os dice tantas cosas de sabor familiar.
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