Revista Arte

Bin Laden, el terrorismo de Estado y nosotros

Por Peterpank @castguer

Bin Laden, el terrorismo de Estado y nosotros

De Felipe González a Obama, el asesinato de terroristas y presuntos terroristas es una práctica de Estado que tiene milenarios antecedentes, que la Biblia y los historiadores griegos y romanos describen con la minuciosidad del gran arte. La Conjuración de Catilina sigue siendo un libro canónico, claro está.

Desde esa perspectiva cultural, las nubes tóxicas ideológicas pretenden lavar la sangre derramada con cal viva verbal. Nuestros más eminentes ensayistas, críticos literarios y novelistas prefieren la ceguera voluntaria, el silencio, rompiendo con la tradición castellana más noble, de Jorge Manrique a Valle Inclán, hasta el mismo Cela.

Así las cosas, ante el asesinato de Bin Laden, los generales que están al mando del Inter-Services Intelligence llevan años recordándonos lo esencial, diciendo en voz alta lo que otros también practican pero prefieren callar:

The ISI has never really tried to hide the fact that it sees terrorism as part of its arsenal. [ .. ] ISI head, Lt. General Asad Durrani, wrote that terrorism “is a technique of war, and therefore an instrument of policy.”

Se entiende todo: “El terrorismo forma parte de nuestro arsenal” [ .. ] “El terrorismo es una técnica de guerra y un instrumento de nuestra política

Ayer mismo, el primer ministro pakistano, Yousaf Raza Gillani, decía en las escalerillas del Elíseo que su país no tenía nada que ver con el terrorismo. Hace años, ya escuché a Felipe González decir  exactamente lo mismo, en el mismo lugar, sobre los GAL.

El crimen y la razón de Estado obedecen a una lógica muy alejada de la razón moral. De ahí que la razón( novelesca) pase  por la reconstrucción de una conciencia y memoria histórica indispensables, si se desea apuntalar la vida cívica de un pueblo con razones morales y espirituales menos pantanosas.

Esas “cosas”, sin embargo, manchan con sangre humana y no pueden borrarse con cal viva: perduran en la memoria de quienes tienen conciencia y nos recuerdan con qué materiales se construyeron algunos cimientos del Estado…

Crimen de Estado… cuyos máximos responsables, “autores intelectuales” y ejecutores están ahí, en la calle, pavoneándose con sus intactas lecciones de “moral” y filantropía de Estado.

Casi fue ayer… cuando escuchaba a González en la escalerilla del Elíseo, la noche del primer crimen de los GAL, casi a la misma hora que él cenaba con Mitterrand, donde no puedo evitarse la discusión de tales problemas, indisociables de las relaciones de Estado entre Francia y España y de un oscuro deal entre caballeros:

Roland Le Floch y J. Saurio negociaron personalmente todos los detalles de las contrapartidas inconfesables de unos pactos de familia franco-cainitas que tendrían muchos otros flecos y ramificaciones, dejando a sus respectivas administraciones la gestión del montaje financiero que debía concluir con lo acordado por el reducidísimo círculo de actores que conocían la trama de la farsa trágica en curso de lamentable representación, todavía invisible para el resto de sus contemporáneos.

Detalle capital, los máximos responsables de la seguridad interior del Estado cainita, Julián Barroso y Rodolfo Vara, no podrían continuar practicando la persecución en caliente de asesinos y terroristas con la alarmante impunidad que los había hecho célebres, sugiriendo, ordenando y pagando secuestros, incendios, asesinatos; cubriendo la huida de los criminales con una familiaridad que bien denunciaba las más altas complicidades. Educados ellos mismos, en su juventud, tan lejana, en la lucha clandestina contra un ejército invasor y la dictadura de un general golpista, Roland Le Floch y J. Saurio solo se demoraron unos minutos, al final de una larga sobremesa, en un lujoso reservado de un restaurante de mucha fama, en la parisina plaza de La Madeleine, para zanjar los detalles finales y el calendario preciso de tan embarazosas cuestiones: cuando y como serían neutralizados, sin dilación, los escuadrones y comandos mafiosos de Rodolfo Vara y Julián Barroso, pagados con los fondos de reptiles del Estado. El asesinato de criminales, ajusticiados por las calles, a tiros, a bombazos, secuestrados, despedazados, cuarteados, desaparecidos en cal viva, no eran métodos de recibo entre caballeros presentables en los más selectos salones europeos.

[ .. ]

Cerradas aquellas discretísimas matizaciones, durante una larga sobremesa, en un restaurante célebre, sito en la parisina plaza de La Madeleine, J. Saurio podría garantizar a César Arrigo que serían cumplidos sus deseos en materia policial, siempre que los grupos armados que propagaban el terror de Estado, armados y financiados por sus más directos subordinados, fuesen liquidados imperativamente; ya que las huellas de criminales abatidos a tiros, en los aledaños de las selectas colonias veraniegas de Biarritz, apestaban a carne humana podrida a la intemperie. A cambio, era una evidencia que los grandes negocios de Estado, militares, ferroviarios y audiovisuales, ofrecían infinitas posibilidades de mutuo favor. La personalidad y experiencias de Saurio lo conducían directamente a la dirección de orquesta de una institución de nuevo cuño, una Alta Academia consagrada al diálogo universal de las culturas, cuya sede pudiera ser pronta realidad en una de las alas del nuevo museo del Louvre, renovado. Sin olvidar que la correcta línea filantrópica y el obligado carisma de los novísimos medios audiovisuales de incomunicación cainita necesitaban de comisarios y leales miembros de consejos de administración de su competencia y altura de miras.

Roland Le Floch velaría personalmente por el correcto seguimiento de negocios tan tediosos como la gestión de los asuntos penales que incumbían a su comercio, siempre sometidos a interminables recursos. Su experiencia e íntimo conocimiento de la mecánica procesal le permitiría mover los hilos del teatro de los títeres judiciales, con las mejores garantías de mutua comprensión. En definitiva, él también poseía un reducidísimo círculo de hombres y mujeres de la más absoluta confianza, que seguirían y vigilarían en la sombra, en apoyo mutuo, la ejecución de las cláusulas más delicadas de los protocolos de compraventa de helicópteros y locomotoras de trenes de alta velocidad, de tan primerísima importancia para el entendimiento de dos pueblos soberanos, cobrando en dinero negro las comisiones financieras al uso y costumbre en ese tipo de negocios; con la ventaja, en este caso, de una fidelidad perruna, bien atada a un dogal de espinos y diamantes.

J.P.Q.


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LOS COMENTARIOS (1)

Por  miriam
publicado el 28 febrero a las 22:37
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la verdad es mas fuerte bin laden no se por que lo matan malditos de puta el que debio morir fue estdos unidos