Revista Cine

Bio-químico

Publicado el 14 septiembre 2015 por Jesuscortes
Resulta desolador recordar que, para el momento en que por fin se estrena "The great moment", dos años después de su filmación, la carrera de Preston Sturges estaba casi finiquitada. BIO-QUÍMICOUn intento por reverdecer viejos laureles sobre la cabeza de Harold Lloyd ("The sin of Harold Diddlebock"), retirado desde hacía una década, otro tampoco no muy exitoso por reclamar "con hechos" el lugar que había dejado vacío Ernst Lubitsch ("Unfaithfully yours", que para mi gusto es una de sus tres mejores películas), un western muy poco visto - su único trabajo en color, "The beautiful blonde from Bashbul Bend", oda a la aliteración - y ya en su retiro francés su obra final "Les carnets du Major Thompson", es todo lo que faltaba por llegar de una carrera que en 1944 era aún incipiente y que había sido bendecida por los mayores elogios durante los primeros años en que se desarrolló. Aún antes, cuando Sturges era un guionista estrella.
"The great moment", teóricamente su sexta película - filmada a continuación de "The Palm Beach story" y siendo la tercera y última que rodó con Joel McCrea como protagonista; quizá su actor ideal - lleva a cuestas el tópico de ser su (además única) obra "dramática" o "seria".
Estar situada, por primera vez en su carrera, un siglo atrás en el tiempo con la consiguiente "pérdida de modernidad", contar retazos de la vida de un personaje real y significativo, aunque insuficientemente conocido y abrir el film con las circunstancias más tristes de dicha biografía, no son óbice sin embargo para que se abra paso una más de sus comedias audaces, profundas, rebeldes e hilarantes, en aquellos tiempos en que se hicieron seguramente las mejores, suyas o de otros gigantes ("Once upon a honeymoon", "Holy matrimony", "To be or not to be", "Unfinished business"...), tiempos difíciles.
Podría haber optado Sturges, que siempre tuvo la ambición de contar historias que importaran antes que importantes, por explayarse en todos los aspectos graves y vergonzantes de la última parte de la existencia de este dentista adelantado a su tiempo, pero prefiere partir de ese momento para desplegar dos flashbacks nada canónicos (uno de unos seis minutos, el otro de una hora larga) que rápidamente se centran en la gestación de ese "gran momento" final que lo es más de todos nosotros que de él mismo, una victoria pírrica.
Abundan desde ese instante luctuoso en que se empieza a recordar, los diálogos prodigiosos, la puesta en escena velocísima sin un descanso, la inventiva visual, lo inesperado y, en fin, lo que se debiera atesorar selectivamente guardado "en movimiento" de una vida, por penosa que haya sido. 
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Esa extraña estructura del film, en alguna medida resultado de haberlo remontado y mirado por la Paramount marcando precisamente las mismas distancias de las que habla la película, las que se dirigen a quien va "peligrosamente" por delante de lo que de él se espera y la patente falta de minutos para desarrollar varias subtramas (sobre todo con su mujer: muy testimonial Betty Field) impiden a la película alcanzar un esplendor que merecía por haberse atrevido a quebrar la hagiografía debida al pequeño héroe americano.  
En vez de presentar al ejemplar Morton como la conciencia y la honestidad de América frente a un atajo de mezquinos y retrógrados, Sturges dibuja a un tipo despistado, poco riguroso, lento de reflejos, empecinado pero sin genio, al que todo está a punto de explotarle en las manos varias veces, un personaje a medio camino entre el prototipo capriano y el que llegaría a la vuelta de los años con las películas de Jerry Lewis, físicamente asediado - de nuevo, como tantos de la era silente - por los objetos, las casualidades inverosímiles, los malentendidos.
McCrea le otorga esa expresión ingenua pero decidida y resistente, ideal para encarnar a alguien que no comprende la "régle du jeu".
Si recurrente es, por ese diseño retrospectivo de la trama, mirar a su viejo guión para "The power and the glory" de William K. Howard, escrito una década antes y enlazar con las comparaciones y conspiraciones relacionadas con el destino del otro "wonder boy" de los años 40, Orson Welles, no lo debería ser menos volver la cabeza a otras películas donde aparecen muchos de los elementos que refulgen en "The great moment" y no parecían hasta entonces "suyos". Películas extraordinarias a las que dio forma - o mucho más - como especialmente "The good fairy" de William Wyler, "Next time we love" de Edward H. Griffith, "Easy living" y "Remember the night" de Mitchell Leisen y "If I were King" de Frank Lloyd, películas donde está diseminado el mismo humanismo idealista, azaroso, anti-clasista, invencible y desprendido de materialismos que tal vez sus arrolladoras comedias (aún tan vigentes en su lado más oscuro "Sullivan's travels", "Christmas in july"...) expresaban a una velocidad y con una brillantez "demasiado" cegadoras.

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