Revista Cine

Blanco y negro

Publicado el 04 enero 2014 por Jesuscortes
BLANCO Y NEGRO La presencia de una obra como "Utage", filmada entre 1966 y 1967, en la recta final de la filmografía de Heinosuke Goshō, en plena época de consolidación de todos los cambios que habían afectado al cine japonés desde principios de los 60 - y no olvidemos que se trata de quizá la cinematografía de uno de los países sometidos a más transformaciones externas de la segunda mitad del siglo XX -, puede fácilmente interpretarse como una señal de inmovilismo.
Ser un ejemplo de resistencia seguramente poco ha de jugar en su consideración como cineasta. Los planos iniciales y otros que aparecerán más tarde, en cascada incluso, desnudos hasta parecer descompuestos para un montaje minimalista, los apoyos en insertos metafóricos, la violencia de ciertos cambios de ritmo, lo explícito de varios momentos, todos los elementos que pueden conectar en definitiva el film con los de algunos de los contemporáneos que más huella estaban dejando en ese cine como Yoshishige Yoshida o Masahiro Shinoda, conviven dócilmente, sin que haya mediado ruptura narrativa con evocadores flashbacks y elipsis, con una íntima voz en off, una música triste y elegíaca, el perfume de los mejores melodramas filmados por Vidor, Stahl, Shimazu, Borzage o Naruse en la época que la película retrata (ente 1930 y 1936).  
Ropajes actuales, ocasionales, para un alma tan griffithiana como lubitschiana. Imperecedera modernidad por tanto.
En el convulso Japón de preguerra, esta obsesiva historia de amor a destiempo, entrecortada, asida a objetos (cartas, prendas de vestir, libros...), femeninamente carnal y trascendente sin apenas contacto físico, necrófila y devastada por radicalismos políticos, no podría estar más lejos de las convenciones sin contravenir ni una de ellas patentemente, merced a un refinamiento expositivo crítico con todas y cada una de las circunstancias que alejan a la pareja protagonista de poder vivir abiertamente como debieran haberlo hecho.
El arte de Goshō, ni discreto ni simple, parece adaptable a toda clase de terrenos y texturas, fundacionales o postmodernas, ligeras o densas, iniciáticas o de recapitulación, atravesadas por la Historia o suspendidas en el tiempo.
Como sus magistrales "Oboroyo no onna", "Ima hitotabi no" o "Banka" tres, dos o una década antes, "Utage" está muy por encima, es lo opuesto en realidad, a las aburguesadas junbungaku, meras adaptaciones de novelas highbrow, timoratas, tediosas.
En sus manos, este drama romántico sombrío y malhadado está inteligentemente mirado a través de los ojos de una mujer de apariencia frágil, no realizada, que proporciona un punto de vista en constante reajuste hacia la verdad y el deseo, precisamente la capacidad de la que carecen el resto de personajes del film, ocupados permanentemente en abstracciones y convenciones como las ideas y el deber mientras la vida pasa de largo.
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Él no es nada admirable ni especial, desde luego no es un héroe, más bien se trata de un imberbe radical abducido por un contubernio revolucionario que anuncia a Wakamatsu (tan atinadamente que hasta un Adachi pulula por entre los gerifaltes), así que será con los pequeños "triunfos" de ella, trufados de frustraciones, donde estará, siempre atento a la belleza, Goshō.
Momentos tan hermosos como ese en que, diez horas de tren después, aparece ante su casa sonriente, iluminado su rostro... para entregarle un libro que él ni siquiera desenvuelve. Ha atravesado ese espacio movida por su pasión y es justo que la erosión de la incomodidad, el cansancio del viaje, queden olvidados, derrotados por ese instante esplendoroso.
Breves estampas, sin subrayados ni tampoco - es mucho más joven, no tiene pasado - el peso de eternidad concedido por un Mizoguchi a algunas de sus damas (las aún más terrenales y débiles Yuki o Musashino), igual de poco correspondidas y zarandeadas por las circunstancias, pero tan inalcanzables como la Gertrud de Dreyer.  
Suzuko será, un poco como la aterida Lisa de "Letter from an unknown woman" - y es inevitable recordar a Max Ophüls en varios momentos -, la amante del amor hasta si le conduce a la orilla de la playa en que un día escuchó promesas, a rememorar por última vez lo que soñó sería su vida y no fue.

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