Revista Cultura y Ocio

¿Blitz o Bluff?

Publicado el 13 marzo 2015 por Molinos @molinos1282
¿Blitz o Bluff?¿Blitz o Bluff?
¿Susto o Muerte?
No me gustan las películas de David Trueba y no me gustan sus artículos. Él me cae bien y le encuentro bastante inteligente e ingenioso en las entrevistas, pero David Trueba es un espantoso escritor de novelas. 
¿Por qué Blitz es una novela atroz? ¿Por qué es tan horrible que ni tan siquiera consigue provocar hostilidad? Porque va un paso más allá. Blitz hace sentir vergüenza ajena. Estás leyendo y dices "No, no, no David por favor, esto no". 
Pero sí. Una y otra vez. Sin compasión.
¿Qué cuenta Blitz? 
Pues una historia contada un millón de veces: una ruptura sentimental. ¿Importa que sea un argumento muy trillado? No, claro que no. Lo que importa es que un tío como David Trueba la cuenta igual o peor que una adolescente carpetera con ínfulas de intensa. 
Spoilers y comienza la vergüenza ajena. 
Para empezar el protagonista de este despropósito se llama Beto. Se me escapa que oscuro motivo ha llevado a  Trueba a escoger este nombre tan sumamente desacertado  que provoca desconexión con el personaje desde el primer momento (¿Quien cree que los nombres de los personajes no importan? ¿Anna Karenina sería igual si se llamara Mari Trini?)
El bueno de Beto es un arquitecto de 28 años que anda por Munich con su novia. Le han seleccionado para presentar un proyecto de paisajismo en un concurso y en esas anda cuando recibe un mensaje por error en su móvil y se da cuenta de que su novia quiere dejarle. 
El mensaje es: "aún no le he dicho nada. Me cuesta tanto. uff.tq"
Recibe este mensaje, decide que su novia se lo ha mandado a propósito para que se más fácil dejarle y en cero coma tres segundos, el lector se entera de que Marta tuvo un novio cantante paraguayo con el que casualmente se ha reencontrado y sentido el amor verdadero. El pobre Beto siente que: 
"Los celos retrospectivos ahora me alcanzaban y me batán en la carrera del tiempo. El pasado de Marta regresaba para sacar de la pista de carreras a mi futuro de un codazo". 

Tras unas cuantas escenitas de culebrón sudamericano de amoríos, en una de las cuales Beto le propone a Marta que se acuesten juntos para que 
"Mi polla (pueda) decirle adios a tu coño y mis manos a tu culo". 
A pesar de que todo el mundo sabe que ésta es una frase mágica que hace que te entren ganas irrefrenables de acostarte con el que ya es tu ex o con cualquiera, inexplicablemente Marta se resiste y entonces Beto siente que
 "los edredones separados terminaron por ser una cama cortada a cuchillo". 
Marta, con buen criterio, y suponemos que aliviada de dejar a tamaño tarado, al día siguiente se levanta y se vuelve a Madrid. Beto ,que tiene la inteligencia emocional de un gremlin, decide quedarse en Munich nadando en autocompasión y pena infinita y diciendo muchas majaderías. 
"Miré embelesado los tranvías al pasar, hasta que pensé que quizá también mirar sin más era ilegal". 
Beto llora muchísimo, con gran congoja (como lloraríamos todos si nos diéramos cuenta de que el tío que nos ha creado nos hace decir y pensar esas memeces) y en esas anda cuando se encuentra con Helga. 
Helga es una señora de unos 60 años, alemana y voluntaria en el congreso en el que Beto había presentado su proyecto. A Helga, obviamente, Beto le da como penica y se dedica a acompañarle, a darle de comer, de beber, intentar que no haga mucho el ridículo, arreglarle los papeles, le lleva al fútbol... lo único que le falta es cogerle de la mano para ayudarle a cruzar la calle y rebañarle la comida de la boca con la cuchara como si fuera un bebé. 
Ella le consuela mucho, con paciencia infinita y él piensa cosas de tanta enjundia como 
"Yo negaba con la cabeza,abatido, incapaz de encontrar el sistema bancario donde especular con todo el dolor desencadenado dentro de mí". 
Contra los deseos del lector y contra la más mínima credibilidad narrativa, Beto y Helga se emborrachan y se acuestan. Que Beto, un criajo inmaduro, idiota y absolutamente drogado por su autocompasión quiera acostarse con Helga podemos llegar a creérnoslo. Que Helga, que es una mujer con las cosas claras y lo suficientemente madura como no darle dos leches se acueste con semejante individuo se escapa a cualquier intento de comprensión. 
No he visto ni leído 50 sombras de Grey pero la descripción de Trueba de una escena de sexo me daban ganas de cerrar los ojos y decir: no, no, por favor no sigas por ahí, prefiero que me arranques las cutículas. 
"...cuando ella misma terminó por desprenderse del sujetador, en cuyo cierre mis dedos habían forcejeado con heroísmo paralímpico. Surgieron dos senos blancos y libres como fruta alcanzada del árbol". 
¿Heroísmo paralímpico? ¿Fruta del árbol? 
La escena se prolonga en exceso con descripciones completamente innecesarias como  
"Los pezones de Helga eran gruesos y la areola tiznada de un rosa intenso se hundía en su carne color de luna". 
Por supuesto, después de la noche de semipasión llena de confesiones completamente prescindibles y reflexiones sobre la vida en pareja de la misma profundidad que un plato de ducha, Beto se levanta por la mañana pensando "madre mía, me he chuscado a una vieja, que mal". Si ya tenía pocas simpatías por parte del lector, a partir de este momento el libro es una caída libre de empatía durante la cual en lo único que puedes pensar es en que Beto se ahogue en su propia saliva o lo atropelle un tranvía. 
Después de unos cuantos paseos por Munich sin hacer nada interesante ni útil ni nada de nada, Beto coge un avión y vuelve a Madrid. Casualmente en el vuelo coincide con otro arquitecto al que ha pegado de leches en el congreso y que no debe tener memoria a corto plazo porque le ofrece trabajo en su estudio de Barcelona. Beto con esa consistencia de pensamiento, de criterio y de personalidad que le caracteriza acepta la oferta porque 
"Madrid versus Barcelona me resultó una discusión indiferente, un partido de la máxima rivalidad en un deporte que no me interesaba en absoluto". 
A estas alturas de la historia, al lector el libro le ha hecho bola y a David Trueba también. El lector sigue adelante porque la complejidad estilística del texto es similar a la de los Cuadernillos Rubio y por pura curiosidad malsana de ver cómo termina el absurdo Beto. 
Trueba supongo que continúa por orgullo personal y por el dinero del anticipo. Cada uno tiene sus motivos. 
Os ahorraré 40 páginas: no pasa nada. Beto trabaja con el tío al que pegó una zurra, se acuesta con tías por las que no siente nada, a pesar de ser arquitecto paisajista desarrolla una aplicación para móviles completamente inútil y en un momento de inspiración, coge un avión a Mallorca (será maravilloso, viajar hasta Mallorca). Gracias a una postal consigue saber dónde está Helga pasando las navidades y se presenta en su casa en Nochevieja. 
Acaban la noche mirando al mar. 
"Qué bonito es este sitio.- dije"
Así, sin anestesia, "qué bonito es este sitio". El lector no se explica como Helga, que parece inteligente, al abrir la puerta y encontrarse a Beto no finge un ataque de amnesia o se hace la sueca ¿Helga? ¿Qué Helga? Yo no conocer ninguna Helga, mi llamarme Mari Trini.
Casi olvido comentar que como la trama es tan tan compleja y tan rica en matices, la novela viene ilustrada para que el lector no se pierda.
¿Por qué David Trueba ha escrito este horror? ¿Por qué una editorial se lo ha publicado? Porque es David Trueba, obviamente. Si yo fuera con este manuscrito a cualquier editorial me lo tirarían a la cara, con razón. Y deberían darme una paliza. 
¿David Trueba no tiene amigos? ¿Sus amigos no le quieren? ¿Él está tan satisfecho de su escritura que las opiniones de sus amigos le dan igual? 
Terminado este suplicio lo único evidente es que Marta hizo bien en volver con el de la guitarrita y que el lector debería haber elegido muerte.
Someterme a este suplicio se ha debido a una absurda idea que tuve junto con Blanco Humano: elegir un libro y repartirnos las reseñas a favor y en contra. Podéis leer su elogio a Blitz aquí. 

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