Revista Psicología

Bondades y maldades de hoy y de siempre

Por Marperez @Mari__Soles

¿Cuál es la gran diferencia entre las heroínas protagonistas de la literatura convencional y sus antagonistas, esas grandes villanas que han quedado grabadas en nuestro subconsciente como mujeres odiosas? Dos son las diferencias principales:
la primera, el grado de bondad y la segunda, el tipo de relación que mantienen con los hombres. La suma de ambas en cada una es lo que les sirve de combustible para actuar y de sus actos, a su vez, derivan sus recompensas y castigos finales: para la bella y cándida protagonista habrá una boda feliz y para la malvada envidiosa que quiso hacerle la vida imposible habrá cualquier castigo imaginable, incluso la muerte más horrorosa.

En cambio, la literatura que últimamente se está ganando el mayor interés del público, tanto adulto como infantil, está cambiando los roles de esos personajes.

Ahora, a la protagonista dulce e inocente del libro más vendido no le aguarda un matrimonio con un príncipe azul (un millón de perdices lo celebran), sino un pijo perverso narcisista o, dicho con otras palabras, un maltratador de lujo al que se le perdona todo porque la culpa de su extraña personalidad la tuvo (cómo no) su pérfida y odiosa madre. Justificación de la crueldad.

Y, mientras millones de mujeres derriten sus cerebros y se convierten en víctimas (¿voluntarias?) de un maltratador ficticio, las más pequeñas de la casa aprenden, gracias a unos dibujos animados, que para que una mujer se sienta segura y poderosa tiene que haber ocurrido alguna desgracia que haya enfriado su corazón, justificando, así, la crueldad, también.

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Lo mismo ocurre con todo. Si vemos las noticias teniendo en cuenta esos detalles, podremos observar esa tendencia, cada vez más extendida, de justificar la crueldad basándose en otras violencias sufridas. Da la impresión de que hay cierto interés,  entre quienes dirigen los medios de comunicación y qué películas o libros deben ser llevados al público mayoritario, de hacernos creer que la violencia justifica a la violencia.

Estas ideas no triunfarían si en el ser humano no existiese latente esa semilla, pero está ahí, solo que la educación y la empatía, hasta ajora, habían conseguido que no germinara en la mayoría de nosotros/as, a pesar de todo. O eso creía yo hasta hace solo unos días.

Sin embargo, estos días, a raíz del problema que estamos viviendo en casa, comienzo a replantearme esa visión que tenía de la gente que conozco y de la sociedad en la que vivo. En más de una ocasión, a lo largo de mi vida, he pasado por algún tipo de crisis que me sirvió, sobre todo, para diferenciar entre aquellas personas a las que realmente les importaba, las que sentían total indiferencia y las que celebraban y hasta propiciaban las desgracias ajenas.

Aquellos ejemplos se convirtieron para mí en algo tan profundamente detestable que hice todo lo posible por mantenerme a mí misma en el polo opuesto. En mi forma de pensar y de vivir no cabe la mentira, la envidia, la crueldad, ni nada que se le parezca ( al menos, esa es mi intención). Para conseguirlo tuve que hacer un gran esfuerzo hace muchos años, cuando era muy jovencita, para no perder la fe en el ser humano. Tuve que obligarme a mí misma a no caer en la trampa de ver solo lo horrible que estaba viendo y buscar la belleza y la pureza en el fondo de todo por muy escondida que estuviera. Algo así como ver al niño inocente que un día fue el maltratador para poder quererlo, comprenderlo y perdonarle todo; así podía explicarme a mí misma qué demonios me mantenía atada a él, ¡y todo parecía tan bonito y tan romántico!

Lo mismo me ocurría con muchas otras personas: ante todo, quería ser buena, y ya sabemos que las buenas chicas son cándidas, jamás malpensadas, porque si abres los ojos al amor verás amor y porque estamos evolucionando y en la nueva era hay que ser buena gente, y porque mi dolida niña interior se negaba a crecer antes de ser curada de tantas heridas y seguía esperando sus tiritas.

¿Cuántas mujeres (y tal vez hombres) se estarán sintiendo así? Hace cinco o seis años, al principio de esta crisis, aún era relativamente fácil recibir un gesto cálido, un consejo, unas palabras de apoyo; más aún en las redes sociales, en las que todavía no tenían tanto peso ni los partidos políticos ni las empresas, ni mucho menos las leyes paranoicas.

Ahora, en cambio, la crisis está sacando a flote tanta podredumbre y está causando tanta pobreza, que las manos antes abiertas y generosas se están replegando, llevadas, tal vez, por tantas decepciones, por la represión, por el miedo a los que vigilan, y también,  cómo no, porque está aflorando lo peor de muchas personas. El egoísmo en tiempos de escasez puede llegar a ser una virtud cuando se trata de la supervivencia, y parece que vamos camino de algo así.

Por eso no me extraña que apenas se hable de las cinco víctimas mortales de la violencia de género de ayer (tres mujeres y dos menores), o de las personas que están muriendo en la calle (como el periodista Juan Luján) o intentando no quedarse en ella (como una de las componentes de la PAH de Tenerife).

No son solo los medios de comunicación los culpables de lo que se cuenta y lo que no. Ya no. Ahora somos nosotros/as quienes hacemos que algo sea o no noticia. Pero ahora veo más claro que nunca que hay demasiada gente que se alegra de las desgracias ajenas y no son capaces de tender una mano porque les hace muy felices sentirse mejor que quien esté cayendo en desgracia, como suele decirse.

Aquel “esto solo lo arreglamos entre todos” que hizo famoso el Diario Público, o aquel “sí se puede” que adoptaron y reversionaron los de Podemos y Ganemos son pura utopía en una sociedad enferma de egoísmo y envidia que permanece igual de impasible ante la corrupción y los asesinatos que aparecen en las notivias que ante el sufrimiento de las personas más cercanas.

No me extraña, en resumen, que esas mismas personas sean capaces de disfrutar con un personaje que maltrata a una mujer en la ficción y después insultar a una mujer real asesinada por su pareja. Este es el mundo a su medida, por muy asqueroso que nos parezca a mí y a algunas personas más. Asqueroso, repugnante y apestoso mundo el que queda por donde ese tipo de gente pasea.
Es triste, muy triste. Pero bueno, esto es algo que ya sabíamos que ocurriría: comienza la época del filtrado en la que seremos nosotros/as mismos/as, el ganado, quienes hagamos la gran purga. Es hora de espabilar.


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