
―¡Pero cómo ché… pará: ¿esto es una joda? ―dirán los argentinos.En síntesis, esta hipótesis significa la friolera de que la existencia de Borges, quien de nuevo por paradoja había referido en un cuento “suyo”, «Tlon Uqbar Orbis Tertius», la posibilidad de que el mundo que se narra en el tomo perdido de una enciclopedia, que era la elucubración de un grupo de eruditos que redactan una edición inexistente, fuera también una quimera de tres escritores argentinos raeles: Adolfo Bioy Casares, Manuel Mujica Lainez y Leopoldo Marechal. Una mamada de gallo literaria, así decimos en Colombia.

Todo el escándalo, deriva de una inocente nota en una revista argentina de ultraderechas de nombre Cabildo, que al tiempo, tuvo eco en diferentes publicaciones europeas de los años ochentas. «Il Messagero», un periódico italiano, publicó una nota de Leonardo Sciascia, conocido escritor italiano, junto a una foto de Borges donde rezaba: “El Inexistente”. Esto le otorgaba al asunto todos los matices necesarios para una deliciosa trama de origen borgesiano, o cervantino. La leyenda, azuzada por el propio Borges en broma, y su anhelo de entrar en la categoría de los escritores anónimos, que deseaba antes, más que el mismo Nobel de Literatura, ser echado al digno olvido de un escritor latinoamericano de quinta categoría. Así, Borges solía decirle a Antonio Tabucchi: «Yo soy una invención de Roger Callois». Este juego de espejos podía multiplicarse y bifurcarse hasta la saciedad, pero vamos al grano.
En la susodicha revista el artículo titulado «Borges no existe», firmado por Anibal D’Angelo, afirmaba que la leyenda Borges se remitía a la década de los años veinte. Por esas calendas Leopoldo Marechal necesitando un seudónimo para un artículo suyo, decidió firmar como Jorge Luís Borges. No contento con esto, como Cervantes hiciera con Alonso Quijano, lo dotó de una vida, una memoria, unas costumbres, otorgándole sustancia propia.
Al fin y al cabo, Borges disfrutaba él mismo poniendo a prueba el enigma de su propia identidad personal y de la memoria. Es célebre esta actitud a lo largo de varias entrevistas en las que al increpársele acerca de sus datos de lugar y fecha de su nacimiento, se limitaba a responder: «Probablemente eso no sucedió nunca». Respecto al tema del demiurgo, en una conferencia cuando una periodista lo cercó con una embarazosa pregunta sobre Dios, Borges se limitó a contestarle: «Carezco de certezas para afirmar mi propia existencia, señorita, imagine usted si puedo poner en duda la de Dios». La duda y la incertidumbre ontológica siempre pendieron sobre la cabeza del gran escritor argentino. «El mundo es el mundo y yo, desgraciadamente, soy Borges», afirmaba. A lo mejor como solía decir, solamente quería disiparse en la memoria del olvido, que es la muerte de los hombres. En su agonía, Jorge Luís Borges, al igual que Alonso Quijano, tendría quizá un último momento de lucidez, reconociéndose a sí mismo como un hombre decrepito, ciego y rabiosamente latinoamericano, al que le tocó en el reparto universal de los millones de destinos, uno eminentemente literario.