Tenía muchas ganas de ver este drama. La premisa me parecía de lo más atractiva, pues el tema de las segundas oportunidades me apasiona. Sin embargo, la serie se ha quedado en un «quiero y no puedo». Quería ser muchas cosas, quería abarcar tanto, que acabó fracasando en todo. Dos partes tenía la serie y en las dos metieron la pata hasta el fondo. Pero no todo es malo, por eso acabé de verla. De otro modo, habría ido a parar a la sección de «dramas abandonados».
Empiezo mencionando lo mucho que me ha gustado Gong Ji Chul (Jang Ki Yong). Es un gran personaje, pese empeño de la guionista de mostrar su conocimiento de la literatura clásica europea y de convertir a Gong Ji Chul en Heathcliff, el protagonista de Cumbres Borrascosas, de Emily Brönte. Lo intentó tanto, que resultaba frustrante. Ji Chul no es Heathcliff, nunca podría serlo, no es lo que este podría haber sido de no haber sido adoptado por la familia Earnshaw. No, no es Heathcliff, pero es un buen personaje. Muy bueno, en mi opinión y, a pesar de que Jang Ki Yong es un actor bastante malo, lo cierto es que es el segundo papel en el que me gusta.
Gong Ji Chul es uno de esos personajes que se cuela en tu corazón a través de la lástima. No es su grandeza lo que te conmueve, sino su miseria. Pero…
Pero…
¡Pero!
No puedo aceptar que sea un acosador. Toda esta serie es como un canto al acoso y el sometimiento de la delicada criatura que es la protagonista femenina en sus dos vidas. Protagonista que, por otra parte, me sobra. Su simple existencia es un desperdicio de minutos de pantalla, cuando el conflicto entre los dos personajes masculinos no precisa de ella para nada. Solo es un adorno, un accesorio que ni pinta nada, ni aporta nada.
Vamos a ver, en pleno siglo XXI, en el año 2020, no se deberían romantizar ni permitir este tipo de situaciones en una serie si no es para condenarlas y dar ejemplo. Si alguien trata de enaltecer algo así, entonces es que algo está mal en su cabeza, porque no es comprensible. Dos hombres acosando a la misma mujer en dos épocas distintas. ¿De qué vamos?
La serie se desarrolla en dos épocas distintas: 1987 y 2020. En la primera parte, tenemos a Gong Ji Chul, un chico que ha sido maltratado por su madrastra, que luce una cicatriz producto de estos maltratos, hijo de un asesino en serie con delirios de grandeza y que se considera a sí mismo un gran pintor. Ji Chul vive su vida tratando de mantenerse alejado de la estela de su padre, de demostrar al mundo (y a sí mismo) que no es como él, pero ni él mismo está seguro de no serlo, por más que pelee y niegue una realidad que lo persigue constantemente. Sus traumas y baja autoestima lo convierten en alguien «extraño», huidizo, al que le cuesta relacionarse con los demás (recuerdo: Corea y los defectos físicos se llevan fatal, bastante peor que en occidente, que de por sí tiene lo suyo). Tan solo tiene un amigo, un niño con el que se identifica profundamente, pues vive situaciones similares a las que él mismo ha vivido y cuya muerte lo desestabiliza por completo, pues sabe que ha sido la madrastra del niño quien lo ha matado, por más que la policía dictamine otra cosa.
El caso es que el chico se enamora de una mujer, una que tiene una librería, que está obsesionada con Cumbres Borrascosas (parece que solo ha leído esta novela y Resurrección, de Tolstoi) y solo se sabe un pasaje de la novela. Todo muy normal, vamos. Durante toda la serie se hace referencia a la primera, pero solo en la primera parte se hace referencia también a la segunda.
A lo que iba. Empieza a acosar a la chica mucho antes de que ella sepa de su existencia e incluso de que salga con un detective de homicidios. De hecho, la conoce bastante mejor que este. Claro, se pasa la vida vigilándola… pffff…
Mientras todo esto sucede, el policía en cuestión (Lee Soo Hyuk) investiga una serie de asesinatos en los que la firma es un paraguas amarillo. Todas las mujeres que han sido asesinadas usaban uno. Y, cuando conoce la existencia de Ji Chul, se empeña en que él es el asesino. Se obceca tanto, que no duda en inventarse pruebas e incluso usa como cebo a su novia. No importa que él le haya salvado la vida en dos ocasiones o que nunca la haya lastimado. Lo envía a la cárcel sin creer una sola palabra de lo que dice. Ni una sola, oiga. Y pinta al chico como a un tipo malo. Que vale, sí, es un acosador, pero Cha Hyung Bin (el detective) es un psicópata. Su actitud es cuestionable en todos los aspectos. Es imposible empatizar con él, porque no trata de salvar a su amor, sino su propio ego.
Y aquí, lectores míos, hago un alto para hablar de Jung Ha Eun (Jin Se Yeon). Bueno, no, voy a hablar primero de la actriz y luego del personaje.
Jin Se Yeon es una actriz terrible. Horrorosa. Da igual si hace una serie histórica o una serie actual, siempre habla como si estuviese en un sageuk. Su capacidad para expresar emociones se limita a… una sola: una cara de palo y el mismo tono de voz para todo. ¿Alegría? ¿Tristeza? ¿Arrepentimiento? Ella no sabe cómo interpretar algo así. Cierto, cuando trabaja en series históricas no se nota tanto, pero aquí… ¡Santo Cielo! Si el personaje era insoportable per se, ella lo empeora.
Y ahora hablaré sobre el personaje. Y voy a hablar de él en las dos épocas, porque es harina del mismo costal. Antes dije que sobra y no miento. La serie habría ganado en intensidad si la hubiesen eliminado de la ecuación. Esa obsesión por meter a una mujer como sea, estropea tramas muy buenas. Y, en caso de sentir la imperiosa necesidad de meter a un personaje femenino, al menos tendría que haberle dado un poco de fuerza. De hecho, yo no he sentido en ningún momento que tuviese función alguna, pues los dos personajes masculinos mantenían su pelea muy al margen de ella. Era algo mucho más visceral, más primitivo, nacido en un lugar donde ella no tenía cabida.
Por otra parte, el que se considerase a sí misma como salvadora incluso de un psicópata, que pretendiese ser la cura para todos sus males además de aceptar el acoso al que la someten los dos hombres, hace que todo lo demás se tambalee y acabe convirtiéndose en lo que ya dije antes: un «quiero y no puedo».
Y nos vamos al año 2020. La sombra Ji Chul sigue planeando sobre nuestros protagonistas. Recordemos que habla de la reencarnación y que, por tanto, los tres se reencarnarán en el futuro y que, probablemente, repetirán los mismos roles que en el pasado.
Vale, voy a decir que, en este punto, solo me interesaban dos cosas: la verdadera historia de Ji Chul y Lee Soo Hyuk en movimiento. En serio, qué hombre más elegante, por Dios. Verlo aparecer en traje, caminando con ese garbo coreano… en fin… que mis pupilas se alegraban cuando aparecía. Sí, sí, ya sé que no es un hombre guapo, pero la belleza es subjetiva, queridos míos, y para mí tiene un puntillo, el muy canalla. Sé que esto no tiene nada que ver con la serie, pero es que había perdido el interés y solo disfrutaba de la presencia de este hombre en pantalla.
Los personajes, de hecho, repiten los roles del pasado, pero no puedo contar mucho para no destrozar la serie, pues es en 2020 cuando empiezan a deshacerse los nudos. Y juro que quise abandonarla en más de una ocasión, pero me forzaba a verla solo para conocer la historia de Ji Chul.
Desde luego, no es una serie que recomendaría a nadie. Es moralmente cuestionable en infinidad de cuestiones, pero no como una crítica a la laxa moralidad de la sociedad moderna, sino porque la guionista parece encontrar romántico que una paleontóloga hable con los huesos como si fuesen seres vivos, de una forma absolutamente ridícula. Algo así como «pobrecito mío, qué miedo habrás pasado, pero yo te voy a dar consuelo ahora porque soy Santa Yo».
Juro que el personaje femenino es insoportable. De hecho, la mayor parte de sus apariciones cortan el ritmo de la narración porque tratan de colarnos un romance a tres bandas difícil de creer. Y no voy a decir nada del final, porque tiene mucha tela que cortar.
En fin, que ha sido otra de las grandes decepciones de este 2020.