"Hola - dijo susurrando, y nos miramos mientras ella apagaba las luces. Siempre hay ese miedo a la decepción, a que no salga bien, pero desde el primer momento supimos que eso no debería preocuparnos".
Leo, muy por encima, sobre la Ley de Bienestar Animal y llego al término "gatos comunitarios" que, por lo visto, define a lo que toda la vida se ha llamado gato callejero. Por si alguien no lo sabe: a mí los gatos no me gustan, me dan miedo. Pero si me gustaran, si fuera un amante de los felinos, estaría muy encabronada con esta terminología. Gato callejero es una denominación con clase, con estilo, que resulta interesante: ¿Cómo no va a resultar interesante si recuerda a los Aristogatos, si suena a ser independiente, a hacer lo que te da la gana? Gato comunitario suena a urbanización cerrada con piscina, a portal, suena hasta a pagar recibos. Si yo entendiera algo de gatos, que no es el caso, si pudiera meterme en su mente, estaría indignada. Pasar de ser gato callejero a ser gato comunitario es perder categoría.
Sigo recuperándome de una especie de trancazo, catarro, gripe y mareo con migraña y náuseas que arrastro desde antes de mi cumpleaños. Está todo el mundo igual pero, como ya sabía, que todo el mundo se encuentre mal no consuela nada. Lo que hacemos cuando alguien te dice "yo estoy igual" es pensar "seguro que no, yo estoy peor". Es increíble la capacidad humana para querer ser siempre el campeón del sufrimiento: yo lo paso peor, yo trabajo más, mi empleo es más insufrible, mi jefe es más cabrón. Es increíble esa capacidad y dice mucho de nuestro ombliguismo: lo mío siempre es más. En cualquier caso parece que estoy mejor, no plenamente recuperada pero lo suficiente como para no creerme en posesión del dolor supremo. ¡Ah! Otra cosa que he descubierto esta semana es que todos los síntomas que he sufrido son compatibles con la menopausia, que todavía no tengo pero debe de estar al caer. Y, por cierto, apuntad esto: La menopausia es la nueva zanahoria comercial que las marcas, el capitalismo o las empresas están agitando delante de las mujeres. Con la excusa de "es que no se habla de ella, las mujeres no la conocen" están haciendo lo de siempre. Empieza por "venimos a hablaros de esto porque hasta ahora habéis vivido en el desconocimiento más absoluto del tema y así no podéis seguir, pobres almas en desgracia", premisa con la que disiento porque ahora resulta que todo lo que no esté en redes o en las revistas o comentado por algún gurú "no existe", cuando a lo mejor se habla de otra manera menos obvia. Segundo paso: "¿Dónde vas, Caperucita, tan pancha por el bosque? ¿No sabes que viene el lobo y te devora desgarrándote las entrañas? ¿Cómo eres tan inconsciente?", que consiste en contarte todo lo horrible que te va pasar (aunque es todo muy natural, te dicen 25 veces). Aquí me entra la risa porque, mágicamente, todo lo horrible que te lleva pasando 30 años teniendo la regla pasa a un decimocuarto plano, como si al llegar a la menopausia vinieras de un mundo de luz y de color a meterte en una cueva de dolor y sufrimiento digna de un paisaje de La Princesa Prometida . Así que, bueno, la menopausia tendrá sus cosas (no lo dudo) pero no creo que se acerquen ni de lejos a 35 años de agonía, dolor, tobogán emocional, situaciones embarazosas de todo tipo o viajes de amor arruinados, por hablar solo de cosas frívolas. El tercer paso es "saca una libreta, que te voy a decir todo lo que deberías estar haciendo y no estás haciendo y vas mal". De aquí hay que pasar directamente, porque resulta que para llegar bien a la menopausia tendrías que haber empezado a hacer "cosas" con 17 años. Es como el que te dice que para tener un plan de pensiones cuando te jubiles tienes que empezar a ahorrar con 25: ciencia ficción y una memez imposible de cumplir. El último punto es el del capitalismo molón: "Compra esto, haz esto con el gurú Mengano, come la comida tal y toma cuál remedio homeopático y blablabla". ¿Cómo sé todo esto? Porque, ahora mismo, mire donde mire, lea lo que lea o escuche lo que escuche me encuentro con este asunto. (Por supuesto que hay cosas interesantes sobre el tema, pero son las menos).
Reviso mis notas para este breve y me encuentro con lo siguiente: "Tu personalidad es como el salmón o las aceitunas, de primeras no gusta. ¿Me estás diciendo que soy demasiado especial?". No sé de dónde la apunté y tampoco sé si me gusta. No podemos comparar las aceitunas y el salmón. ¿Cómo no te van a gustar las aceitunas? Si no te gustan las aceitunas solo puedes ser o una persona poco de fiar o mi amigo Fede al que quiero hasta el infinito y más allá y, como ese puesto ya está cogido, si no te gustan las aceitunas....
"Felicidades, ya has llegado a la edad estupenda en la que puedes ser la mujer cínica que llevas dentro".
Creo que esta ha sido mi felicitación favorita de parte de un desconocido. No podría retratarme mejor.
Estoy escuchando El monstruo del monóculo y otras bestias , de Nuria Pérez. En un momento dado citan a Budd Schulberg, y mi ego de mujer cínica aletea feliz porque hace ya catorce años que lo descubrí. Vuelvo a mis notas, al blog y ahí están las citas apuntadas. Asiento al leerlas y aprovecho para que abran y cierren el breve de esta semana.
"Supongo que es una lástima que las personas no puedan ser un poco más consecuentes. Aunque si lo fueran, quizá dejarían de ser personas. Tal vez se convertirían en personajes de tragedias épicas o de películas de Hollywood. [...]. Lo único que al parecer hace la gente es lo posible por ir tirando y pasárselo bien; y si para ello deben conservar lo que poseen, es probable que acaben convirtiéndose en unos fascistas; y si para ello deben tratar de conseguir lo que necesitan y no poseen, es muy probable que acaben aprendiéndose de memoria La Internacional " .
Ser consecuente es duro. Casi tanto como ser cínica desde los doce.