Es el año 2003, llevo dos años en Polonia y he encontrado trabajo en una empresa de importación de frutas y verduras. La empresa es de capital español así que necesitan a alguien que hable el idioma y comprenda a los españoles, ¿qué mejor que un español que chapurrea el polaco y habla inglés fluido?, después de todo, no se trata de mantener conversaciones interesantes, en la empresa nadie habla inglés así que conque comprenda lo que me dicen y sea capaz de explicarme de alguna manera ya va bien. El problema es que nadie tiene tiempo para el papeleo y me toca a mí solucionar lo necesario con la oficina para extranjeros.
Así que me encuentro ante el portal de la oficina de extranjería, en la esquina de la calle Andersa y Muranowsa. Es un gris día de otoño y hago cola ante un anodino edificio de dos plantas. Son las seis de la mañana. A las ocho empiezan a atender pero solo en un despacho, por eso hay que hacer cola desde antes de que abran. A las doce consigo presentar los papeles que decía el folleto que recogí el día anterior. Por supuesto no estaba todo, me faltaba una cosa que no estaba claramente explicada, otra cosa que se daba por supuesta y algo más. Vuelvo al día siguiente a otra oficina. La cola es menor así que supongo que tardaré menos. Estoy equivocado. Tras media hora sin que entre ni salga nadie comienzo a preguntar a los que esperan conmigo desde cuando no hay movimiento. No ha habido ningún movimiento desde que han llegado. Pasa una hora y lo mismo. Pregunto de nuevo, nadie sabe nada pero todos parecen tranquilos. Empiezo comprender por qué no hay más que polacos esperando en una oficina para extranjeros. Sólo ellos pueden soportar un suplicio así. Toco la puerta, sin respuesta, no hay nadie. Decido averiguar qué pasa. Empiezo a recorrer toda la planta preguntando a celadores, guardas de seguridad, nadie sabe nada. Entro sin llamar en las oficinas abiertas y pregunto a todo el mundo donde están los trabajadores del despacho 103 (en realidad no recuerdo el número). Nadie sabe nada. Finalmente cojo mis papeles, los meto todos en una funda de plástico, la echo por debajo de la puerta y me voy. Me imagino que, como mucho, los dejarán apartados y cuando se pregunten por qué he hecho algo así se dirán que los españoles estamos locos aunque quizás comprendan que era culpa suya.
Al día siguiente cuando llego me echan un puro a la polaca, es decir, sin levantar la voz, me ponen mala cara y me dicen que las cosas no se hacen así en ese país. Yo les pregunto dónde estaban durante más de dos horas (tiempo que supuse que tardaron en llegar) y haciendo oídos sordos me entregan los papeles firmados y sellados. Papeleo concluido.
En una entrevista que di para un artículo sobre extranjeros en Polonia que saldría en una revista de estudiantes me preguntaron qué era lo más difícil de comprender del país. Yo les contesté que el funcionamiento de la burocracia era un misterio para mí.
Pero ahora ya no lo es y, por eso puedo escribir las leyes fundamentales de la burocracia polaca.
La primera ley: diga lo que diga el funcionario, siempre tiene razón.
Estaba en la oficina del padrón municipal. Tenía todos los papeles necesarios pero la mujer no acababa de estar convencida, buscaba un error por todas partes. Si hay algo que, uno debe de comprender sobre la burocracia es que el nivel de conocimientos del burócrata sobre su trabajo es, generalmente pobre, no porque no estudien, seguro que a veces sí, sino porque en este país las leyes son extraordinariamente complicadas y abiertas a interpretación.
Segunda ley: Las leyes y los artículos están para ser interpretados, y si no se conocen para ser inventados sobre la marcha. Sobre la validez de la decisión del funcionario remitirse a la primera ley.
Es decir que si un burócrata piensa que mis ojos son azul marino y quiere escribirlo así en mi descripción tendrá razón aunque de verdad sean marrones y si yo le contradigo llamará a otro colega para cerciorarse que, invariablemente corroborará la opinión del compañero.
Por eso cuando la veo levantarse para ir a preguntar por ahí que piensan otros de mis papeles veo que me está buscando las cosquillas.
Tercera ley: si el funcionario decide encontrar un error, lo que ocurre con una frecuencia exacta del 64,2%, lo hará basándose en la segunda ley
Cuando vuelve está más relajada, No puede darme el documento de residente estable. Como mucho el temporal. Le pregunto por qué. Porque debería de haber vivido en Polonia más de tres meses y no consta en los papeles. Le digo que estoy casado, tengo una hija y trabajo en este país en el que llevo viviendo casi diez años pero eso no la convence. Necesito demostrarlo por escrito. Si todo eso no basta, ¿cómo puedo demostrarlo?, le pregunto. Estaría bien que tuviera un documento certificando que he entrado en este país. Estamos en la Unión Europea, de la que España es miembro, ¿cómo voy a tener un documento que demuestre que he entrado si nadie me pone sellos en el pasaporte?
Ahí la he pillado. Se queda pensando. Sé que no tiene salida. Tiene que funcionar porque volví de mis vacaciones el mes anterior y eso no sirve. Por suerte la vieja idiota no había caído en que las leyes cambiaron al entrar Polonia en la Unión y no sabe qué hacer. Pero tiene un as en la manga. Será suficiente con una declaración por escrito, me dice. ¿Cuando quiere que escriba que he vuelto?, le pregunto. Se queda de piedra. Eso es absurdo, tiene que escribir cuando ha vuelto, yo no puedo decírselo. Ajá, pienso. Acabo de descubrir otra ley fundamental de la burocracia polaca.
Cuarta ley: lo que está escrito y firmado tiene un valor sagrado. Un documento es como una página de un libro santo que se escribe todo el tiempo. Por eso el funcionario es un guardián de la verdad. Su función es asegurarse de que ninguna falsedad o tergiversación manchan el libro santo.
Evidentemente no debo equivocarme, porque en cuanto firme lo que digo, será irrevocable, así que le digo.
- Volví hace dos años.
- En ese caso no puedo hacer el documento. Es demasiado tiempo, me contesta.
Comienzo a cavilar, sigue intentando pillarme.
- Bueno, no era verdad, le digo.
Me mira confundida. ¿Cuándo ha vuelto entonces?
Los que se sientan ante las ventanillas de los lados hace ya un rato que han dejado de escuchar a las burócratas que les atienden, están flipando. Es una situación comprometida pero debo continuar. Yo no me voy de allí sin el documento.
- ¿Qué tal si pongo que volví tal fecha?
La vieja suda, la pareja de al lado se quedan boquiabiertos. No puede responder. Veo en su cara que es la respuesta correcta
- Vale, pues esa fecha, me ratifico.
Escribo que volví tal día de tal mes de tal año y lo firmo. Ella me mira con los ojos desorbitados y me advierte que avisará a la policía para que confirmen la veracidad de lo que he afirmado mientras hace una fotocopia del papelillo que le he entregado. A mí me la refanfinfla. La policía no tiene medios para hacer tal cosa y yo lo sé.
Al cabo de diez minutos recojo mi documento de residencia estable y me largo de allí.
A la salida me siento ¡COMO DIOS! Quiero deleitarme en mi obra, cojo la fotocopia del papel que me ha dado el triunfo y lo miro. Me quedo helado. Se me para el corazón. Miro la fecha y veo que, con los nervios, he escrito la fecha real de mi vuelta de vacaciones. Cojo el tranvía, me siento y pienso, al principio, consternado, en lo estúpido que soy y lo poco que me ha faltado para echarlo todo a perder. El tranvía se pone en marcha y mi humor empieza a cambiar. ¿Y la cara que se le quedará a la idiota si mira la fecha? Busco en mi interior algún dios, espíritu o lo que sea para rezarle: que lo lea, por favor, que lo lea, venga que lo lea.