Este ligero cambio a la inversa de una tendencia tan peligrosa para el planeta puede deberse a un éxito en las políticas internacionales para proteger esta capa vital de la atmósfera, aunque no todos se muestran tan optimistas: ya en el año 2007 se hablaba de ciertas reducciones del agujero de ozono que se achacaban a variaciones climáticas más que a la nueva conciencia político-ciudadana y sus acciones al respecto.
Tras las últimas mediciones, se observa que desde la firma del Protocolo de Montreal en 1989 se han reducido drásticamente las emisiones de CFC a la atmósfera. Estos gases destruyen las partículas de ozono y reaccionan con especial agresividad en las bajas temperaturas, por ello los mayores problemas de reducción de ozono se sitúan en los polos y especialmente en la Antártida, donde más corrientes de vientos confluyen arrastrando las emisiones de CFC de todo el globo.
