Revista Expatriados

Burhanuddin Rabbani y sus tiempos (2)

Por Tiburciosamsa
En febrero de 1989 las tropas soviéticas se retiraron y, contra todo pronóstico, el régimen comunista de Najibullah Amin no se desmoronó. La cuestión afghana se enredó todavía un poco más. Aunque fuese contra los Acuerdos de Ginebra de abril de 1988, EEUU deseaban que el régimen comunista de Kabul cayese. Pakistán deseaba lo mismo, pero con el añadido de que a su caída quería colocar en Kabul a su protegido Hekmatyar. Y las distintas facciones muyaidines parecía que jugasen al juego de la piñata: a ver quién se llevaba la golosina cuando cayese Najibullah Amin.
Najibullah aguantó mientras la URSS le estuvo proporcionando suministros. En 1991 la URSS decidió volver a ser Rusia, que es más facilito de pronunciar, y cortó su ayuda a Kabul. El régimen de Najibullah empezó a tambalearse. Lo determinante fue cuando el general Abdul Rashid Dostam, al que Najibullah había enviado al norte para que pusiese orden, cambió de bando. Dostam pertenecía a la minoría uzbeka y se dio cuenta de que tanto si Najibullah se mantenía como si lo derribaban los muyaidines de Hekmatyar, la perspectiva era el predominio de los pashtunes. Dostam encontró que lo más sensato era encontrar un acomodo con la guerrilla de Ahmed Shah Massud, que a fin de cuentas estaba compuesta también por otra minoría.
El 16 de abril dimitió Najibullah Amin y al día siguiente Massud ocupó pacíficamente Kabul de manera pactada con el gobierno anterior. Las distintas facciones muyaidines comenzaron negociaciones en Peshawar sobre el futuro de Afghanistán. Bueno, en realidad para ver qué pedazo de la tarta se quedaba cada uno. Lo malo es que la situación en Kabul era tan fluida que no se podía esperar a que los señoritos se pusiesen de acuerdo. Hekmatyar había empezado a introducir hombres suyos en Kabul para presentar a las demás facciones un hecho consumado. El hecho consumado al final se lo encontró él: Massud y Dostam reaccionaron a tiempo y expulsaron a sus hombres de la capital.
A toda velocidad el 24 de abril los muyaidines alcanzaron el que se ha dado en llamar Acuerdo de Peshawar. El Acuerdo preveía la constitución de un Consejo Islámico de Transición, cuya presidencia sería rotatoria y cuyo primer presidente sería Sibghatullah Mujaddedi, que lideraba el Jabha-i-Nijat-Milli de tendencia monárquica y nula fuerza militar. Mujaddedi tendría un mandato de sólo dos meses, que luego traspasaría a Rabbani quien lo detentaría durante cuatro, hasta el 28 de octubre. En ese período de seis meses se deberían constituir el Gobierno de transición y preparar la Constitución de la república islámica, que en un momento posterior habría de ser aprobada por una asamblea de notables. Sólo un ingenuo habría podido pensar que el Acuerdo de Peshawar funcionaría. Los líderes muyaidines no lo vieron más que como una solución transitoria, un impasse momentáneo antes de que viniese lo bueno: lanzarse los unos y los otros a la yugular del contrario para ver quién se hacía con el poder.
Rabbani maniobró en esos días muy bien, aprovechando que su aliado Massud ocupaba Kabul. Lo primero que hizo fue moverle el piso al débil Mujaddedi, que casi vio con alivio la expiración de sus dos meses de mandato. A continuación logró que el puesto de Primer Ministro del Gobierno de transición, que había de ir al Hizb-e islami, no fuese para Hekmatyar, sino para otro de sus líderes, Ustad Farid. Y, más importante todavía, obtuvo la cartera de Defensa para su aliado Massud.
Para mediados de agosto, Hekmatyar, que ya tenía un rebote considerable, hizo lo que mejor sabía: bombardear. El objetivo fue Kabul, a ver si una de las bombas le caía en la cabeza al cabronazo de Rabbani. Massud, por su parte, replicó a Hekmatyar y se volvió a liar.
Cuando llegó el 28 de octubre de 1992, el día en el que debía abandonar la presidencia rotatoria, Rabbani pensó que lo estaba haciendo tan bien, o tal vez que se sentía tan cómodo en la silla, que dijo que no soltaba la poltrona. A trancas y barrancas consiguió formar una asamblea constituyente en diciembre, cuyos agradecidos miembros le designaron presidente del país por un período de dieciocho meses. Sin embargo, su posición era precaria. Al Hizb-e Islami, que le odiaba, se unió el Hizb-e Wahdat de Abdul Ali Masari, que le detestaba. Su autoridad real se limitaba a Kabul y alrededores y militarmente dependía de su aliado Massud.
Pakistán se sentía frustrado. Había sido el gran apoyo de los muyaidines durante años y justo en el momento de la victoria, había visto cómo el premio gordo se le escapaba de las manos y su protegido Hekmatyar tenía que comerse los mocos a las afueras de Kabul. Así pues, Pakistán facilitó a comienzos de 1993, con la colaboración de la Organización de la Conferencia Islámica y sendas manitas que le echaron Arabia Saudí e Irán, que hubiera conversaciones de paz, a ver si por esa vía Hekmatyar conseguía la cuota de poder que no conseguía a base de cohetes.
De esta manera se llegó al Acuerdo de Paz de Islamabad del 7 de marzo de 1993. El Acuerdo preveía que se formase un gobierno transitorio con una duración de 18 meses con Rabbani de Presidente y Hekmatyar o la persona que él designase de Primer Ministro. El Gabinete sería formado por “el Primer Ministro en consultas con el Presidente”. Sí, la desconfianza era tanta que no se podía dejar que uno de los dos formase el Gobierno sin contar con el otro. Al término de los 18 meses se esperaba que los dos enemigos irreconciliables habrían sido capaces de crear una Comisión Electoral independiente, celebrar elecciones a una Asamblea Constituyente que elaboraría una Constitución, y convocar elecciones legislativas y presidenciales bajo la nueva Constitución. Esto no era un cronograma. Era la carta a los Reyes Magos.
La escenificación del Acuerdo fue muy bonita: los líderes afghanos visitaron La Meca y las capitales vecinas al país. Hubo muchos abrazos y seguro que se hicieron fotos preciosas. En cuanto se hubo marchado el último fotógrafo de prensa, volvieron los problemas.
El Hizb-e Wahdat volvió a bombardear las zonas gubernamentales, que es la manera que uno tiene en Afghanistán de protestar cuando siente que le han chuleado en una negociación. Hekmatyar pidió que Massud no entrase en el Gobierno y que hubiera comisiones que representasen a todos los partidos en los Ministerios de Defensa, Interior y Asuntos Exteriores. Rabbani le preguntó a Hekmatyar que qué fumaba para decir cosas tan raras y le recordó que quería tener derecho de veto sobre quiénes elegía para el Gabinete. A Hekmatyar se le terminaron de hinchar los bemoles y el 24 de abril lanzó un ataque sobre Kabul, que era algo que se le daba mucho mejor que negociar.
El Consejo Muyaidín de Jalalabad, que no quería enterarse de que eso era Afghanistán y allí las cosas se resolvían a tiros, organizó una conferencia en mayo en la que prácticamente secuestró a los líderes de los partidos en el edificio de la conferencia para que alcanzasen un acuerdo.
El acuerdo que se concluyó el 18 de mayo de 1993 pretendía que entre marzo y mayo todo había ido como una rosa y nadie había tirado bombas. En fin, que el Acuerdo de Paz de Islamabad había funcionado y sólo hacía falta introducirle unos pequeños retoques. Los retoques, -no tan pequeños- fueron: 1) Que Hektmatyar pudiera presidir una comisión que dirigiría el Ministerio de Interior y contaría con dos comisionados por provincia; 2) Que Rabbani presidiera una comisión similar en Defensa; 3) Que se instaurase un consejo supremo de notables cuya función, no escrita, sería tener controlado a Rabbani. Por cierto que una consecuencia del punto 2), que seguramente se buscaba, fue forzar la salida de Massud de la cartera de Defensa. En fin, que en Jalalabad a Rabbani le pillaron con los pantalones bajados y le metieron goles hasta entre las piernas.
El Acuerdo de Paz de Jalalabad duró lo que duran las buenas intenciones en Afghanistán: un telediario. Había demasiado odio y desconfianza entre Rabbani y Hekmatyar como para que el acuerdo funcionase. Incluso si Rabbani y Hekmatyar hubiesen sido capaces de ponerse de acuerdo, había muchísimos otros actores que querían su parte del pastel. Por cierto que además de los actores exteriores, había dos actores exteriores un poco pesados: Pakistán y Arabia Saudí. A ambos les molaba Hekmatyar.

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