Revista Expatriados

Burhanuddin Rabbani y sus tiempos (3)

Por Tiburciosamsa

Rabbani supo maniobrar bien en los meses siguientes. Le pasó “comme il faut” la mano por el lomo a Dostam, que andaba corto de fondos y se había peleado con su antiguo aliado Sayyid Mansor, de la milicia Kayan. En el frente exterior aplicó la vieja máxima de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos y les hizo guiñitos a la India, Irán, Rusia y Tadjikistán, con buenos resultados. Ya para rematar, tuvo un gesto de cara a la comunidad internacional: en noviembre firmó en Egipto un acuerdo para frenar la expansión de los movimientos islámicos procedentes del Norte de África, que habían conseguido algún apoyo de algunos grupos muyaidines.
Rabbani pudo tomar las uvas el 31 de diciembre de 1993 pensando que había logrado sobrevivir a un mal año y que de ahora en adelante las cosas no podrían sino mejorar. Eso era olvidarse de que vivía en Afghanistán. El primer día de 1994 Dostam se alió con Hekmatyar y ambos lanzaron sendos ataques contra Kabul y contra las posiciones de Massud en el noreste del país.
Rabbani aguantó como pudo durante unos meses y para junio pareció que su suerte cambiaba. Primero consiguió que la asamblea suprema tribal renovara su mandato por otros seis meses. Luego fue que surgió un nuevo grupo militar que empezó a tocarle los cataplines a Hekmatyar en el sur. Eran los talibanes.
Los talibanes parecieron en ese momento un regalo del cielo: una milicia puritana y disciplinada, que parecía tener unos objetivos un poco más elevados y más a largo plazo que los de los señores de la guerra de turno. Pakistán, que había empezado a perder la paciencia con Hekmatyar, se volcó con ellos. Estaba convencido de que los talibanes le asegurarían un Afghanistán estable y colaborador.
Rabbani fue otro que pensó que los talibanes eran un regalo llovido del cielo, ya que le estaban dando duro a Hekmatyar en el sur, justo en el momento en el que éste le tenía acogotado en Kabul. Pensaba que se trataría de una milicia más con la que podría conspirar como solía. Parece que su entusiasmo se enfrió bastante cuando se entrevistó con el número dos del movimiento, el Mullah Mohammad Rabbani, para buscar una alianza de forma que ambos le hicieran una pinza a Hekmatyar. Para su sorpresa, descubrió que los talibanes estaban hechos de otra pasta. Le dijeron que nones, que no negociaban y que les fuese entregando Kabul. En todo caso, no se habría llevado esa sorpresa si hubiera rascado un poco. Los talibanes le consideraban un corrupto y pensaban que era uno de los principales responsables de la falta de paz y de unidad en el país. O sea, pensaban sobre Rabbani igual que el 90% de los afghanos.
El 28 de diciembre concluyó el mandato de Rabbani como presidente y éste hizo lo que mejor sabía hacer: negarse a dimitir. Los primeros de año de Rabbani parecen gafados, porque el 1 de enero de 1995 le tocó recibir a un enviado de NNUU, Mahmoud Mistiri, con la petición/exigencia de que dimitiera. Rabbani estaba en una situación apurada y no podía malquistarse con la comunidad internacional. Vamos, que negarse a dimitir no era una opción aceptable. Así que lo que hizo fue lo que otras veces: decir que “sí, pero…”. El 10 de enero se ofreció a abandonar el puesto que llevaba trece días ocupando ilegítimamente y a entregar el poder a una administración interina de la ONU, si Hekmatyar dejaba de bombardear Kabul, retiraba su artillería pesada del sur de la ciudad y levantaba el bloqueo de las carreteras que conectaban la capital con el sur del país. El 12 se llegó a un alto el fuego, que el Hizb-e Islami dijo que sería permanente si Rabbani dimitía y el poder pasaba a un comité formado por todos los partidos. El alto el fuego se rompió el 19 y vuelta a los bombardeos. Rabbani había jugado muy bien sus cartas, apostando que a la larga su oferta no funcionaría.
Mistiri, que tenía esa cualidad que han de poseer los enviados de NNUU, que es la de ser inasequibles al desaliento, estaba ultimando a finales de enero los detalles de la transición del poder de Rabbani a todos los partidos. No había advertido que la situación militar estaba cambiando a pasos agigantados y en Afghanistán lo que cuenta es quien tiene más balas, no quien tiene más acuerdos. 
Los talibanes, que en noviembre habían logrado su primera gran victoria con la conquista de Kandahar, estaban presionando duramente a Hekmatyar. A finales de enero atacaron Ghazni, en el sureste del país, en un ataque que contó con el apoyo de los hombres de Rabbani. La batalla fue un desastre para Hekmatyar, que perdió varios centenares de combatientes y varios tanques. Sospecho que perder los segundos le importó mucho más que perder los primeros. A comienzos de febrero los talibanes arrebataron Wardak a Hekmatyar y llegaron a 30 kilómetros al sur de Kabul. Hekmatyar tuvo que abandonar toda su artillería.
Estaba previsto que el 22 de febrero Rabbani abandonase el poder. ¿Y qué hizo? ¡Correcto! Se negó y retrasó la fecha al 21 de marzo. Su excusa en esta ocasión fue que no dimitiría a menos que se incluyera a los talibanes en la administración interina. La propuesta era sensata y respondía a la realidad sobre el terreno. Los talibanes habían mostrado que eran una fuerza a tener en cuenta. Como siempre con Rabbani, quedará la duda de si era sincero o si hizo la propuesta sabiendo que fracasaría y lograría demorar un poco más su dimisión. Porque lo cierto fue que la propuesta fracasó por la intransigencia de los talibanes que pusieron como condiciones que la administración interina sólo contase con ”buenos musulmanes”, que hubiera representación de todas las provincias del país y que Kabul fuera controlada por una fuerza neutral controlada por los talibanes. Me encanta el concepto de fuerza neutral controlada por una de las facciones. También les gustó a Rabbani y a los demás. Las conversaciones no llegaron a ninguna parte. Rabbani había conseguido volver a retrasar su dimisión.
En marzo se reanudaron los combates en torno a Kabul. Ali Masari, el ex-aliado de Hekmatyar, se coaligó con los talibanes para darle duro a Rabbani. Un poco más tarde Ali Masari pudo comprobar el concepto que tenían los talibanes de las alianzas. El rumor que circula es que le hicieron saltar de un helicóptero sin paracaídas. El Hizb-e Wahdat prácticamente desapareció como fuerza combatiente.
Finalmente en marzo ante Kabul se paró el rosario de victorias ininterrumpidas de los talibanes. Alejados de sus bases de partida en territorio pashtun y enfrentados al genio militar de Massud, se vieron forzados a retirarse. Además, en las batallas en torno a Kabul quedó de manifiesto que en lo que se refiere a salvajismo y falta de respeto por los civiles los talibanes no eran mucho mejores que el resto de los señores de la guerra. Esta fue una lección (que los talibanes eran unos cabronazos) que, de alguna manera, aquéllos que veían en ellos el instrumento para unificar y pacificar Afghanistán, lograron que no calase.
Con estas victorias, Rabbani dejó de sentirse acogotado militarmente y se olvidó de su promesa de dimitir el 21 de marzo. Un regalo adicional de las victorias fue que la coalición de partidos anti-Rabbani le dio la patada por inútil a Hekmatyar y colocó en su lugar como líder de la coalición al más blandito Sibghatullah Mujaddedi. Además empezó a sentirse reforzado en el frente internacional. Aquéllos que no querían un Afghanistán pro-pakistaní,- básicamente Rusia, India e Irán-, vieron que la mejor alternativa a una victoria de los talibanes pro-pakistaníes era Rabbani y, en consecuencia, empezaron a ser más generosos con sus ayudas y se pusieron a apoyarle con mayor fervor en los foros internacionales.
Un fenómeno interesante fue que a medida que avanzaba el año, el régimen de Rabbani sobre las porciones que controlaba del país se fue volviendo más autoritario e islamizante. A partir de la primavera inició el acoso del semanario cultural independiente “Subh Omid”, que no paró hasta octubre, cuando pudo reemplazar todo su consejo de redacción. En agosto ordenó el cierre de todos los cines de Kabul durante un mes por exhibir “películas inmorales” y centenares de vídeos ingleses e indios fueron destruidos por obscenos. También por esas fechas se prohibieron en los medios de comunicación las canciones de cantantes femeninas. En septiembre prohibió que una delegación de mujeres afghanas acudiese a la Conferencia sobre la Mujer de Pekín, porque en la misma se discutirían temas antiislámicos como la planificación familiar, el aborto y el sexo prematrimonial. Se prohibió el alcohol en Kabul y se forzó a las mujeres a ponerse el hijab. Aunque estas medidas estuviesen en consonancia con la ideología de los Hermanos Musulmanes, que tanto influyeron a Rabbani, resulta inevitable pensar que Rabbani decidió islamizar su régimen en respuesta a los talibanes. Debió de pensar que si el rigorismo islámico les ganaba seguidores a los talibanes, él también podía jugar a ese juego.

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