Revista Viajes
A partir de agosto la suerte militar volvió a serle adversa. Dostam, Hekmatyar y los talibanes unieron sus fuerzas contra él y empezó a sufrir serios reveses. El peor golpe le vino cuando el 5 de septiembre los talibanes ocuparon Herat. Herat era una de las principales ciudades del país. Era una ciudad refinada y liberal, que además era persófona, como Rabbani. Aparte del golpe simbólico, el golpe estratégico fue importante, ya que Herat controlaba las comunicaciones con Irán. Al mes siguiente cayó también Bamiyán, que llevaba meses cambiando de manos, en poder de los talibanes.
Como cada vez que le iba mal en el terreno militar, Rabbani empezó a dar señales de que después de todo sí que podría dimitir. A comienzos de noviembre, le dijo al Enviado Especial Mistiri que sí, que dimitiría si los talibanes dejaban de tirar bombas y cesaba la intervención extranjera. Su propuesta concreta era que dejaría el poder a una persona o a una comisión y que las distintas facciones discutieron con la mediación de NNUU los mecanismos para la transferencia de poderes. Con esta oferta a Rabbani se le puso cara de Don Juan Negrín, Presidente del Gobierno republicano, quien el 30 de abril de 1938 se levantó con ánimos irénicos y propuso un programa detrece puntos para alcanzar la paz. Uno de los puntos también incluía el cese de la intervención exterior. La pena es que tanto a Rabbani como a Negrín esas ideas de tan buen rollito se les ocurrieron cuando iban perdiendo la guerra y no cuando la ganaban.
Mientras que Dostam se detuvo a considerar la propuesta, los talibanes reaccionaron igual que Franco en abril de 1938: sentían que iban ganando, así que ¿para qué negociar? No obstante, para que no se dijese que la paz no llegaba por su culpa, dijeron que de acuerdo con el alto el fuego y las negociaciones para el traspaso de poderes, pero sólo DESPUÉS de que Rabbani hubiese dimitido. Aquí no les puedo culpar. Bastantes muestras había dado Rabbani de que no era de fiar con la historia de si dimito o si no dimito.
Para comienzos de 1996 la inquietud que sentía Rabbani por los avances de los talibanes se había extendido a otro señores de la guerra. A mediados de enero Rabbani logró un alto el fuego con el Hizb-e Wahdat, que había renacido bajo el nuevo liderazgo de Karim Khalili. El 7 de marzo firmó un acuerdo aún más importante con Hekmatyar para operar conjuntamente contra los talibanes. Esta colaboración se hará realmente efectiva desde mediados de mayo.
A finales de mayo Rabbani y Hekmatyar finalmente firmaron un acuerdo de paz y acordaron la celebración de elecciones y el establecimiento de un gobierno islámico real, así como el establecimiento de un gobierno interino del que Hekmatyar sería el primer ministro. Las primeras víctimas de ese acuerdo serán los kabulíes, ya que tan pronto como Hekmatyar asumió el puesto de Primer Ministro cerró los cines que quedaban abiertos y prohibió la música y la televisión por antiislámicos y ya que estaba, remachó que las mujeres debían vestirse con decencia.
El acuerdo entre Rabbani y Hekmatyar hubiera podido cambiar el curso de la guerra si hubiese llegado meses antes. Pero para mayo de 1995 ya era demasiado tarde. Los talibanes controlaban todo el sur del país y parte del este y habían aprendido de sus reveses militares del año anterior. Habían consolidado sus posiciones y con cada semana que pasaba, más difícil resultaría expulsarles de las mismas. En agosto Rabbani y Hekmatyar lograron un alto el fuego con Dostam, que llevaba años tocando las narices en el norte del país. Pero no sirvió de nada. El 27 de septiembre los talibanes conquistaron Kabul. El día anterior Rabbani había salido corriendo en dirección al territorio controlado por Massud.
Tras la caída de Kabul, las fuerzas antitalibanes se hicieron fuertes en sus feudos respectivos. Rabbani y Massud convirtieron su provincia natal, Badajshan en su reducto. En junio de 1997 las fuerzas antitalibanes, con la excepción del impredecible Hekmatyar, se coaligaron en el Frente Unido Islámico por la Salvación de Afghanistán mas conocido como la Alianza del Norte, cuyo presidente fue Rabbani, pero cuyo verdadero factótum era Ahmed Shah Massud.
Los siguientes años Rabbani tuvo un papel de lo más desvaído. La verdadera estrella era Massud. Rabbani era el presidente y de cara a la comunidad internacional seguía siendo el Jefe de Estado de Afghanistán. Lo más divertido de ser Jefe de Estado es que eso le daba poder sobre las Embajadas de su país en el extranjero y sobre la emisión de moneda, aunque cuando dominas efectivamente menos del 20% el territorio nacional ninguno de esos dos poderes sirve para mucho. Estaba siempre a caballo entre Faizabad, su ciudad natal, y Dushanbé, la capital de Tadjikistán. Bueno, más que a caballo, estaba a Mercedes, de las dos ciudades, porque ninguna guerra es nunca tan seria que los líderes tengan que apearse del Mercedes.
La supervivencia del Frente Unido Islámico siempre fue precaria. Los talibanes lanzaron ataques importantes en el verano de 1998, que fueron contenidos a duras penas. Los contraataques de Massud en otoño surtieron poco efecto. Así se llegó al final del año en un equilibrio incómodo. Los talibanes controlaban el 90% del país, habían consolidado su dominio y la reconquista de Kabul era impensable. Por su parte, los talibanes eran incapaces de romper las sólidas líneas defensivas que había preparado Massud. Si el Frente Unido Islámico no se hundió, fue gracias a la combinación del genio militar de Massud y los suministros que les proporcionaban Rusia, Irán, la India, Tadjikistán y Uzbekistán.
Para 2001 la Alianza del Norte estaba bastante acogotada. Sólo controlaba el 5% del territorio y la presión de los talibanes iba en aumento. La única nota de esperanza era que Occidente había empezado a preocuparse con la protección que los talibanes proporcionaban a Al-Qaeda y se había mostrado dispuesto a ampliar su asistencia. Así estaban las cosas cuando el 9 de septiembre un terrorista suicida enviado por los talibanes asesinó a Massud. Si la cosa hubiese parado allí, la Alianza del Norte habría tenido los días contados. Le salvó el 11-S, que decidió a EEUU a terminar con los talibanes.