No estoy hecha para las redes sociales. No recuerdo ahora mismo por qué me apunté a facebook en su momento, sé que no fue por formar parte de una comunidad sino porque era un requisito de una página que me interesaba por algo, un algo que he olvidado. Al inscribirme tomé mis precauciones: no deseaba que la red quedara vinculada al resto de mis actividades y me creé una nueva cuenta de email exclusivamente para esa función. Al día siguiente, después de mirar el correo, entré en la pestaña de configuración y corté de raíz el aluvión de mensajes en la bandeja de entrada. Si en la página se publicaba todo, ¿por qué notificarlo por duplicado?
Facebook está organizado como un círculo vicioso. Empiezas con una suscripción y acabas con un centenar de publicaciones, a diario, de propios y extraños. Algunas te gustan y te apuntas. Poco a poco aquello se convierte en una revista de eventos y fotos familiares, noticias, arte, curiosidades, autoayuda, cocina, literatura, entretenimiento y tonterías de desconexión varias. Como cualquier revista, también cuenta con publicidad, y no hay manera de ahorrársela, la cancelación de un anuncio va seguida de la aparición, inmediata, de otra sugerencia. Harta del bombardeo, una se plantea eliminar su cuenta y enseguida descubre que no existe posibilidad de arrepentimiento, la página no indica ninguna salida.
Al principio una se resigna a la idea de continuar atrapada en las redes del castillo de irás y no volverás. Se intenta disminuir la frecuencia de las visitas, pero entra en juego el sentimiento de culpabilidad. ¿Y si los demás creen que lees sus puestas al día? ¿Qué pensarán de ti al ver que no respondes? No deseas pasar por maleducada y sigues metida en la rueda, aunque evitas darle vueltas en la cabeza.
Sin embargo, un día revisas la página y te das cuenta de que no merece la pena perder tu precioso tiempo de esa manera, hay muchas cosas en el mundo en las que ocuparlo y para leer ya están los libros. Ese día tomas las decisión de borrarte a toda costa. Buscas y rebuscas, es probable que en otras ocasiones no te hayas esmerado lo suficiente. No hallas pistas. Convencida de que no eres la única en esa situación, sabes que hay más grumpies en el mundo, recurres a google. Al fin encuentras el enlace que te abre la puerta. Llegas al umbral y descubres que ahí no termina la odisea. Para escapar se requiere cumplir una cuarentena de dos semanas y, sólo entonces, es posible franquear la salida. Durante esas dos semanas debes resistirte a las llamadas que te harían regresar al redil: ¿estás segura? ¿tu solicitud no es un error?, entra en tu cuenta para anular tu petición. El plazo termina hoy.