La errática actualización veraniega de Espectadores admite la articulación de tres mini-reseñas cinematográficas en un mismo post. La alternativa es válida no sólo para compensar los silencios prolongados del blog sino para proponer una mirada más abarcativa sobre parte del menú correspondiente a la próxima edición de los premios Oscar. En esta oportunidad, Lo imposible, El lado luminoso de la vida, Django sin cadenas y un poquito la archi-comentada Zero Dark Thirty inspiran esta suerte de primera entrega.
Como años anteriores, quienes no sabemos separar cine e ideología volvemos a experimentar la sensación de déjà vu que nos provoca la mayoría de los largometrajes candidatos a alguna estatuilla de la Academia de Hollywood. Además de las etiquetas disputadas (“mejor película”, “mejor actor protagónico/secundario”, “mejor director”, “mejor guión original/adaptado”, etc.) reencontramos las categorías temáticas y/o genéricas que nunca faltan: el panfleto patriotero (este año representado por el film de Kathryn Bigelow y Mark Boal), la enseñanza de vida con ribetes catastróficos (mérito del español Juan Antonio Bayona y su recreación del tsunami de 2004), la enseñanza de vida con ribetes intelectuales (la decepcionante comedia dramática de David Russell), la fábula irreverente (hoy a manos de Quentin Tarantino).

De lejos, la propuesta más interesante (o menos previsible aún para quienes conocemos la filmografía de Tarantino) es la historia del esclavo negro que, dos años antes de la Guerra de Secesión, busca rescatar cual Sigfrido a su propia Brunilda. Es cierto que Quentin vuelve a la carga con la fantasía de ejercer justicia por mano propia (si en Bastardos sin gloria se trataba de matar a Adolf Hitler, aquí es cuetión de reventar a quienes por momentos parecen sus precursores avant-la-lettre) y con un despliegue de violencia visual tan exuberante como siempre (en IMDb se encuentra disponible esta guía para padres preocupados), pero aún sus detractores deberían reconocer cierto talento disruptivo en más de un sentido: actoral (porque resucita a figuritas repetidas como Leonardo Di Caprio y Samuel L. Jackson -incluso a los menos expuestos Christoph Walz y Jamie Foxx- y a figuritas olvidadas como Don Johnson y Franco Nero), genérico (porque rescata/homenajea al western), narrativo/histórico (porque propone una versión cínica/ácida del genocidio negro perpetrado en los Estados Unidos).

Acaso tengan algo en común los buenos que cazan a Bin Laden y los villanos que buscan cazar al survivor a cargo de Foxx…
El segundo binomio cumple con cierto protocolo de calidad formal. De Lo imposible caba destacar el desempeño de Naomi Watts, sobre todo su fortaleza física y mental a la hora de sumergirse en el simulador de tsunami que Bayona utilizó en Alicante para transmitir la envergadura destructora de la gran ola. En este punto vale preguntar si la producción española no debería competir por el premio Oscar a los efectos especiales: los amantes del cine catástrofe sabrán responder mejor a esta inquietud.

La hipótesis parece confirmarse en El lado luminoso de la vida (traducción cursi para Silver linings playbook) cuyos personajes son los bonitos Bradley Cooper y Jennifer Lawrence. Su historia de des/encuentro resultaría menos atractiva -con suerte, también menos anticipable- si los protagonistas le escaparan a cierta estética publicitaria.
Dicho esto, el desencanto que este film produce en algunos espectadores (una minoría, dado el elogio generalizado en boca de nuestra crítica profesional) proviene de su condición previsible y sobre todo de la comparación con la película anterior de Russell, la muy superior El luchador.
