Revista Arquitectura

Campo y La Clesa: llantos y lloriqueos

Por Arquitectamos
El arquitecto Alberto Campo Baeza ha sido nombrado nuevo académico de Bellas Artes. Que sea en hora buena. Con tal motivo ha sido entrevistado en RNE. Lo celebro. Me encanta que RNE se haga eco de estas cosas y preste atención a la arquitectura. Lo malo viene nada más empezar. Campo dice que su edificio favorito es el Panteón de Roma. Correcto. Incluso plausible. Pero añade que cuando un alumno suyo va a Roma él le pide que le mande desde allí una postal diciéndole si ha llorado o no ha llorado ante el Panteón. Amosnomejodas. (Por instinto de conservación y de picardía escolar yo aconsejo al alumno que ponga que SÍ, que MUCHÍSIMO, e incluso que moje alguna esquina de la postal con agua, para que a Don Alberto le llegue arrugada y llorada).
Campo y La Clesa: llantos y lloriqueos
Seguimos reconfortándonos y relamiéndonos mientras insistimos en el estúpido, inaguantable y chocho cliché de que los arquitectos somos sublimes. Los ingenieros sí sirven para algo, sí resuelven problemas, sí hacen cosas. Nosotros, al parecer, sólo nos preocupamos de si llorar o no. Bueno, serán los hiperchiripitifláuticos, porque aquí la peña bastante tenemos con que nos encarguen la legalización de un porche, y, desde luego, lloramos por otras cosas. Anda que no tenemos para elegir. Stendhal era un moñas. Lo de su famoso síndrome en Florencia debió de ser por una bajada de azúcar o de tensión arterial, o algo. El Panteón es un edificio soberbio, un espacio arquitectónico fantástico, pero la idea de que ante una obra genial debamos suspender nuestro juicio y nuestra capacidad crítica y analítica para dejarnos llevar por el sentimentalismo más histérico es una idea puramente kitsch. Cuando el sentimentalismo sustituye a la razón surgen los adornos de los cementerios, los souvenirs para turistas y los tatuajes dedicados a la madre o a la novia. Esa idea de que la arquitectura ha de ser sublime, excelsa, espiritual, buy bodita y buy hedposa, hace un enorme daño a la arquitectura misma, porque mucha gente no sabe apreciar (ni quiere, ni le importa) muchísimas obras maestras, dignas de toda nuestra atención y admiración, pero que no despiertan esa meliflua tiritona ni ese mar de lágrimas.
Por ejemplo, el edificio para la Central Lechera Clesa, en Madrid, proyectado por el genial arquitecto Alejandro de la Sota. Es un edificio extraordinario, fundamental, básico. Una auténtica obra industrial, sin un adorno, sin una sola fruslería, sin chorradas. Un edificio sencillo pero complejo, fantástico.
Campo y La Clesa: llantos y lloriqueos
(Quienes no estéis especialmente interesados en la arquitectura y frecuentéis Madrid tal vez hasta lo hayáis visto de pasada alguna vez y ni le hayáis prestado atención. Está cerca del Ramón y Cajal, en la zona de Fuencarral, Cardenal Herrera Oria...) Es un edificio sin la más mínima pretensión artística o estética, realizado con una sabiduría pasmosa y, por eso mismo, es una auténtica obra de arte. Ya que es la obra del ingenio humano puesto a la tarea para resolver un problema, para producir una solución. Y lo hace con una extraordinaria economía de medios y con una elegancia inusual.
Pues bien: Los propietarios lo quieren tirar. Y el Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Cultura no piensan mover un dedo para evitarlo. (Pero intentad tocad una reja cochambrosa por Cascorro o por la Cava Baja). Como el edificio no sigue la línea de la arquitectura sublime-stendhaliana-llorona, pues los políticos de turno (y la gente en general) no lo saben apreciar. Siempre el maldito error de hablar de la arquitectura como una de las bellas artes y de sublimar lo que debería ser un juicio claro y límpido.
No tenemos tantas obras maestras, tantas maravillas de la inteligencia y de la elegancia como para permitirnos el lujo de tirarlas a la basura.
Esto sí que es un buen motivo para llorar. Es una verdadera pena. Ya tiraron la pagoda de Fisac. No escarmientan. Qué lastima y qué pena. Qué vergüenza de dirigentes, de país, de ciudad, de todo. Qué asco más grande.
(En este enlace Miguel Ángel Díaz Camacho lo cuenta mucho mejor que yo).
(Acabo de tener conocimiento de esta petición y de firmarla. Incluyo el enlace por si queréis firmar también. No creo en la eficacia de estas cosas, porque estoy muy desanimado, pero tampoco creo en quedarme callado y no protestar siquiera).
Si te ha indignado esta entrada clica el botoncito g+1 que hay aquí debajo. Muchas gracias.

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