Según el ejercito imperial japonés iba invadiendo territorios por todo el sudeste asiático, inmediatamente se creaban campos para encerrar a los prisioneros de guerra. Casi cualquier instalación podía servir para crear una prisión.
Los trabajos forzados eran parte de la vida de los prisioneros, que construían carreteras, líneas de ferrocarril, bases aéreas y cualquier tarea pesada como cargar y descargar los barcos que transportaban material bélico. Tanto en Japón como en Formosa (Taiwan) se utilizaron miles de prisioneros en la minas de cobre y zinc.
Debido a la escasez de hombres en las fabricas japonesas, se transportaban a muchos prisioneros de los campos del sudeste asiático hacia el norte en unos navíos conocidos como los "Barcos del Infierno", debido a que viajaban hacinados en unas condiciones deplorables por lo que muchos morían en el viaje.
En los campos, posiblemente el peor era el de Naoetsu, muchos eran sometidos a experimentos médicos como los que realizaban la Unidad 731. Tambien eran sometidos a terribles maltratos físicos como sufrir palizas con bastones de bambú, permanecer horas en cuclillas con los brazos estirados o metidos en cajas metálicas bajo el sol. La unidad más temida era la Kempeitai que recurría a métodos de tortura especialmente crueles como someter a los interrogados a descargas eléctricas, clavar astillas de bambú bajo las uñas, provocar quemaduras o el ahogamiento. El resultado final solía ser un disparo en la nuca. Para muchos era el modo de acabar con el dolor y el sufrimiento.
Las condiciones sanitarias se reducían a retretes que eran un agujero infecto en el suelo y tan cerca de los barracones que el olor atraía a centenares de ratas. Los prisioneros despertaban cuando los roedores les mordían. Los mosquitos tambien se cebaban con los soldados que les transmitían la malaria. A pesar de las condiciones los japoneses no hacían nada por evitarlo.
La Convención de Ginebra los enfermos debían recibir cuidados médicos, pero los japoneses no la cumplían. Todos debían trabajar. Tojo había dado instrucciones de que: "a los prisioneros no se les permitirá permanecer ocioso sin hacer nada más que comer gratis, ni siquiera un solo día". "En Japón tenemos nuestra propia idea con respecto a los prisioneros de guerra (...) El tratamiento será distinto que en Europa o América". De este modo las enfermerías carecían de lo más básico para tratar las enfermedades y heridas. Todo era para el ejército japonés. En algunos campos la enfermería no existía o no estuvo nunca operativa.
La mortalidad en los campos, además de las enfermedades, el trabajo forzoso o los malos tratos se debía a la malnutrición. En la mayor parte de los campos la comida consistía en tres exiguas tazas diarias de arroz, lo que hacía que los prisioneros parecieran esqueletos andantes. Esa comida era menos de la quinta parte de una ración diaria de un soldado común que tomaba además todo tipo de alimentos. Debido a la falta de alimentos los prisioneros sufrían carencias de proteínas y vitaminas que les provocaban úlceras y otras dolencias. Para intentar mitigarlas intentaban cazar cualquier animal, como ratas, serpientes, insectos o caracoles.
Durante la guerra, Japón hizo prisioneros a unos 140.000 soldados aliados, de ellos el 27% de ellos murieron en los campos de prisioneros. Siete veces más que en los stalags alemanes. Las cifras reales de los campos soviéticos aún se desconocen.
Para saber más:
El Holocausto asiático: Los crímenes japoneses en la Segunda Guerra Mundial, de Laurence Rees
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