Editorial
Anagrama, 510 páginas. 1ª edición de 2013; esta de 2014.
Traducción de Jesús Zulaika.
Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) siempre ha sido uno de
mis escritores norteamericanos favoritos, desde que en septiembre de 1998 leí
el conjunto de relatos Rock Springs. Por entonces ya había
leído casi todos los libros de Raymond
Carver y en Rock Springs me
encontré con un cuentista de un nivel similar. También he leído los libros de
cuentos o novelas cortas De mujeres con hombres y Pecados
sin cuento, y las novelas Incendios, El periodista deportivo y
El
día de la independencia. Estas dos últimas protagonizadas por Frank
Bascombe, uno de los personajes más emblemáticos de la narrativa norteamericana
de las últimas décadas. Estas novelas las saqué de la biblioteca de Móstoles y
cuando apareció Acción de gracias, la tercera parte, que también llegó a la
biblioteca, no recuerdo por qué no la leí en su momento. Quizás, aventuro,
tenía muchos libros pendientes en casa y Acción de gracias es una novela
bastante larga. Cuando en septiembre de 2013 apareció Canadá (lo vi por primera vez en el verano de 2013 en una librería de Copenhague, en inglés) y empezó a recibir
encendidos elogios en la prensa especializada supe que era un libro que
acabaría leyendo, aunque en aquel momento me hubiera propuesto leer más libros
de la montaña que tengo pendiente en casa y no sucumbir tanto a la mesa de
novedades. De todos modos, solicité su compra a la biblioteca de Móstoles y lo
trajeron a los pocos meses. Sin embargo, no he leído este libro sacándolo de la
biblioteca de Móstoles, sino que paseé hasta la de Retiro para ver si tenían libros
de Stanilaw Lem (esta es otra
historia) y al final me acabé llevando el libro de Ford. Lo cierto es que
llevaba meses dudando si leía Canadá o
me sacaba de la biblioteca de Móstoles la trilogía de Bascombe y me leía los
tres libros seguidos. Esto último me gustaría hacerlo en 2015.
El narrador de Canadá es Dell Parsons que, desde 2011 y
a punto de jubilarse de su trabajo como profesor, empieza a recordar los
sucesos clave para su vida que tuvieron lugar en 1960, cuando tenía quince
años. El primer párrafo del libro es un prodigio, pues en él Ford nos descubre
el núcleo narrativo de la novela, y las 500 páginas restantes platearán un
acercamiento a los hechos desvelados en ese primer párrafo y a sus inmediatas
consecuencias. Reproduzco aquí este párrafo inicial:
“Primero contaré lo del atraco
que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron
después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a
mí en las sendas que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si
no se contase eso antes que nada.
Nuestros padres eran las personas
de las que menos se podría pensar que atracarían un banco. No eran gente rara,
ni evidentemente criminales. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que estaban
destinados a acabar como acabaron. Eran personas normales –aunque, claro está,
tal afirmación queda invalidada desde el momento mismo en que atracaron el
banco”.
Estoy tratando de recordar cómo
era la construcción de los relatos de Ford. En ellos siempre tomaba a sus
personajes en el momento en el que iba a ocurrir algo trascendental que supondría
un antes y un después en su vida: el abandono de la pareja, el descubrimiento
de una infidelidad, la muerte de un progenitor, etc., lo que en la narrativa se
suele llamar “el momento epifánico”: en ese momento clave que narra la historia
el protagonista va a descubrir algo sobre sí mismo, que el lector podrá
descubrir con él o que tendrá que imaginar.
En realidad Canadá está construido como uno de estos relatos de Rock Springs de veinte páginas: Dell nos
acerca al momento clave en el que cambió su vida, pero no se detiene en sugerir
el cambio (momento epifánico), ya que éste se dio en el pasado y ha moldeado
toda su vida, y desde ahí (desde una narración en círculos concéntricos que se
expanden como ondas desde una convulsión central), desde el hombre que ha
llegado a ser, desde la sabiduría de los años, trata de explicarse a sí mismo
su historia y la de su familia.
El padre de Dell, Bev Parsons,
militar de profesión (aunque en 1960 ya se ha salido del ejército), ha de
cambiar muchas veces de destino por temas laborales, y Dell y su hermana Berner
han acabado por sentir que no son de ninguna parte, aunque llevan asentados en
Great Falls (Montana) desde 1956. Allí donde van no suelen hacer muchos amigos,
a lo que ha contribuido su madre Neeva, que, a diferencia del padre, sí tiene
formación universitaria y ha tendido a mostrar una mirada de superioridad (como
hija de inmigrantes en la Costa Este americana) sobre los ciudadanos del
interior del país, con los que prefiere no tener mucho trato. Como en Rock Springs, Ford elige para este libro
centrar su historia en el corazón rural de los Estados Unidos.
Dell Parsons tiene quince años y
la reconstrucción de su personalidad adolescente, de sus anhelos y de su visión
del mundo en 1960 –aunque el personaje esté narrando desde sus sesenta y cinco–
es uno de los grandes logros de Canadá.
El hecho fundamental del libro ya quedó expuesto en la primera frase y, como algo
ominoso, pende sobre la cabeza de los cuatro miembros de la familia Parsons.
Dell nos habla de sus padres, de cómo era su personalidad, intentando averiguar
por qué llegaron a hacer lo que hicieron, como una clave para entender su
propia vida: “Pero culpar a los padres de las dificultades de tu propia vida no
te lleva a ninguna parte” (pág. 23).
Como en otras narraciones de Ford
(tal vez influenciado por clásicos norteamericanos como Ernest Hemingway o Jack
London), según avanza el libro y la acción se acaba trasladando a Canadá
(así lo prometía el título de la novela), la fuerza de la naturaleza, como
motor de aprendizaje vital, se va haciendo más trascendente en la vida de Dell.
Recuerdo otras narraciones de Ford en las que la caza también tenía su
importancia compositiva.
Tal vez, si pensamos en la
soledad y el desamparo en los que Dell se sume una vez que sus padres han de
asumir las consecuencias de sus actos, podríamos llegar a pensar en una novela
dickensiana. En algún momento de la lectura llegué a realizar la asociación
Ford-Dickens, pero existe una clara diferencia: en Charles Dickens la acción, la peripecia, define a los personajes, y
en Richard Ford es la reflexión sobre la peripecia lo que acaba definiendo a
los personajes, ya que en esta novela los hechos se van adelantando
constantemente a lo narrado, lo que, lejos de descubrir alguna clave al lector
antes de tiempo, consigue que éste siempre quiera leer más para alcanzar el
punto de los acontecimientos narrados que le fueron adelantados de una forma
sutil, velada.
He escrito al principio que el
primer párrafo de este libro es prodigioso, pero no menos prodigiosas son las
500 páginas que se despliegan a partir de ahí. Canadá es la obra de un maestro
de la narración en pleno uso de sus facultades. Lejos de experimentalismos, de
fragmentariedad posmoderna; como un Clint
Eastwood de la escritura, Richard Ford despliega ante nosotros una historia
brillantemente clásica, una historia esencial de no muchos elementos (una
familia: padre, madre y dos hijos, y su desintegración; y un entorno adulto
para un chico de quince años: violento, ajeno, difícil de comprender), que
intenta desvelar los secretos de la existencia (“Es un misterio cómo somos. Un
misterio”: pág. 96). Richard Ford, desde su magisterio, desde su madurez, ha
escrito una obra maestra, un clásico perdurable.