Revista Historia
Por el título de la entrada parecería que voy a hablar de los políticos españoles. Pues no, voy a hablar de la materia prima que hace falta para crear un imperio colonial: canallas, sinvergüenzas y ladrones.
Uno de éstos fue el Padre portugués Jorge da Mota, codicioso y mentiroso a partes iguales. En el siglo XVI este tipo de clérigos abundaban, aunque parece que le causaban a la Santa Sede menos quebraderos de cabeza que los curas pedófilos de nuestros días. El Padre da Mota fue enviado a la corte de Ayuthaya con un embajador del Gobernador portugués de Malacca para discutir sobre una masacre de misioneros portugueses ocurrida poco antes. A poco de llegar al Padre se le iluminó en la cabeza la lucecita de contar mentiras y pidió audiencia con el Rey Naresuan. Da Mota le contó que el embajador era primo del Rey de Portugal (el Rey de Portugal llevaba entonces quince años criando malvas y la corona había pasado a Felipe II de España), que había conquistado él solito la isla de Ceilán y que estaba presto para servir al Rey de Siam en lo que se le prestase. Pocos días después, tuvo lugar una audiencia pública en la que debía entregar al Rey de Siam una carta del gobernador de Malacca. La carta decía que liberase a los portugueses que tenía cautivos, pero dicho con palabras muy bonitas y diciéndole al Rey que era muy guapo. A Da Mota eso le pareció poco y dijo que tenía una versión de la carta, que traduciría al malayo para que alguien la tradujese al thai. La versión que leyó era tan bonita y el Rey Naresuan quedó tan impresionado, que decidió enviarle una embajada al Rey de Portugal, con ricos presentes y 1.500 toneladas de bienes. Los demás miembros de la delegación no quedaron impresionados, sino acojonados ante lo que pasaría cuando alguien le tradujera al Rey la verdadera carta. Al final el Rey Naresuan acabó enterándose de la verdad y montó en cólera contra el Padre da Mota. Da Mota murió en 1596 de resultas de las heridas sufridas mientras huía como podía de Siam.
De entre esta panda uno de los más simpáticos es el holandés Joost Schouten, que fue desde 1633 director de las oficinas que la Compañía de las Indias Orientales (VOC) holandesa tenía en Ayuthaya, Schouten se convirtió en un confidente del Rey siamés Prasat Thong. Aparte de sus labores políticas y comerciales, encontró tiempo para escribir un libro sobre la geografía, instituciones y costumbres de Siam. Lo malo es que sus afanes antropológicos le llevaron a estudiar demasiado de cerca el comportamiento de los efebos siameses. Sus superiores en Batavia consideraron que, aunque las labores diurnas de Schouten habían sido muy provechosas para la Compañía, sus actividades nocturnas habían molestado bastante a Dios. Le estrangularon en el patíbulo, quemaron su cuerpo, esparcieron sus cenizas a los cuatro vientos y confiscaron sus bienes para la Compañía. En esta historia Schouten no fue el más canalla del grupo.
La VOC produjo muchos tipejos detestables. Tal vez el peor de todos fuera uno de sus primeros Gobernadores Generales, Jan Pieterszoon Coen. Coen era de los que creían que el fin justifica los medios, o más bien que el dinero justifica los medios. Era una mezcla de lo peor de Maquiavelo y Halliburton. Entre sus hazañas están la de haber casi exterminado a los habitantes de las islas Banda para poder instalar allí a granjeros holandeses que cultivasen cultivos de exportación. Pero Coen no era sólamente un tipejo en asuntos de dinero. También lo era en asuntos personales. En cierta ocasión encontró a su pupila en su casa con un abanderado que la estaba cortejando. Su primer impulso fue ahogarla en un barril de agua. Con esfuerzo le disuadieron y se conformó con darle una severa paliza. Al enamoradizo abanderado ordenó que le cortaran la cabeza. El muchacho sólo tenía 15 años.
Hay algo en la Historia de la VOC que me recuerda a los bancos y a sus traders. De los traders modernos no se espera que sean buenos tipos ni que sean felices. Sólo se espera que hagan dinero como sea. Se les somete a tal presión que no es extraño que muchos terminen drogadictos, divorciados, alcoholizados y que muy pocos duren en ese trabajo más de diez o quince años. La VOC sabía que mucho de los empleados que enviaba a Asia morirían jóvenes, ya fuera por enfermedad o asesinados (entonces la competencia empresarial se tomaba mucho más en serio que ahora y la espada era una herramienta de trabajo). La VOC sabía también que les pagaba mal. Por ello solía hacer ojos ciegos a los abusos y latrocinios de sus empleados. Al final le pasó como al Barings con su trader Neil Leeson: una de las razones de la quiebra final de la VOC a finales del XVIII fue la corrupción de sus empleados.
Otros que tampoco dejaban que las consideraciones éticas interfirieran con las ganancias eran los británicos de la Compañía de las Indias Orientales, tal vez la mayor asociación de ladrones que haya existido en la Historia. En 1757 los británicos andaban conspirando con los enemigos del nabab de Bengala, especialmente con su tío Mir Jafar, para que lo derrocasen. Cuando ya tenían el pastel repartido, uno de los conspiradores dijo que quería un pedazo mayor, que si no se lo daban, se iba a chivar al nabab. Clive, al que el ingenio le ocupaba la parte del cerebro que a otros les ocupan los escrúpulos morales, propuso a la Compañía que firmase con Mir Jafar dos acuerdos. El falso, otorgándole al conspirador chivato lo que pedía y que sería el que éste vería, y el fetén, donde nada de lo dicho. Incluso para los estándares morales de la Compañía aquello representaba un escándalo. Uno de los representantes de la Compañía, el almirante Watson, no quiso participar en la felonía, pero Clive tenía solución para todo: falsificó su firma. Ésa ha debido de ser la falsificación de firma más provechosa de la Historia. Cuando Mir Jafar accedió al trono y recompensó a los ingleses por su ayuda, a Clive le cayó una bonoloto de 400.000 libras. Mir Jafar acabó convirtiéndose en un vasallo de los ingleses y uno de los que le sacó mayor tajada fue... ¡exacto! ¡el amigo Clive! En 1759 un ejército del emperador mogol amenazó Bengala. Clive salió a hacerle frente, pero cuando llegó a la frontera, descubrió que las tropas del emperador se habían vuelto por donde habían venido al no habérseles abonado los salarios. Clive se dijo que él en todo caso el esfuerzo lo había hecho y le pidió a Mir Jafar una renta anual de 27.000 libras por sus desvelos. Al final su corrupción fue demasiado hasta para los propios ingleses, lo que ya es decir. A partir de 1772 sus acciones en la India empezaron a ser investigadas y se le pidieron cuentas. Clive se defendió diciendo que no se había aprovechado ni la décima parte de lo que hubiera podido y llegó a afirmar: "Estoy sorprendido de mi propia moderación". Clive hubiera estado perfectamente capacitado para dirigir un banco de inversión norteamericano actual.
La mayor aspiración de estos canallas era la de convertirse en reyes o al menos en primeros ministros de algún reino. Algunos se acercaron a esta ambición e incluso la consiguieron, aunque ninguno terminó bien.
En 1593 Ayuthaya invadió Camboya. El Rey camboyano Sattha tuvo la mala suerte de tener en ese momento a su lado al aventurero español Blas Ruíz de Hernán González y al portugués Diego Belloso. Ruíz y Belloso le convencieron de que el Gobernador español en Manila le podía ayudar a cambio de alguna menudencia como convertirse al cristianismo, permitir que los misioneros cristianos operaran libremente en sus territorios y diversas concesiones comerciales. Sattha en aquellos momentos se habría comprometido hasta a someterse a una operación de cambio de sexo sin anestesia; a todo dijo que sí. Tras una serie de vicisitudes en enero de 1596 partió de Manila la expedición para ayudar al Rey Sattha. ¿Dos años parecen muchos para organizar la expedición? Si pensamos que estábamos en el siglo XVI y que en pleno siglo XXI el Presidente del Gobierno necesitó dos años para darse cuenta de que estábamos en medio de una crisis del copón y tomar medidas, tres años parecen un modelo de diligencia.
De los tres barcos enviados, uno fue desviado por una tempestad y acabó en el estrecho de Malacca, otro embarrancó en la desembocadura del Mekong y sus hombres tuvieron que ir a pie hasta Phnom Penh y sólo el tercero, que capitaneaba Blas Ruíz llegó a destino. Cuando Ruíz y Belloso, que fue el que embarrancó, llegaron a Camboya se encontraron con que Sattha había desaparecido, el usurpador Chung Prei gobernaba y los siameses habían sido expulsados. Chung Prei les dijo que se quedasen en el barrio de los extranjeros en Phnom Penh y que no tocasen las narices, que ya no eran necesarios. La tensión entre españoles, chinos y camboyanos fue creciendo, hasta que el 12 de abril los españoles saquearon el barrio chino. Chung Prei les pidió que los indemnizaran. Los españoles dijeron que por aquí y los camboyanos, que tenían tratos con los chinos, empezaron a mosquearse. Los camboyanos intentaron tocar los cojoncillos a los españoles y recibieron toda una señora patada en los huevos: Belloso y Ruiz atacaron el palacio de Chung Prei, les mataron a él y a uno de sus hijos, prendieron fuego al polvorín, quemaron las fortificaciones y finalmente volvieron a sus barcos. En esto llegó el general Juan Juárez Gallinato, que era quien mandaba el barco que acabó por los alrededores de Singapur. Gallinato puso paz como pudo y se retiró con sus hombres.
Pero Belloso y Ruíz no habían tenido suficiente. Pidieron a Gallinato que les desembarcara en un puerto de Vietnam. De allí se fueron a Laos en busca del Rey Sattha. Cuando llegaron, descubrieron que Sattha y su hijo mayor habían muerto, pero quedaba el segundo, Chay Pnhea Ton. Con él volvieron a Camboya y le hicieron coronar rey. Puede imaginarse el entusiasmo de los camboyanos de ver a Belloso y a Ruíz de vuelta. Las cosas empezaron a complicarse: cada día aparecían nuevos aventureros españoles en el país dispuestos a enriquecerse y los nobles camboyanos estaban cada vez más levantiscos. En esta coyuntura, en 1599 surgió un conflicto entre los españoles y los comerciantes malayos. Los españoles recurrieron a su método tradicional de resolución de las disputas comerciales: saquearon el barrio de los malayos. Chinos, malayos y camboyanos decidieron que era demasiado y masacraron a los españoles. Belloso y Ruíz perecieron en los acontecimientos, pero al menos durante unos años habían controlado un país.
Justo en ese año de 1599, el portugués Felipe de Brito llegó al puerto de Syriam en el sur de Birmania, recientemente conquistado por los arakaneses, a hacerse cargo de la aduana y la colonia portuguesa. Brito, que pertenecía a la misma estirpe que Belloso y Ruíz, decidió adueñarse de Syriam y colocarla bajo la autoridad del virrey portugués en Goa. Al virrey le satisfizo tanto la idea que le dio su hija en matrimonio más seis navíos con vituallas. Sospecho que Brito apreció más el segundo de los regalos que el primero. Los mons, que detestaban tanto a los arakaneses como a los birmanos, ofrecieron el trono a Brito que lo aceptó. ¿Alguna duda de que diría que sí? En los años siguientes, Brito derrotó varios intentos por parte de arakanses y birmanos de recuperar Syriam y para 1604 había logrado que aceptasen el status quo.
Brito sabía más de guerrear que de gobernar y ahora que hubiera sido el momento de consolidar su nuevo reino, se dedicó a pisarles los callos a sus súbditos mons. Comenzó a apoderarse de los tesoros de los templos budistas y a forzar a los mons a convertirse al cristianismo. Cuando en 1613 los birmanos atacaron Syriam con un gran ejército, los mons estuvieron más que contentos de cambiarse bando. Los birmanos no tenían artillería suficiente para asediar Syriam, pero un general mon resolvió el problema abriéndoles una de las puertas de la ciudad. Brito terminó empalado en una de las alturas de la ciudad.
Un relato canallas europeos en Asia no estaría completo si no hablásemos del griego Constantin Phaulkon. Pero éste merece una entrada aparte.